Jueves, marzo 27, 2025

Movimiento

Jorge Drexler, cantante uruguayo, dice en su canción “Movimiento” -en cuyo video clip aparece Lorena Ramírez, la mítica corredora rarámuri, “la de los pies ligeros”- que, “Somos una especie en viaje…No tenemos pertenencias, si no equipaje (…) yo no soy de aquí, pero tú tampoco (…) Nunca estamos quietos, somos trashumantes, somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes”. Poderosas palabras, intrigantes para quien esté dudando de que su identidad esté anclada directamente al lugar del que “proviene”; molestas para quien construye su identidad y discursos montado en ideas recalcitrantes de nacimiento, origen, nacionalidad, nacionalismo. En el video vemos a Lorena, incansable, surcando las tierras de las Barrancas del Cobre. Para los que llevamos ya un rato estudiando al ser humano desde su origen, vemos que se ha mantenido de la misma manera: en movimiento. ¿Qué significan dos, tres, cuatro generaciones nacidas en un lugar en el panorama inmenso de las migraciones humanas? Apenas unos granos en la desmesura de las arenas del tiempo. Dice Mario Humberto Ruz en su introducción al libro “Diásporas, migraciones y exilios en el mundo maya” (2009), editado por la Sociedad Española de Estudios Mayas y la UNAM que, aunque “transitar desde Alaska hasta las fronteras meridionales de Mesoamérica ha de haber sido largo y tortuoso, fue sin duda menos aciago que intentar cruzar ahora, en sentido inverso, los linderos que separan al Tercer Mundo del Primero. Desde el mítico estrecho de Anián hasta El Cerén ayer; desde las alturas agrestes de los Cuchumatanes hasta las planicies inundadas de Florida hoy. En el largo entreacto que separa ambos momentos, la cultura y el pensamiento maya han conocido otros exilios y migraciones, que incluyen lo que los peninsulares prehispánicos, dependiendo del número de individuos, denominaban las grandes y pequeñas ‘bajadas’, los desplazamientos forzosos de pueblos enteros en los tres siglos de dominio hispano, y las reubicaciones bajo los gobiernos independentistas decimonónicos”. En efecto, quizá la clave se encuentra en aquello de las bajadas y subidas; de los trayectos y los retornos, todo ello inserto en decursos de larga duración. No obstante, para muchos que fijan pensamiento y vida en los lugares, lo que ayer era permisible, hoy es perseguible e incluso punible. El movimiento de contingentes humanos, de sus ideas, cultura, lengua y todo lo que puedan cargar en sus espaldas, es más una constante que una desafortunada circunstancia de nuestro presente, como lo quieren hacer ver nuestros políticos de derechas y ultraderechas, Meloni en Italia, los de Vox en España y el oligofrénico de la Casa Blanca, ese mamarracho Trump, entre otros.

Tal como lo dice Drexler, “estamos vivos porque estamos en movimiento”. De hecho, no hay cultura, no hay sociedad, que no viva entradas y salidas constantes de personas, modas, formas de pensamiento, comercio y un sinnúmero de contactos e intercambios, que, permítaseme la generalización, son algo inherente al ser humano. No obstante, su contraparte, aquella que ignora de manera deliberada los cambios, que se monta de la idea del mantenimiento de lo “propio” frente a lo “extraño”, es trágicamente conservadora, inmóvil, seca, muerta en vida. Justifica sus discursos de odio en el señalamiento del extraño, del de fuera, que no entiende que “no pertenece”; además, sostiene su desprecio en la propiedad de un territorio, con demasiada frecuencia anexado a la fuerza por sus antepasados conquistadores, agresores, violadores, impositivos, impostores. Y hacen esfuerzos desde todas partes, incluso desde la academia, para lavar el rostro genocida que acompaña su alcurnia y procedencia supuestamente legítima. En un video en la red se preguntaban “¿Por qué ha habido tantas dictaduras en América Latina?” Y una de las respuestas más claras se encuentra en el pasado colonial, profundamente jerarquizado, vertical y abusivo, que es heredado por los gobiernos independientes. Estos mismos personajes, con toda su rapacidad, depredan y abren la puerta a los países colonizadores del orbe, del que dicen tener herencia -esa migración sí les gusta-, para que saqueen el territorio también y expulsan a cientos de miles para buscar una vida en otras latitudes, obnubilados, ciegos por las deslumbrantes luces de supuestos paraísos del primer mundo. Tal mundo “desarrollado” los recibe, hipócrita, en oleadas legales e ilegales pues, por sus propias inconsistencias modernas los necesitan. Ante las amenazas cumplidas de deportaciones masivas por parte de la administración Trump, poco a poco surgen, tímidas, aquellas voces que alertan, desde el país del norte, sobre la falta de mexicanos y migrantes de todo tipo. Es más, ¿qué pasaría de Estados Unidos sin migrantes e, incluso, sin las drogas que supuestamente esos migrantes llevan -claro, ingenuamente sin aceptar que existen funcionarios corruptos que permiten que las drogas pasen-? Caos total, sin duda.

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Pero, no nos engañemos, esto no es más que una fase más en el entramado de chantajes, extorsiones y juegos políticos y discursivos que tienen estas ultraderechas y los capitales que los sustentan. Aunque en este momento necesitan enemigos para infundir miedo a sus modernas sociedades -tan acomodadas y ciegas ante la explotación y el control en el que se encuentran- para llegar y mantenerse en el poder, en realidad necesitan la migración y, preferentemente la ilegal pues, gracias a ella, el trabajo se realiza sin tener que pagar prestaciones o impuestos. ¿Se van a perder todo ese dinero? Claro que no. Ya quiero ver a esos gringos acomodados realizar el trabajo que hacen los migrantes. Lo sorprendente es la cantidad de latinos y migrantes de todo el orbe, ya nacidos o naturalizados en Estados Unidos, que creen en las patrañas de Trump y su supuesta defensa de lo propio. Son personas que han olvidado su pasado en movimiento e ignoran si, por algún azar del destino, ellos mismos terminarán en movimiento también. Nadie tiene comprada la vida, la residencia, la identidad; lo que hemos asumido es la falacia de la modernidad y su expresión capitalista neoliberal religiosa -principalmente católica y cristiana- que hacen que nos arraiguemos en un sitio y pensemos que somos intocables. Son trashumantes con la sensación de sedentarismo, desmemoriados o con identidades ilusorias, artificiales y, en Estados Unidos, arraigadas a la fuerza de un “american way of life” que huele a fritanga, refresco de cola, tiroteos, diabetes y fanatismo religioso. Debemos aceptar que el movimiento es algo natural y que, de una manera u otra, hemos de mudarnos, ya sea de lugar o de pensamiento. Esto último quiere decir que, con el tiempo, con la experiencia acumulada, con la lectura, con lo comido, bebido y disfrutado; con lo sufrido, con la enfermedad, la muerte, la vida, el ser humano puede y debe mover su pensamiento. Hay que torpedear a como dé lugar la estrechez de mente fijada al piso a la fuerza de “reels”, “tiktoks” y de fruslerías de redes sociales -por cierto, hoy en el bolsillo de Trump, o él de ellas- y motivar la reflexión constante, no sólo soportada por medios serios y críticos, sino con una mirada empática centrada en los otros y nosotros, como un fluir constante de conciencias y mentes. Seamos personas que habitan los espacios atentos a nuestros propios devenires históricos, pero entendiendo que la historia se construye en el presente, uno que indefectiblemente está en movimiento. Dejemos la tragedia de la inmovilidad tan característica del pensamiento ultraconservador y abracemos la diversidad que es lo que nos da sentido. Después de todo, como dice Drexler, “si quieres que algo se muera, déjalo quieto”.

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