Allá por septiembre de 2021 escribí una entrega de esta columna donde hablaba de un hallazgo que se había dado 2018 en Perú: un grupo de arqueólogos habían descubierto el esqueleto de un individuo sepultado con elementos de cacería. Al hacer las pruebas correspondientes se dieron cuenta de dos cosas sorprendentes. Primero, que tenía unos 9 mil años de antigüedad; segundo, que se trataba de una mujer. ¡Una mujer cazadora! Más adelante, continué con mi relato, “según un estudio publicado hoy en Science Advances, es probable que esta cazadora antigua no haya sido la única. Luego del hallazgo del equipo de Haas, se realizó una revisión de sepulturas del mismo periodo que ya habían sido estudiadas previamente en América, y esta revisión reveló que entre el 30 y el 50 por ciento de los cazadores de caza mayor podrían haber sido biológicamente de ‘sexo femenino’”. ¿Fue error de cálculo o de apreciación patriarcal?, es decir, que quizá los paleontólogos y los arqueólogos, al ver elementos de cacería, labor que se pensaba típicamente masculina, determinaron de inmediato que se trataba de varones. Por supuesto, ello nos lleva a replantearnos lo que pensamos saber no sólo de esa historia tan remota, sino en general sobre la participación de las mujeres en muchos otros momentos de la historia de la humanidad. Cito nuevamente a Marylène Patou- Mathise, autora del libro “El hombre prehistórico es también una mujer” (2021): “La prehistoria es una ciencia joven, que nace a mediados del siglo XIX. Es probable que los roles desempeñados por los dos sexos, descritos en los primeros textos de esa nueva disciplina, tengan más que ver con la realidad de la época que con la del tiempo de las cavernas. Es justo el momento en que las teorías médicas se combinan con los textos religiosos. Así pues, a la inferioridad «de orden divino» que aqueja a las mujeres se le añade una inferioridad de «naturaleza», ya que para todos estos médicos las mujeres poseen una identidad anatómica y fisiológica que les confiere temperamentos y funciones específicas. Si damos crédito a estos científicos, las mujeres serían físicamente débiles, psicológicamente inestables e intelectualmente inferiores a los hombres, y estarían menos dotadas para los inventos por ser menos creativas”.
Retomo esta discusión precisamente por dos circunstancias: una nota periodística, por un lado, y lo que escuché en una mesa en el 12vo. Congreso Internacional de Mayistas que se llevó a cabo en la Ciudad de México hace unos días. De acuerdo con una nota publicada en el portal de La Jornada Maya el dos de julio pasado, a partir de un estudio se torpedea, ahora desde la etnografía, el estereotipo hombre- cazador, mujer- ama de casa. “Para investigar esa posibilidad -afirma la nota-, Abigail Anderson, de la Universidad Seattle Pacific (Estados Unidos) y sus colegas analizaron datos de los últimos 100 años sobre 63 sociedades de recolectores de todo el mundo, incluidas sociedades de América del Norte y del Sur, África, Australia, Asia y la región oceánica. (…) Descubrieron que las mujeres cazan en el 79 por ciento de las sociedades analizadas, independientemente de su condición de madres. Más del 70 por ciento de la caza femenina parece ser intencionada, en contraposición a la matanza oportunista de animales que se encuentran mientras realizan otras actividades, y la caza intencionada por parte de las mujeres parece estar dirigida a animales de caza de todos los tamaños, con mayor frecuencia de caza mayor”. Si sumamos este estudio con el anteriormente citado, estamos corroborando la necesidad de repensar el rol de las mujeres en nuestra historia y cuestionarnos las razones por las cuales de inmediato nos viene a la cabeza la idea ese hombre viril, cazador, fuerte, y esa mujer, débil, abnegada, que se queda en casa a realizar labores del hogar. “¡Bibianita, Bibianita!”, como diría Fernando Soler en “La Oveja Negra” (1949) de Ismael Rodríguez.
Por otro lado, en el marco del 12vo. Congreso de Mayistas, en el simposio “Estudios interdisciplinarios de los discursos mayas”, las investigadoras españolas Cristina Vidal Lorenzo (Uval, DHA), Patricia Horcajada Campos (UCM), Gaspar Muñoz Cosme (UPVal), Esther Parpal Cabanes (Uval, DHA) y María Luisa Vázquez de Ágredos (Uval, FGH, DHA) presentaron la ponencia “Desmitificando estereotipos sobre las mujeres mayas” en la que nos mostraron una serie de imágenes que son ocupadas para ejemplificar el mundo de los mayas en la enseñanza de la historia de las civilizaciones de la antigüedad, al menos en su país. Claro, es frecuente ver que se representa a los varones realizando actividades de “hombre” como la guerra, la cacería, el juego de pelota y a las mujeres realizando actividades de “mujer”, como la cocina, el cuidado del hogar o el cuidado de los niños. Más adelante nos mostraron un trabajo que realizan explorando la construcción de la típica casa maya en Yucatán. De acuerdo con lo que nos dijeron, hoy las mujeres participan en la construcción de esas casas, aunque no se reconozca ese trabajo. Van al bosque a abastecerse de las materias. También colaboran en el trazado de la casa. Las mujeres van a la selva a buscar la flor blanca con la que bendecirán algunas de las partes de la casa, las principales vigas. Ellas también participan en la bendición con el balché por los cuatro rincones de la casa y en la cocina se recrea el origen del cosmos. A partir de ello y con el apoyo de una artista gráfica, desarrollaron imágenes en que se muestra interpretaciones de lo que podría haber sido un papel más protagónico de las mujeres en la construcción de la casa en la época prehispánica. Los comentarios de los ahí presentes fueron, en general, positivos ante la propuesta. No obstante, también los hubo que llamaban a la cautela pues, como decía la Dra. Gabriela Rivera, una de las ponentes, “hay que tener cuidado en tratar de aplicar teorías y metodologías de hoy, en este caso de género y feministas, para explicar los fenómenos del pasado maya”. Por otro lado, una lacónica Ana Luisa Izquierdo de la Cueva, historiadora especializada en los estudios mayas dijo que “la cosmovisión de los pueblos mayas, que se centra en los opuestos complementarios, resuelve el dilema, no hay que buscar más”. Y es que una de las investigadoras afirmaba que “el hecho de que no aparezcan representadas las mujeres realizando ciertas actividades en la imaginería maya del periodo mesoamericano, no quiere decir que no realizaran esas actividades”. Cierto, aunque tampoco eso quiere decir que sí. Incluso se habló de la posibilidad de que de las pocas firmas que existen de escribanos mayas del periodo Clásico, una al menos se tratara de una mujer, versión que ya ha sido desestimada por los estudiosos recientemente. De hecho, en una entrevista posterior, la Dra. Rivera me reiteró aquello que dijo en la mesa, y me comentó que “las sociedades amerindias han tenido roles de género muy específicos y hay que dejar de tratar atribuirles roles desde una perspectiva occidental… un error de la antropología colonialista es decir que voy a revolucionar algo, pero desde una perspectiva propia. En Amerindia hay algunos estudios, sobre todo en la Amazonía, que afirman que los roles están tan definidos que alguna transgresión puede generar importantes daños sociales. También, hay instrumentos como los cajetes o las ollas, que no pueden ser tocados por los hombres. En el área maya las mujeres no participan en la cacería porque se dice que ellas pueden propiciar que los animales no vengan o que el Señor de los animales no permita que los animales salgan”. Sin embargo, también me comentó que han existido posibilidades de que se transgredan estas normas. Por ejemplo, en el caso maya, dependiendo de la cultura, la región y el periodo, a la deidad del maíz se le podía representar como hombre o mujer. “En el caso de los huastecos, al maíz se le viste en ocasiones como mujer y en ocasiones con vestimenta de hombre. (…) En al Clásico maya el género es muy diferente a lo que concebimos nosotros y no lo tenemos tan claro. Por ejemplo, la mujer asumía el atuendo del dios del maíz cuando accedían a eventos de tema bélico. Hay un cargo que se llamó Kalomt’e que se pensaba que sólo lo ocupaban los hombres, pero después, para el Clásico terminal, empiezan a ocuparlo mujeres. Esto tiene que ver con un periodo de muchos cambios políticos. Por tanto, algunas mujeres empiezan a tener cargos y usualmente cuando los toman ocupan la vestimenta del dios del maíz”. De hecho, en la ciudad maya de Waka’, hoy conocida como El Perú, en el Clásico, gobernó una mujer denominada Kalomt’e K’abel cuya información podemos ver en esta nota del portal Aprende Guatemala. Como afirma Rivera, al parecer, el colocarse el atuendo de esta deidad, le permitía a la mujer ocupar este tipo de cargos sin crear transgresión. Algo similar pasa con los hombres cuando se relacionan con temas de fertilidad. Incluso, me comenta, hay que pensar qué tipos de géneros y roles existían y qué accionar tenían, pues no sólo había dos.
Evidencias más, evidencias menos, desde el método científico o la mera especulación, el problema está en lo que Alejandro Haber afirma al describir el momento de la conquista de Tucumán, Argentina en el capítulo de libro “Arqueología indsciplinada y descolonización del conocimiento” que aparece en el libro “Arqueología y decolonialidad (2015)”: “Al describir a los habitantes del Tucumán, como dieron en llamar a la región, los cronistas diferenciaron a diaguitas de juríes. Los primeros fueron descritos como moradores de casas de piedra en asentamientos estables y ordenados en la sierra, con agricultura y ganadería; los segundos como nómades de las llanuras orientales, cazadores, recolectores, pescadores, aunque también agricultores, sin viviendas permanentes (Lorandi 1997). Esta primera clasificación y designación (en el sentido de otorgamiento de un apelativo pero también de un significado) decía más de quienes la enunciaron que de quienes fueron clasificados y designados (las negritas son mías). Los juríes, salvajes e indómitos, estaban lejos del modelo civilizatorio –que no era otro que la auto-percepción de los conquistadores– mientras que los diaguitas eran civilizados y ordenados ‘a la manera de Castilla’”. En efecto, esas clasificaciones étnicas y en este caso, de género, tanto si se está influenciado por el patriarcado y su ciencia, como si se fuerza la imaginación en un sentido occidental de género, habla más de nuestra necesidad de clasificar el asunto y de las luchas del presente, que de la realidad vivida por estas sociedades. Lo que me parece fundamental de todo lo dicho en este espacio, es la urgencia de construir categorías de estudio que se adapten a las realidades vividas en estas comunidades, tanto en el pasado como en el presente. Es justo que se visibilice el papel de las mujeres en la historia de la humanidad y hay que hacerlo partiendo de sus momentos históricos, de las comunidades que los habitaron y de sus cosmovisiones y epistemologías.