Es una magnífica paradoja que el máximo ganador de Copas del Mundo, el pentacampeón Brasil, fracasara las dos veces que alojó un Mundial en sus estadios. Si 1950 fue el año del maracanazo, 2014 les trajo una humillación todavía peor, el histórico 1-7 que Alemania le aplicó al scratch en el Mineirao de Belo Horizonte (08.07.14). En 64 años cambiaron mucho las cifras, pero más las circunstancias: el torneo de 1950 parecía diseñado a la medida para el triunfo absoluto de un Brasil de fantasía, exuberante y felino, que avanzó hasta el día fatal repartiendo goleadas para sufrir ante Uruguay (1-2) la derrota más dolorosa de su historia (16.07.50); en cambio, la participación del canarinho en la cuarta Copa del siglo XXI estaba siendo cuestionada desde todos los frentes dada la inconsistencia del equipo y lo errático de su dirección técnica, por segunda vez a cargo de Luiz Felipe Scolari, apóstol del futbol resultadista. Se decía europeo en sus conceptos, y fue el paladín mayor del futbol de Europa quien con saña inaudita lo puso en su lugar.
Sin imponer condiciones ni evocar la estética connatural a su historia, el canarinho de Felipao logró vencer a Croacia y Camerún, ambos en versiones muy menguadas, y, en los cuartos de final doblegó sin muchos merecimientos a Colombia en un encuentro de papeles cambiados: músculo amazónico contra gracia cafetalera (2-1). Antes, en octavos, había pasado apuros mortales antes de imponerse a Chile en el desempate desde el punto de penalti (1-1 y 3-2), y en su grupo tampoco había podido con México (0-0). Luego de la humillación germana dejaría mansamente el bronce en manos de Holanda (0-3).
Tercera final Alemania-Argentina. Si bien los teutones habían goleado a los dos equipos que hablaban portugués (4-0 a los lusos de Cristiano Ronaldo), con adversarios menos renombrados sus victorias fueron ajustadas (1-0 a EU, 2-1, sobre Argelia en octavos, con prórroga, y en cuartos 1-0 a Francia), por no hablar del empate a dos con Ghana dentro del grupo G. También con tiempos extra y por la mínima fue su triunfo consagratorio del 13 de julio en Maracaná, ante una Argentina bien agrupada que desperdició por lo menos tres oportunidades claras de gol (Higuaín, Messi y Palacio). El único y decisivo tanto se lo marcó al “Chiquito” Romero el reservista Mario Götze (113´), y con él aseguró Alemania su cuarta Copa del Mundo. Fue esta mannschaft la primera selección europea en ganar un Mundial en América, como había sido Brasil el único país americano en salir campeón en territorio europeo (Suecia 58). Adicionalmente, su delantero Miroslav Klose, polaco de nacimiento, se convertía en el mayor goleador en mundiales, superando con 16 los 15 de Ronaldo Nazario Lima y los 14 del mítico bombardero bávaro Gerhard Müller.
Alemania tuvo la ventaja de formar con mayoría de elementos del Bayern Múnich, amo absoluto de la Bundesliga, del portero Neuer al temible goleador Thomas Müller, con el capitán Philipe Lahm gobernando la banda derecha y un medio campo exquisito (Kroos, Özil, Schweinsteiger). Su DT Joachim Löw supo aprovecharlos perfectamente.
Un Tri guerrero. Miguel Herrera llegó al timón de la selección justo a tiempo para evitar la debacle -México llegó a Brasil venciendo a Nueva Zelanda en el repechaje-, y no tardó en imprimirle al equipo ese sello de tenacidad que lo llevó a igualar el puntaje de la selección anfitriona en el Grupo A, ya que además de empatar sin goles con la verdeamarelha –gran actuación de Memo Ochoa- derrotó a Camerún (1-0) y Croacia (3-1), encuentro este en el que mejor lució. Pero en octavos (Fortaleza, 09.06.14) se produjo el famoso no fue penal –teatral caída de Robben ante Márquez que Huntelar convertiría desde los once pasos- con el que Holanda nos privó del anhelado quinto partido (2-1), que en un Mundial sin mayor relieve parecía al alcance de ese Tri combativo y compacto, cuya formación titular osciló así: Ochoa; Paúl Aguilar, Carlos Salcido, Héctor Moreno (Diego Reyes), Rafael Márquez, Layún; Guardado, Herrera, Gio dos Santos (Aquino); Chicharito y Oribe Peralta.
Costa Rica, la revelación. Pero fue otro representante de Concacaf el verdadero animador del certamen. Considerado víctima segura al caer en un grupo con tres excampeones, se les fue por delante jugando sin el menor complejo: 3-1 a Uruguay, 1-0 a Italia y 0-0 con Inglaterra, los dos últimos eliminados en primera fase. Los ticos superaron también los octavos de final (1-1 con Grecia y 5-3 en tiros de desempate), y, para echarlos del torneo, Holanda -que finalizaría en el tercer puesto- tuvo que recurrir a su portero suplente, Tim Krul, especialista en atajar penaltis, que detuvo dos (5-3) para poner a su equipo en semifinales. Además del madridista Keylor Navas, Costa Rica le mostró al planeta la calidad de tipos como Celso Borges, Marcos Ureña y sobre todo Bryan Ruiz, eximio mediocampista y autor de sendos tantos decisivos contra charrúas e italianos. Sin tantas pretensiones ni petardeo publicitario, ellos sí supieron lo que es llegar al quinto partido.
Anecdotario. Por segundo Mundial consecutivo el campeón defensor fue incapaz de superar la fase de grupos (España cayó ante Holanda 1-5 y Chile 0-2, para vencer a Australia cuando ya la cosa no tenía remedio). También decepcionaron Portugal, Italia, Inglaterra, barridos en la ronda inicial, y hasta cierto punto Francia e incluso Argentina, aunque esta haya alcanzado la final y los galos llegaran a los cuartos. Quizá influyera el clima, pero fue uno de los mundiales en que los equipos africanos tuvieron mejor desempeño, con Nigeria y Argelia avanzando a octavos. Poco brillante, Brasil 2014 fue un torneo de duelos muy cerrados, donde cuatro eliminatorias se resolvieron desde los once metros y las restantes con resultados apretados. La excepción: el célebre 7-1 del Mineirao.
La FIFA incurrió en un nuevo dislate al entregar el Balón de Oro a un Lionel Messi en horas bajas. Máximo anotador y Bota de Oro sería el colombiano James Rodríguez (6), de paso autor de esta joya gol: sombrerito y volea de 25 metros contra Uruguay (2-0), en octavos.
Por qué perdió el América. Porque se encontró con un adversario que controló sus ímpetus jugando futbol, no tenis (6-1, 5-1) ni beisbol (11-2).
Porque Nacho Ambriz le comió el mandado al “Tano” Ortiz, que no supo resolver el crucigrama de una estrategia basada en el agrupamiento sobre cualquier zona del campo -más conservadora que atrevida, desde luego -que tuvo la virtud de desconectar a los hombres clave del América.
Porque éstos, los Valdez, Fidalgo, Zendejas y Martín, carecieron de recursos individuales –tanto técnicos como mentales–, y nunca consiguieron entablar los diálogos que habían llevado a su equipo a la racha de victorias que el Toluca quebró con entera claridad y justicia.
Porque no es verdad que, como afirmaría sin ningún fundamento el DT derrotado, el arquero toluqueño haya sido “el hombre del partido” (incluso falló feamente en la jugada del gol de Zendejas), ni que el América haya tenido “muchas jugadas de gol” (apenas una, aparte el tanto del empate, y ésta sí –cabezazo de Henry–, muy bien defendida por Volpi).
Porque si los azulcremas lamentan el gol agónico invalidado en el Azteca a Henry Martín por milimétrico fuera de juego, en la Bombonera los choriceros sufrieron una anulación parecida, que habría puesto las cosas 3-0 y evidenciaba ya la tajante superioridad toluqueña.
Porque el verdadero “hombre del partido” fue el pequeño uruguayo Leo Fernández, que volvió loco a Lara por su banda además de protagonizar la jugada más futbolera de la eliminatoria, con gambeta y pase de gol que Álvarez y Sanvezzo pifiaron uno tras otro.
La otra semifinal. Extraño desarrollo tuvo el encuentro de ida en el Miguel Hidalgo. Parecía mejor plantado el Monterrey pero la ventaja siempre fue pachuqueña. Eso, no el juego, explicaba el 2-2 del primer tiempo, y la mitad del segundo siguió siendo promisoria para los regios hasta que Aguirre se hizo expulsar; aun así tuvo Funes Mori el empate a tres en el penalti fallado. Lo demás fue el rosario de goles –5-2 final, tres de Nico Ibáñez –que le ha puesto tan cuesta arriba la eliminatoria al segundo de la tabla general.
Verstappen no perdona una. Ayer, en Austin, se devoró a Sáinz desde la arrancada y ya no soltó la punta –el madrileño, que fue pole, sería eliminado por una tosca maniobra de Rusell apenas en la curva número 2–; al finalizar el GP de EU compartirían podio con el campeón Hamilton y Leclerc, quien relegó a Pérez a la cuarta posición tras rebasarlo limpiamente con un tercio de carrera por delante. Detrás de ellos fueron arribando a la meta Rusell (Mercedes), Norris (McLaren), Alonso (Alpine), Vettel (Aston Martin) –gran desempeño de los dos veteranos–, Magnussen (Haas) y el japonés Tsunoda (AlfaTauri).
Dentro de su lógica desilusión, muchos mexicanos barajaban la improbable posibilidad de que Max y la escudería dieran una tregua al Checo para ver si podía ganar en el Hermanos Rodríguez dentro de una semana. Improbable si no es que imposible, porque tratándose de competir por una bandera a cuadros, el indómito holandés no es capaz de darle respiro ni a su santa madre, así esté coronado bicampeón desde hace semanas.
Lo único cierto es que entre el viernes y el domingo venideros nos espera el Gran Premio de México. Todo lo demás son especulaciones sin fundamento.