La presencia de Lucia Berlin en México, narradora norteamericana que resulta una diáfana muestra de quienes escriben lo que viven, puede rastrearse a partir de dos momentos. Su aceptación entre los lectores, bien dotados de por lo menos cuatro de sus títulos en librerías, y de sus andares por el territorio nacional, en distintas fechas. Aun sin grandes tirajes o ediciones agotadas, ni ser la suya una obra que proyecte los temas mexicanos, lo que otros escritores norteamericanos sí han hecho; aun sin haberse integrado al universo de la cultura y la literatura mexicanas. A Berlin (1936-2004), podría asegurarse, se le tiene entre nosotros.
Circula ahora un nuevo título de ella, Una nueva vida (traducción de Eugenia Vázquez Nacarino, edición de Jeff Berlin y prólogo de Sara Mesa) que, sumado a los anteriores, Manual para mujeres de la limpieza (2016), Una noche en el paraíso (2018) y Bienvenida a casa (2019), integra la obra completa de esta escritora: la de las experiencias gozosas y traumáticas, la de la cotidianidad signada por la normalidad. Escritura, lo dice la prologuista, “herramienta de supervivencia”.
De Berlin, advertirán los lectores, lo mejor se encuentra en Manual… No por ello desdeñable este nuevo libro, que se divide en cuatro grandes apartados conformados por cuentos, artículos y ensayos, diarios y un atinadísimo apéndice biográfico. Un puñado de textos, generosa y amorosamente resguardados en el tiempo por su hijo Jeff, donde se confirman la relación entre vida y escritura de la autora. “En cualquier texto bien escrito”, leemos, “lo que nos emociona no es identificarnos con una situación, sino reconocer esa verdad”.
Muchos fueron los esfuerzos de Berlin para hacerse de una obra narrativa; una revisión del apéndice biográfico mencionado lo subraya. Con todo y vinculada en diferentes etapas de su vida a ciertos personajes de las letras y la edición norteamericanas, la autora no alcanzó el reconocimiento sino tiempo después. Andanzas, alcoholismo y una marcada inestabilidad emocional fueron clave de su existencia y escritura. “Poso amargo”, identifica ella misma, que arriba cuando un relato o un libro se consigue publicar. “Un recuerdo de que la verdadera alegría de escribir está en el proceso, en el acto en sí, especialmente en esas raras ocasiones en que la historia fluye de manera espontánea mientras el bolígrafo garrapatea sobre el papel”.
Experiencia, la de la escritura, que Berlin explica en “Bloqueada”, último texto del apartado de Ensayos y que pormenoriza la elaboración de “Sombra”, cuento incluido en Una noche en el paraíso y que puede leerse como una narrativa de corte taurino. “En realidad no es un buen cuento, pero sé con exactitud cómo lo escribí y por qué”.
Resulta que Berlin estuvo en Ciudad de México (1991) con la finalidad de “cuidar” a su hermana que padecía un cáncer en fase terminal. “Estaba con ella día y noche (…). Cada domingo mi sobrina Mónica y yo pedíamos a alguien que se quedara con ella, y nos íbamos a los toros a las cuatro (…). En la vida real, las corridas de toros eran el mejor lugar del mundo al que Mónica y yo podíamos ir. Nunca lo expresamos, ni siquiera lo pensamos, pero ahora veo que era así. La muerte llegaba tres veces; a veces mataban al toro a la perfección, a veces no. Las corridas espléndidas y brillantes, las multitudes eléctricas: justo lo que el silencioso dormitorio de Molly [la hermana] en casa no era”.
Corridas de toros
“La historia [“Sombra”] acaba como todas las corridas de toros, con el clamor de las trompetas, los cojines y los claveles oscureciendo el cielo mientras subíamos las escaleras, tomábamos un taxi y volvíamos a casa con mi hermana. O sea, que la historia no habla de las corridas de toros sino de cuánto nos importaba Molly y cuánto la queríamos Mónica y yo. Habla de la valiente y hermosa muerte de mi hermana”.
“Vivir en México le daba terror”, comentó otro de sus hijos, Mark, en el prólogo a Una noche… (“había muchos policías debajo de mi ventanilla. Me sentí mejor cuando uno se sentó en un remolque de equipajes y se puso a hacer un crucigrama”). Aun así escribió un relato más recuperando situaciones y lugares, específicamente el que recrea episodios de la filmación de la célebre “La noche de la iguana”, en Puerto Vallarta: la de Gardner, Burton, Taylor y Huston. “Allá donde iban era como si alguien lanzara una granada por la ventana. Estallaban los flashes, la gente gemía y chillaba, gritaba ¡Aaah, aaah!”.
Lucia Berlin, Una nueva vida, Alfaguara, México, 2024, 330 pp.
@mauflos
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