Desde este fin de semana, el Museo Regional de Puebla (Murep) exhibe una ofrenda de celebración más que de duelo. Se trata del altar de la cultura Ngigua en el que, desde la representación de diversos momentos de la conmemoración de Día de muertos, se puede conocer la manera en que “los difuntitos” de esta región cultural acompañan los procesos de la vida comunitaria.
Estudiantes de la licenciatura en Lengua y Cultura de primero, tercero, quinto y séptimo semestres de la Unidad sur de la de la Universidad Intercultural del Estado de Puebla (UIEP), ubicada en San Marcos Tlacoyalco, en el municipio de Tlacotepec de Benito Juárez, se articularon en brigadas y montaron en Puebla este altar propio de su cultura y cosmovisión, que deja ver que éstos siguen siendo “lugares de memoria para conmemorar la vida y el recuerdo imborrable de los que están siempre en el corazón”, como señaló el profesor investigador Guillermo López Varela.
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En el Murep, museo adscrito al Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de Puebla mostraron como este altar se liga a la “memoria, a las múltiples generaciones de un tiempo discontinuo que no dejan de estar abierto para decir que ellos están y siguen celebrando la vida y sus preguntas”.
En dicho altar y en sus distintos niveles, señala el académico, se ejemplifican las distintas conmemoraciones en torno cómo los miembros de la cultura Ngigua recuerdan a sus difuntos, ejercicio que deja ver también la convivencia con las culturas mazahua, mixteca y náhuatl que hay en la región que se expresan en elementos como la sal y el agua.
En los altares, abunda López Varela, están además elementos simbólicos que están en el imaginario como la flor de cempasúchil que expresa el infinito, el cempoalli, la flor que no se puede contar en sus pétalos.
Durante una entrevista destaca que para el montaje, los universitarios de la UIEP hicieron una actualización de materiales que permitirá su duración, pues el altar permanecerá durante un año en el Murep como parte de una iniciativa del director de Museos del Centro INAH Puebla, Manuel Melgarejo, para mostrar a las culturas originarias del estado.
Acota que dicha actualización implicó la recuperación de materiales endémicos: el algodón de izote para dar forma a figuras de pan y algunas frutas, o la madera de mezquite para reproducir los elementos de trabajo que en vida ocupó la persona fallecida, algo usual en la región Ngigua, donde un orfebre se dedica, a petición de la familia, a realizar estos elementos que se colocarán en el altar.
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En ese sentido, la estudiante de la licenciatura en Lengua y Cultura Anahí Hernández Juárez explicó que en las casas Ngiguas los altares se montan dependiendo a la “costumbre” de cada familia. Así, los días 27, 29 y 30 de octubre y 1 de noviembre se ponen “mesas” mientras que el 2 de noviembre es la celebración católica, con una misa que a su término lleva a “levantar la mesa” y hacer que los familiares convivan en torno a ella, para que a los nueve días “se barra” el lugar donde se colocó.
Hernández Juárez detalló que el día 27 de octubre es la ofrenda de accidentados, a quienes se les pone lo que consumían en vida, alimentos que van acompañados con flor de cempasúchil; para el 29 de octubre, en cambio, los altares son para los animales que conviven en casa, como perros y gatos, a quienes se les ofrenda el que fuera su alimento favorito.
Luego, el día 30 el altar es para los “niños limbo”, es decir, para niños que no nacieron o que después de nacidos murieron sin ser bautizados, a quienes se les ofrendan flores blancas, dulces, leche, galletas, comida que no sea guisada.
En su caso, el 31 de octubre se pone la mesa “de gloria” para los jóvenes fallecidos con flores rosas y moradas, exceptuando el cempasúchil y las bebidas alcohólicas, mientas que el 1 de noviembre el altar es para los adultos en general, la llamada “mesa grande” con comida, pan, fruta y bebidas diversas, con canastos para cada integrante de la familia fallecida. “Si todavía la persona no cumple un año de fallecido, se pone un plato con una cera adornada con un listón negro o café, y ya hasta que cumpla un año se le pone el cesto o tanate relleno de alimentos”, explica Anahí Hernández.
El altar Ngigua permanecerá durante un año en las instalaciones del Murep, ubicadas en la avenida Ejército de Oriente sin número, en la zona de los Fuertes. De paso, el recinto habilitó el sitio electrónico https://sites.google.com/view/