Justo en estos tiempos olímpicos en que numerosas personas se rasgan las vestiduras por supuestas afrentas en contra del Yisus y su última cena o sobre representaciones sospechosas de uno de los jinetes del Apocalipsis o la confusión de Dionisio con sepa qué más, justo en este momento, alguien tuvo el tino de compartir un fragmento de un ensayo escrito por el arqueólogo y escritor Carlos Navarrete sobre la masturbación ritual en Mesoamérica, publicado en la revista Arqueología Mexicana, allá por 2010, en un número dedicado a la “Sexualidad en Mesoamérica”. Resulta pertinente este asunto en este momento, pues igual que las controversias en torno a la inauguración de París 2024, este asunto también estará vinculado a aspectos simbólicos, su interpretación y los prejuicios que tenemos que nos impedirán ver más allá de aquello que aparece en la superficie. En el caso de París vemos una mesa alargada, con un personaje aureolado en el centro y, gracias a nuestra construcción occidental judeocristiana, de inmediato nos confundimos y pensamos en “La Última Cena” y viene el escándalo, no tanto por la posible reinterpretación -se han dado muchas otras- sino por quienes la interpretan: un grupo de drags y personajes que se nos antojan estrambóticos. Y esas fibras más piadosas producto del fervor más recalcitrante se encienden y la condena aparece vía redes sociales con diseño de logos, eslóganes y toda la cosa. Y pues no, resulta que lo que se reinterpreta es un banquete de dioses griegos, donde Apolo -no Jesús- es el aureolado y al frente está Dionisio. Nada que ver con el pasaje bíblico… o quizá sí pues cabe preguntarse qué tanto hay de los egipcios y de los griegos en la construcción del origen de la fe judeocristiana. Nada es lo que aparece a simple vista, eso debiera ser una máxima y debiera enseñarse en las escuelas, familias e incluso en los cursos de religión. El cristianismo no ha sido, ni es, ni será la única religión, ni la única vía para explicar el mundo, por más que occidente se empeñe en hacerlo parecer así. Muchas guerras, conflictos, linchamientos y agresiones se evitarían.
Algo similar existe con la sexualidad y con una práctica que se calla, que ha sido constantemente satanizada, pero que todos -y digo todos, en verdad- hemos practicado no una, sino una infinidad de veces: la masturbación. La masturbación implica el placer por el placer mismo, sin el sacrosanto fin que lleva el pecado de la concupiscencia y que lo perdona: la reproducción. Claro, siguiendo un pensamiento judeocristiano, el ayuntamiento carnal ha de estar sancionado por la o las iglesias vía el matrimonio. Toda experiencia sexual fuera de esto es pecado, fornicación, tocamientos ilícitos. Múltiples sociedades en la historia de la humanidad han visto en la sexualidad y en la masturbación prácticas no sólo normales sino deseables. Pero, con la llegada y la expansión de los diversos puritanismos traídos por las iglesias surgidas del judeocristianismo -incluidas también las emanadas después de la Reforma-, la sexualidad se confinó a la vida privada y la masturbación quedó cancelada y sancionada, pero eso sí, bien practicada en lo privado y a veces a la fuerza o por engaños, como hemos visto en tanto caso de abusos sexuales cometidos por miembros de iglesias de todo el orbe, especialmente en el ámbito católico. Y todo ello penetró en nuestras sociedades occidentales, patriarcales y machistas, tanto en la vida cotidiana, como también en lo académico. Al final, los primeros exploradores, antropólogos, historiadores y arqueólogos verían como tabú todo lo relacionado con estos temas y relegarían a un último término el estudio de la sexualidad en las sociedades de la antigüedad, incluidas las de Mesoamérica. Como afirma Carlos Navarrete en el ensayo que comento: “Con retardo abordó la arqueología este tema, debido a que las evidencias se distribuían en un vasto territorio, atendidas en forma aislada, sin la ventaja de contar con un Corpus que permitiera captar el mensaje, y no sólo considerarlas expresiones plásticas del acto sexual. Por mucho tiempo fueron excluidas de las salas de exhibición de los museos. En el viejo Museo Nacional existió un ‘Salón Secreto’ de acceso limitado”.
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Por su parte, Alfredo López Austin, en su artículo “La sexualidad en la tradición mesoamericana”, publicado en el mismo número de la revista, afirma que en “la tradición mesoamericana no se encuentra el oprobio a Io sexual que se da en otras tradiciones, ni se lo confina a las funciones reproductivas. Aunque se dice en algunos grupos indígenas —como los chontales de Oaxaca, según Peter Turner— que fue el Diablo quien enseñó el sexo a los seres humanos y hasta que él les dio sus órganos sexuales, es éste un diablo mesoamericanizado, no el ser absolutamente maléfico y terrible del Viejo Mundo. Es, simplemente, el señor del inframundo, y sus dominios son los de lo frío y lo sexual”. En efecto, la complejidad de las concepciones diversas sobre la sexualidad entre los pueblos originarios depende del tiempo y del espacio. No es lo mismo hablar de este tema en las representaciones preclásicas de Chalcatzingo, con marcada influencia olmeca, que en el ámbito teotihuacano en el Clásico, que en las referencias fálicas en la zona maya yucateca o huasteca en el Postclásico. Por su parte Stephen Houston y Karl Taube citan un fragmento del manuscrito conocido como “El Ritual de los Bacabes” (en versión de Peter Sail), de elaboración colonial en Yucatán en su artículo “La sexualidad entre los antiguos mayas”, también en ese mismo número: “Me estoy sumergiendo, penetrándoe con los genitales de tu madre y los genitales de tu padre. Eres el deseo de los hijos de las mujeres, el deseo de los hijos de los hombres. Amén”. Pese a la introducción de la moral cristiana en el proceso de evangelización y colonización, pervivieron ciertas concepciones de lo ritual relacionado con la sexualidad, al menos en la enunciación. Claro, como lo vi en el más reciente Congreso de Mayistas, hay nuevas traducciones o interpretaciones del “Ritual de los Bacabes” que, por acaso por un renovado puritanismo, despojan al libro del erotismo que “artificialmente” le había dotado Arzápalo en su traducción del libro.
Como sea, Navarrete apunta a algo interesantísimo y que poco se discute: la idea de la masturbación en su sentido ritual. En su ensayo nos habla de varias piezas que no fueron consideradas como una demostración ritual del caso aunque fueran encontradas en contextos rituales; de igual manera, nos da ejemplos diversos de esta situación: La idea del agua subterránea está presente en el altar de Sivalnajab, Altos Orientales de Chiapas, fechado a finales del Preclásico (600 a.C.- 200 d.C.). (…) Al centro de una moldura escalonada, un individuo reposa con la cabeza sobre el brazo derecho. Con la mano izquierda se masturba. La especie de estanque se abre en dos partes con flores inscritas en cada ángulo. ¿Se tratará de una cueva en cuyo interior agua y fecundidad se conjuntan, propiciando que el líquido fluya al exterior señalado por las flores inscritas a cada lado?” De acuerdo con Navarrete, tal pieza fue confundida con una estela de tal suerte que se exhibía colocada de forma vertical y se perdía el efecto. También nos comparte este pasaje interesante: “De acuerdo con la leyenda, un día en que Quetzalcóatl se estaba bañando, ‘se tocó el miembro viril’ y el semen que brotó dio sobre una piedra de la que nació un murciélago. El animal fue a morder la vagina de Xochiquétzal mientras dormía, y de la herida rociada con agua nacieron las flores -la primavera presente-, símbolos vegetales del sexo femenino y la mensatruación. Sangre y sacrificio, eyaculación y simiente, el propósito es el mismo: regar los terrenos de la diosa, alimentarlos y hacerlos germinar”. Dos ejemplos sumamente sugerentes. Si el agua fertiliza, especialmente aquella venida del inframundo, de acuerdo con la cosmovisión mesoamericana, bien puede tener una relación con los fluidos seminales; igualmente, si existía el autosacrificio que extraía sangre del pene de goberantes y oficiantes en diferentes sociedades y tiempos mesoamericanos con una clara vinculación a ritos de fertilidad o de comunicación con los ancestros, como vemos en el fragmento relacionado con Quetzalcóatl y Xochiquétzal, también la masturbación tendría una significación ritual al dotar a la ceremonia de aquel líquido seminal que fecunda. Y, apunta, “la península de Yucatán es la región con el mayor número de representaciones fálicas en Mesoamérica, muchas integradas a la arquitectura, como en el Templo de los Falos de Uxmal y en muchas construcciones del Clásico Tardío en el norte del área maya”. Relaciona la necesidad de estos ritos a la falta de fuentes fluviales en la Península de Yucatán y a los periodos de sequía que pueden darse en la región, por ello la importancia de un culto a Cháak y rituales fálicos -y posiblemente de autosacrificio y masturbación- relacionados con ello. Lo que vemos en este número especial de la revista Arqueología Mexicana y en otros documentos, como el dossier publicado para tal efecto en 2015 por la revista académica polaca Itinerarios de estudios humanísticos de la Universidad de Varsovia, coordinado por Guillhelm Olivier, donde se profundizan análisis diversos sobre la relación de la sexualidad y la fauna mesoamericana, es que, en lo tocante a Mesoamérica, pero en realidad a muchas de las culturas del orbe, deberíamos estudiar cualquier tema, incluida la sexualidad, sin partir de las bridas que nos coloca nuestra piadosa moralidad occidental. Por supuesto, ello implica necesariamente el respeto a las otredades que existen en el mundo, que tanto en el tiempo como en el espacio llevan prácticas y lógicas propias. No porque nuestro cristianismo cancele todo lo relacionado con la sexualidad y en especial con la masturbación, quiere decir que debemos hacer lo mismo con las prácticas de otras culturas. Que se masturbaban y lo hacían de forma ritual, ¡bien por ellos y ellas! Los efectos positivos de hablar de eso que se calla, tendrían verificativo de inmediato, pues todo aquello que se prohibe, es lo que se busca y, usualmente por las razones erróneas. Hacerlo nos permitirá no ver en todo la presencia o la ausencia de lo cristiano y hará que seamos personas respetuosas con los otros, su vida, su historia y su pensamiento; de paso, hará que no confundamos una bacanal con una Última Cena.
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