En su experiencia como hacedor de libros, el artista Luis Felipe Ortega (Ciudad de México, 1966) buscó que la arquitectura de su libro “…Y luego se tornará resquicio”, que es homónimo a la exposición montada en 2022 en el Museo Amparo, “jugara a las pequeñas traiciones para ir construyendo posibilidades”.
Días atrás, en el auditorio del museo, fue presentada esta publicación que da cuenta de la investigación realizada por Luis Felipe Ortega sobre los conceptos del paisaje, la dimensión y el entorno. De igual manera, aborda su relación con el cuerpo y la experiencia física, la inestabilidad y el equilibrio, además de la ambigüedad de lo real y lo indeterminado.
Acompañado por el curador Daniel Montero y Ekaterina Álvarez, subdirectora de comunicación del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM, Luis Felipe Ortega señaló que exposición y libro eran “una especie de espiral” en lo que ha sido su trabajo en los últimos 30 años.
“Muchas estaciones de mi trabajo se han detenido generando distintos trayectos, a veces muy afectivos, a veces abstractos y geométricos, de pronto concentrados en aspectos que tienen que ver con la poesía, como el tiempo, el espacio, los silencios. Lo que he tratado de hacer es que con un primer foco, un primer bombeo de intención, se convoquen estas obsesiones”, expuso.
Acotó que la exposición “… Y luego se tornará resquicio”, que tomó su título de un poema del brasileño Arnaldo Antunes, tenía esa particularidad: “el convocar en cada pieza estos aspectos que me obsesionan y son distintos niveles de experiencia que me acercan a ellos, (pues) el silencio que solo se puede entender a partir de una experiencia particular y es lo que se puede construir para que esta experiencia sea posible”.
Ortega agregó que la exposición apeló a lo que estos trayectos pudieran generar o desembocar en este tipo de acciones y reflexiones: el qué es un horizonte y cómo se sitúa cada uno respecto a ellos, el estar frente a una línea, y cómo ésta se tensa con el espectador, la arquitectura, el espacio.
A partir de ahí, continuó Ortega, el salto a la publicación fue natural y antinatural: pues pasar a ella fue “como toda traducción, una traición, era traicionar ciertas experiencias par a ver si podíamos provocar otras a partir de la publicación”.
Por tanto, dijo, el libro dejó de ser un informe, que ya por sí mismo era interesante, pues se supo que se podía complejizar más, pensando en otras espacialidades, temporalidades, narrativas y secuencias, y esas otras arquitecturas editoriales.
Como señaló el curador de la exposición y colaborador del material, Daniel Montero, el libro tiene una particularidad: que es un catálogo de exposición y un catálogo de la obra en el sentido de su trayectoria.
Al tomar la palabra, expuso que el material editorial se pensó en relación al espacio físico de las salas del museo y del espacio virtual de la página del Museo Amparo, a la par del espacio editorial. “La pregunta vital era cómo el trabajo de Ortega podía habitar estas posibles espacialidades. El catálogo es una de ellas, y se tenía que pensar el cómo se iba a articular la obra del artista, en la bidimensionalidad del libro”, confió.
Refirió además que en la publicación hay una reflexión compleja en términos de textos e imagen que llevó tiempo en hacerse, pues la idea es que la exposición iba marcando el tiempo editorial del libro. “No es que el libro sea una traducción de la exposición, aunque hay momentos de ella, por tanto, es un dialogo temporal de los espacios posibles dados por la muestra”, definió Montero.
Para Ekaterina Álvarez, subdirectora de comunicación del MUAC, el libro “no pierde el pulso de un gran libro, aunque todo el tiempo desafía por la forma en que se manifiesta en las páginas, incluso por la forma que abraza a la materialidad”.