La huella de los tlacuilos mesoamericanos está presente en Puebla. Los sonidos de los caracoles y los cantos que se supone podrían haberse escuchado en tiempos prehispánicos acompañan la exposición Códices de Puebla: una tradición viva, en la que los cerros, las huellas, los atados de caña, los ritos ceremoniales, los amplios linajes, los tiempos y las cuentas inundan las tiras de papel, los amates circulares y los libros que constituyen únicos testimonios pictográficos.
En el Museo Internacional del Barroco (MIB), hasta el 14 de noviembre, podrán verse 63 piezas: 15 códices originales, seis copias históricas, 20 facsimilares, una pintura al óleo, tres herramientas y 18 impresiones provenientes de diferentes regiones de Puebla, Tlaxcala, la Mixteca, las zonas Maya y Nahua del centro de México, que dan cuenta del desarrollo cultural, científico y artístico que alcanzaron los pueblos mesoamericanos.
Se reúnen códices venidos principalmente de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH) –bajo la guía curatorial de su director Baltazar Brito Guadarrama-, así como de otro tanto de instituciones internacionales como las bibliotecas nacionales de Francia y Viena, nacionales como la UAP o el Archivo General de la Nación, además de propios del estado como el Museo regional Casa de Alfeñique. A través de estos documentos que tienen como soporte lo mismo el papel amate, la fibra de maguey que la piel de venado curtida o el algodón, el visitante podrá conocer los sistemas complejos de creencias, registros geográficos, económicos, históricos, calendáricos y genealógicos, símbolos de identidad y respaldos legales que significan estos escritos.
Los códices, en náhuatl llamados amaxtli, son estos artefactos culturales que los pueblos mesoamericanos utilizaron para escribir sus memorias y conocimientos. Eran los tlacuilos, el que escribe pintando, los encargados de confeccionarlos y de registrar acontecimientos, nombres, fechas, lugares, prácticas y creencias, por medio de pictografías. “Debían ser muy cultos, poseer habilidades manuales, dominar las convenciones pictóricas de su altepetl, conocer los soportes y pigmentos, a la par de que debían tener buena memoria, pues los códices tenían una función mnemotécnica”, se explica en la exposición. Son calendáricos, históricos, geográficos y administrativos, y para su hechura se echaba mano de elementos orgánicos e inorgánicos: plantas de índigo y arcilla paligorskita para azules, zacatlaxcalli para amarillos, achiote para naranjas, humo de carbón para el negro y grana cochinilla, hematita o cinabrio para el rojo.
Códices de Puebla: una tradición viva inicia con documentos nahuas del centro de México, mismos que sobrevivieron a la invasión española, permaneciendo ocultos o siendo enviados a Europa, a la par de tener copias hechas por los frailes en las que los tlacuilos conjuntaron sus saberes con la influencia europea, con temporalidades que van de la época prehispánica hasta el periodo virreinal. Como ejemplo, aparece una copia de La historia general de las cosas de la Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún.
La muestra sigue con el mundo maya: el Códice Maya de México, “el libro legible más antiguo de América”, elaborado entre los años 1021 y 1154 de esta era en común -que hasta 2019 era conocido como Códice Grolier-, y definido como un almanaque consagrado a Venus, asociado al dios Kukulkán, actualmente resguardado en la BNAH; y el Códice Dresde, considerado “la clave para el desciframiento de la escritura maya”, elaborado en una larga tira de papel amate, relacionado con la astronomía y rituales agrícolas de 365 días, que desde 1739 permanece en la Biblioteca Real de Dresde.
De la Mixteca, una región cultural enclavada entre los actuales estados de Oaxaca, Puebla y parte de Guerrero, aparecen códices prehispánicos que sobrevivieron y que contienen información histórica y genealógica en largas tiras de piel de venado. Se incluyen copias del Códice Colombino, uno de los tres prehispánicos que permanecen en México, que narra las conquistas y episodios de la vida de 8 Venado Garra de Jaguar, un señor mixteco que gobernó durante el siglo XI; el Códice Bodley, un documento histórico y genealógico de 12 metros de superficie escrita, que narra la historia familiar del señorío de Tilantongo y algunos aspectos religiosos de la mixteca alta oaxaqueña.
Aparecen también los códices Yanhuitlán, un documento incompleto y fragmentado de estilo indígena, influenciado por cánones europeos; Sierra, de carácter económico de Santa Catarina Tejupan y sus ingresos y egresos entre 1550 y 1564; el Lienzo de Aztatepec y Citlaltepec, o de las Vejaciones, que registra castigos, torturas y muertes de indígenas y gobernantes; el Quinantzin, que forma parte de un grupo de documentos sobre la migración chichimeca en el centro de México; y la Matrícula de tributos, con un registro detallado de los tributos entregados a la Triple Alianza por los pueblos sometidos.
Se suman el Mapa de Sigüenza, que el igual que el Códice Boturini, narra la peregrinación de los mexicas desde Aztlán hasta México Tenochtitlán, en la que aparecen huellas de pies humanos que muestran el paso del pueblo guiado por Huitzilopochtli; el Mapa de la Cruz-Badiano, confeccionado en 1552 y considerado el primer herbario realizado en América, hecho por los indígenas Martín de la Cruz y Juan Badiano en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco; y el Códice García Grados, que mediante un nopal muestra el árbol genealógico de los señores de Tenochtitlan y Tlatelolco.
De Tlaxcala, provincia vecina que cuenta en la actualidad con más de 60 códices, se incluyen el Tonalámatl de Aubin que da cuenta de los días y los destinos del tonalpohualli, el calendario de 260 días; la Genealogía de Zolín, integrada por 14 personas: 10 hombres y cuatro mujeres representados de manera tradicional; y el Lienzo de Tlaxcala, que se utilizó como un documento probatorio de las autoridades para probar su papel ante los españoles.
Del llamado Grupo Borgia, que concibe a cinco códices prehispánicos cuya tradición pictórica abarca Cholula, Oaxaca y Tlaxcala, con información religiosa, mántica y ritual, se muestran el Códice Borgia que, en sus 78 láminas, registra buena parte de la cosmovisión de los antiguos pueblos mesoamericanos, incluyendo un calendario ritual de 260 días; y el Códice Vaticano B, el más pequeño y detallado que reposa en la Biblioteca Vaticana.
Destaca que la exposición dedica una sala a Puebla, con códices pintados por los señoríos de Huaquechula, Huejotzingo, Cholula, Coatlalpan, Cuauhtinchan, Huauchinango, Calpan e Izúcar. Abren el Códice de Huaquechula, un documento del siglo XVI elaborado en algodón que conserva el Museo casa de Alfeñique; el Mapa circular de Cuauhquechollan, que registra los límites geográficos de la comunidad y su estructura jerárquica a mediados del siglo XVI; el Códice Cospi, o Códice Bolonia, el menos estudiado del grupo también de carácter mántico; el Códice Laud, un tonalámatl o libro de los destinos; el Lienzo de Quauhquechollan, un códice histórico cartográfico sobre la participación de los naturales en la campaña que Jorge de Alvarado tuvo en Guatemala, que se resguarda en el Alfeñique y que en 2018 fue reconocido en el registro Memoria del mundo e México, por la Unesco.
También se muestran la Genealogía de Quauhquechollan- Macuilxochitepeec que gira en torno al linaje de este altepetl; el Códice y expediente sobre tierra de Huejotzingo, elaborado en fibra de maguey que forma parte del volumen 757 del Archivo histórico de la BNAH; el Códice Huejotzingo, un códice económico y judicial de 1531 sobre el juicio que huejotzincas y Cortés interpusieron ante el Consejo de Indias; la Matrícula de Huejotzingo, considerado el censo poblacional más completo del siglo XVI; el Códice Chavero de Huejotzingo, realizado del 11 al 15 de marzo de 1578, como prueba documental del litigio promovido por la comunidad contra sus propias autoridades; y el Códice Guillermo Tovar de Huejotzingo, conformado por cinco expedientes de uso jurídico de 1566 a 1693.
Destaca la inclusión del Manuscrito del aperreamiento, que da cuenta de uno de los castigos más violentos de los españoles hacia los indígenas; el Códice de Cholula que relata cómo la población fue obligada a ceder, en 1531, parte de su territorio a la Puebla de los Ángeles; y el Mapa de la relación geográfica de Cholula, con información sobre el medio ambiente, las costumbres y los linderos de la población.
Aparecen los códices de la región Coatlalpan localizada al sureste de Puebla, de la cual se conocen cuatro códices con rasgos iconográficos comunes. Se incluyen el Lienzo de Coatlalpan que relata la peregrinación de los coatlalpanecas; el Lienzo de Cuetzpala, con la petición de los señores para defender su territorio; la Historia Tolteca Chichimeca, que permite conocer la historia de los altepetl de la región; los Códices de San Luis Chalma, con el registro de los señores que lo fundaron y la genealogía de sus gobernantes; y el Mapa de Coatépetl, con información económica y geográfica de Coatepec y Chiautla.
Cierran Cuauhtinchan, señorío con códices que son fuente de la historia del valle poblano- tlaxcalteca como los mapas de Cuauhtinchan I, II y III con la migración chichimeca; así como el señorío de Huauchinango, con el Rollo del Itzcuintepec, una larga tira de amate con la historia genealógica, con textos y glosas en náhuatl; los Papeles de Itzcuintepec, cinco genealogías y un mapa manufacturados en amate con glifos delineados en color negro; y otras regiones de Puebla que se representan en el Códice de Cuetlaxcohuapa con una petición al corregidor de Tlaxcala; el Códice Tulane, que registra la genealogía del antiguo linaje de Acatlán; el Códice de tequitlato de Zapotitlán, con el registro tributario de Zapotitlán Salinas en 1561; la Confirmación de las elecciones en Calpan, con el origen noble del señorío de este altepetl; Anales de Tepeaca, copia realizada a principios del siglo XIX con sucesos relevantes de 1524 a 1677, distribuidos en 20 folios; Genealogía de Chietla, hecho para enfrentar una querella del pueblo contra el ingenio de San José; el Mapa pictórico de Huejotzingo, para conseguir la cesión de dos caballerías de tierra; el Mapa pictográfico de San Matías Texmelucan, elaborado como parte de las diligencias de Melchor Ortiz; el Códice de la cueva, que pertenece a la región de Tecamachalco y Quecholac narrando su origen mítico; el Códice de Coetzala, presentado en 1778 por el pueblo como prueba de su antigüedad durante un pleito de tierras; y el Mapa pictográfico de Calpan, una solicitud de Juan García de Dávila, de 1579, por dos caballerías de tierra.