De nueva cuenta, los conservadores han juntado al resto de sus aliados. Generaron una andanada contra su odiado rival, AMLO, el modelo de gobierno y, de paso, contra su sucesora. La mayoría de los empleados del Poder Judicial, anexados a sus jefes: jueces y demás cabecillas, salieron a las calles armados de expresivos carteles y revelaron su afectado sentir y convicciones políticas de derecha.
Se asomaron las organizaciones empresariales: Coparmex y el Consejo Coordinador Empresarial. Y otras agrupaciones reaccionarias, que responden al gran capital de la plutocracia. Los cinco principales ricos del país querían, de manera abierta y directa, decir lo que piensan, pero no quisieron mostrar sus reales posturas y permanecieron en silencio para seguir actuando tras bambalinas en su comportamiento cotidiano.
Aun cuando la fortaleza de la economía pudo responder de manera adecuada sin pasar a mayores, los mercados levantaron su voz, devaluando al peso, trayectoria ya muy conocida. Siguieron adelante con bancos externos, casas de inversión trasnacionales, medios impresos internacionales y centros de análisis de corte imperial. Mostraron la capacidad de presión de la que son capaces. La factible inestabilidad política poco les preocupa. Para su frustración y pesar, no ha ocurrido.
No tardó en hacer su entrada el emisario oficial del imperio. El embajador estadunidense, que sin pudor alguno, el sombrerudo personaje tomó por su cuenta el micrófono, y sin tardanza, lanzó sus premoniciones. Entraron en la cuenta los masivos asuntos comerciales, la intrincada relación con el norte de América, el complejo tratado comercial y de pilón, hasta la democracia. Su colega canadiense exhibió sus cartas empresariales al entrar en la puja. Con estos dos puntales del poder externo se completó el cuadro. La oposición no podía sentirse más empoderada en su intentona de doblar al gobierno y su continuidad futura.
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Con abundantes sugerencias e invenciones, trataron de disputar la asignación de curules plurinominales. Mediante interpretaciones al texto constitucional, el conservadurismo redobló su golpeteo sobre el Presidente, mediante sugerentes escritos y una marcha de empleados por demás desangelada.
De manera insólita han persistido en posiciones, inventadas por ellos mismos, fraseadas por sus adalides mediáticos, ya muy conocidos. No aprendieron la contundente lección que les dio la ciudadanía en las pasadas elecciones. Cuantificar el apoyo al oficialismo, con 54 por ciento de la votación general, es una errada manera de medir lo sucedido con la voluntad y mandato ciudadano. Queda 85 por ciento del voto, obtenido por la coalición, en cada uno de los 300 distritos para diputados. Esa es la base y sustento del directo mandato mayoritario para legislar como se está proponiendo, indebidamente cuestionado por la oposición. El Presidente y la presidenta electa, no recularon ante la andanada reaccionaria. Siguen adelante con el proyecto de revisión del nombrado como plan C. La reforma judicial continúa su ruta legislativa para completar el proceso, ya bien encaminado, de las transformaciones prometidas. Ninguna de ellas salidas del capricho ni tampoco del coraje o la venganza, como se quiere asegurar. Son complemento del armazón, de izquierda, que ha tomado años ensamblar. Y ya está sobre el terreno lo requerido para dar por concluido la etapa que le tocó al presente gobierno llevar a cabo. La ciudadanía detalla su apoyo, tanto al Presidente como a su gobierno con un sólido 70 por ciento de aprobación (encuesta de El Universal).
Los alegatos que presagian, con seguridades inventadas, hacia un Estado totalitario, carecen del mínimo soporte conceptual. Pura fantasía de reaccionarios.
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