Cada 10 de mayo, México celebra el Día de la Madre, una fecha instaurada oficialmente en 1922 que, si bien pretende exaltar la figura materna, refuerza un modelo excluyente y normativo. Desde su origen, la conmemoración ha servido como herramienta ideológica para imponer un ideal femenino ligado a la reproducción, la abnegación y el rol doméstico, de acuerdo con investigaciones de la UNAM y académicas como Gabriela Cano.
El Día de las Madres fue creado como respuesta conservadora al Primer Congreso Feminista de 1916, realizado en Yucatán, donde se discutió por primera vez el derecho de las mujeres a decidir sobre la maternidad. Lejos de celebrar esa autonomía, el festejo institucionalizado ha funcionado para reafirmar estereotipos patriarcales, según los cuales la maternidad debe ser obligatoria, heterosexual, nuclear y despolitizada.
Sin embargo, en México existen múltiples formas de maternar que no se ajustan a este molde. Estas experiencias, silenciadas por el discurso dominante, visibilizan desigualdades estructurales atravesadas por el género, la clase, la etnicidad y la orientación sexual.
Las madres solas, por ejemplo, representan 6.6 millones de hogares monoparentales encabezados por mujeres, de acuerdo con el Inegi. Estas mujeres enfrentan una sobrecarga económica y emocional sin reconocimiento social. En situaciones aún más precarias, las madres en pobreza extrema, que conforman más del 40 por ciento de las mujeres en pobreza según el Coneval, viven la maternidad como una lucha diaria de supervivencia.
Te puede interesar: En 20 años, más de 11 mil niñas y adolescentes de Puebla se convirtieron en madres antes de los 15 años
Las maternidades LGBT+, ejercidas por mujeres lesbianas y personas trans, quedan fuera del imaginario colectivo. Igualmente invisibilizadas están las madres buscadoras, para quienes el 10 de mayo no representa celebración sino exigencia de justicia ante la desaparición de sus hijos e hijas. “No queremos flores, queremos a nuestros hijos”, han declarado colectivas como Madres Buscadoras de Sonora.
En muchas comunidades originarias, la maternidad es colectiva, compartida entre redes familiares o comunitarias. Este modelo choca con la visión individualista de la maternidad moderna y sigue sin ser reconocido en las políticas públicas. Las madres adoptivas también son estigmatizadas, ya que su experiencia se percibe como “incompleta” frente a la maternidad biológica.
Un caso especialmente alarmante es el de las madres adolescentes, que suelen ser víctimas de abusos y falta de información. México ocupa los primeros lugares en América Latina en embarazo adolescente, según la Organización Mundial de la Salud. En 2020, el Sistema Nacional de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes registró más de 373 mil nacimientos de madres adolescentes, entre ellos casi 9 mil de niñas menores de 14 años.
Lejos de representar una elección libre, estos embarazos son consecuencia de pobreza, violencia sexual, falta de educación sexual y desigualdad de género. La educación, cuando existe, suele ser parcial y moralizante, y el acceso a métodos anticonceptivos es limitado o condicionado. La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición reporta que al año se registran en promedio 350 mil embarazos adolescentes, de los cuales el 30 por ciento no son deseados.

También en este contexto surge la industria de la maternidad subrogada, o gestación por sustitución, que en México se mantiene sin regulación adecuada. Sólo Tabasco y Sinaloa permiten esta práctica legalmente, mientras que estados como Querétaro y San Luis Potosí la prohíben de forma expresa.
Según la Gaceta UNAM, este fenómeno reproduce la idea de que las mujeres existen para gestar y refuerza relaciones desiguales, especialmente cuando las gestantes se encuentran en situación de vulnerabilidad económica. La falta de regulación deja a estas mujeres en riesgo de explotación y mercantilización de sus cuerpos, sin acceso a mecanismos legales de protección.
El mandato de maternar también afecta a quienes deciden no tener hijos. Estas mujeres siguen siendo objeto de juicio y estigmatización social, que las considera egoístas o antinaturales.
Frente a este panorama, visibilizar las diversas formas de maternar —y de no maternar— es urgente para desmontar el carácter obligatorio y sacrificial atribuido a la maternidad. Reconocer su complejidad y pluralidad permite avanzar hacia una sociedad más justa y menos normativa, donde maternar no sea destino impuesto, sino decisión libre, acompañada y sostenida por el Estado y la comunidad.
También puedes ver: Embarazo adolescente aún es un reto en Tlaxcala pese a reducción de casos: Sippina