La costumbre deC. Así, la compañía cigarrera “El Águila” acompañada de imágenes de cajetillas de cigarros de sus marcas, compartían el espacio gráfico con el nombre de la miscelánea “Mi Luchita”. Justo es decir que esas grandes empresas también regalaban calendarios, pero más lujosos y con representaciones pictóricas exclusivas.
Los temas de los calendarios eran muy variados como los religiosos con santos, santuarios, vírgenes y cristos; lances deportivos y taurinos, deportistas famosos; mitos indígenas al cuadrado, pinturas conocidas de artistas del mundo, rostros infantiles, naturalezas muertas, actores y actrices del cine mexicano, cantantes de música vernácula, paisajes diversos, tiernos cachorros de gatos y perros, animales salvajes, automóviles antiguos, flores, vegetales diversos, héroes y escenas de la historia patria, trajes regionales femeninos del folclor nacional, charros y suertes charras, bailables tradicionales, vistas de ciudades mexicanas y del mundo, monumentos arqueológicos de México y un desfile interminable de motivos y personajes, todos del gusto popular.
Las personas colgaban estos bonitos y útiles cromos en la pared de la cocina o detrás de alguna puerta para estar al tanto del santoral, las “fiestas de guardar” y también para usos de la economía doméstica marcando semanalmente la distribución del gasto quincenal. Las fechas significativas para cada familia se apuntaban con una pluma, sobre todo para recordar los cumpleaños de los familiares, los amigos y alguna que otra persona a la que había que felicitar en su cumpleaños para así “cumplir” con reciprocidad las felicitaciones recibidas. Otras fechas marcadas en el calendario correspondían a los pagos y otros compromisos que debían efectuar las familias como la mensualidad de la renta, recordatorios del pago de las cuentas de la “luz” y el teléfono, los abonos semanales de la batería de cocina y la vajilla, así como unos pesos de ayuda para la “Obra del padre Zamudio”, etcétera.
A principio del mes de noviembre los propietarios de los establecimientos comerciales o de servicios recibían al agente de ventas de una imprenta quien, acompañado de un grueso muestrario engargolado, les daba a conocer los diseños, los tamaños, las calidades de estos productos y por supuesto los costos, de acuerdo al tiraje que elegían. Gustaban mucho aquellos “cromos” de escenas populares costumbristas campiranas y de alegorías prehispánicas. Hay que decir que las “muchachonas” representadas acusaban rasgos étnicos anglosajones, aunque se les pintaba como morenazas con ojos y pelo negros y ataviadas con ropa pretendidamente étnica; generalmente estaban acompañadas de indios musculosos, jeta arrogante y portando atuendos del folklor turístico. Así, se fueron reproduciendo gráficamente estas estampas en cantidades enormes y contribuyendo a reforzar las imágenes arquetípicas nacionales que ya se propagaban por el cine, la literatura popular, las revistas, referencia para varias generaciones de mexicanos.
El aguinaldo que daban los “changarros”, en este caso, consistía en el obsequio de un calendario enrollado y sujetado con una liga que el agradecido comerciante daba en las fechas decembrinas a su amable y perseverante clientela que le había favorecido durante todo el año.
—Don Toño, buenas tardes. Me pone un cartón de “blanquillos”, una botella de aceite, un kilo de arroz, dos kilos de frijol “Querétaro”, un kilo de azúcar, un cuarto de “morita”, dos mancuernas de piloncillo, ah… un cuarto de haba también y dos latas de sardinas en aceite. Pero no se le olvide mi aguinaldo ¿eh?
—Claro que sí Sarita, ¿Cuál le gusta a usté? este calendario de Pedro Infante o quiere el de la “India bonita”. Escoja cualquiera de los dos, porque ya se me acabó el del Popocatépetl.
Los calendarios en los talleres mecánicos, en bodegas, almacenes y otros establecimientos, donde laboraban puros hombres, mostraban una temática distinta a la familiar en la que dominaban imágenes de muchachas de cuerpos esculturales, vestidas con “paños muy menores” o de plano, “como Dios las trajo al mundo”. En estos calendarios se anunciaban las refaccionarias automotrices, así como torterías, expendios de tacos, vinaterías, cantinas y pulquerías. En estos casos, las marcas en el calendario no señalaban fechas para recordar, sino eran las mismas estampas las que ostentaban las huellas grasosas y golosas de los dedos del personal, desde los “maistros” hasta los “chalanes” quienes practicaban el onanismo virtual.
Las imágenes de los calendarios procedían de pinturas originales encargadas a pintores profesionales y de gran destreza en el paisaje y en el retrato las cuales se fotografiaban y se reproducían mediante técnicas de impresión en las que destaca la cromolitografía. Muchos pintores de tradición académica participaron en la ilustración de los calendarios mexicanos en un periodo de esplendor comprendido entre las décadas de los años treinta a los setenta cuando se inició el declive del uso masivo del calendario como medio para promocionar los negocios y productos diversos. Entre los artistas gráficos se encontraban Eduardo Cataño,
Aurora Gil, Humberto Limón y José Bribiesca, creadores de imágenes icónicas que muchos de nuestra edad recordamos, aunque no conozcamos el nombre de sus autores, pero probablemente el más destacado de todos ellos fue Jesús Helguera. Un grupo de pintores de calendarios y de carteles para el cine fueron los refugiados republicanos españoles como Josep y Juan Renau, Ángel Martín, Manuela Ballester, Conchita Pesquera, quienes dibujaron escenas españolas de manolas y toreros1 y también pinturas mexicanas de leyendas y estereotipos de la mitología mexicana de esa época.
Los críticos de arte y los pintores “de intelecto creativo”, así como el público “culto”, les han negado a estas obras el calificativo de “auténtico arte” por razones que van desde su encargo para propósitos comerciales, cursilería, falta de creatividad y sinceridad, promotoras de un nacionalismo chabacano y sensiblero, así por corromper el “verdadero arte” ya que también se les reprocha ser productos de consumo para las clases populares. Lo más que les han concedido los habitantes del “Olimpo” es que sus autores son buenos dibujantes y nada más. En pocas palabras las pinturas que dan origen a los cromos de los calendarios “no son arte serio”, sino
Que se vende masivamente para los burdos gustos del populacho que no sabe nada de sutilezas y sublimidades del espíritu, en síntesis, se trata —si cabe— de la añeja polémica entre el “arte culto” contra el “arte popular”.
Los trabajos de Jesús Helguera para la cigarrera “La Moderna” reproducidos en la imprenta “Galas de México” adornaron las paredes de miles de casas mexicanas. Las escenas representadas, con vigencia efectiva de un año, se han grabado indeleblemente en nuestra mente y son recuperadas frecuentemente por nuestros recuerdos más gratos. Esos guerreros “mamucos” y emplumados, con gesto altivo, así como las esculturales doncellas “aztecas” que aparecen “echando tiros” junto a sus galanes. “La leyenda del Popocatépetl”, “El flechador del sol”, “Miguel Hidalgo”, “La Patria”, “La cocinera poblana”, “La luchadora” (una güera de buenos “veres” y mejores “andares”), el perrito que le jala el calzoncito a una nena, los acólitos pícaros, las suertes charras, los lances taurinos, las jugadas del futbol, Pedro infante y Jorge Negrete, María Félix, la virgen de Guadalupe, San Martín Caballero y San Martín de Porres, el Ángel de la Guarda guiando a un niño a través de un puente son algunas de las imágenes que aún recordamos. Muchos cromos se conservaron solo por el agrado que proporcionaba a sus propietarios, fuera de su vigencia temporal, hasta que la decoloración de las imágenes y la concentración de cacas de mosca los hicieron desechables.
De una vez les digo que yo no doy calendarios para mis amables lectores. Eso si, espero mi aguinaldo de parte de ustedes. Lo que sea su voluntá.
1 “Biblioteca infernal” [Consultado: 2 de diciembre de 2021]
https://bibliotecainfernal.wordpress.com/2015/07/07/calendarios-mexicanos/]