“¡Ganamos!”, se dijo por aquí y por allá con la pausa acordada para la imposición de los aranceles, pero el gritón traicionó el acuerdo, imponiendo aranceles al acero y el aluminio. Pero, ¿en verdad, ganó el magnate sin que su nación sufriera las inevitables consecuencias?
Para el caso mexicano, precisar el objetivo global, atado al tratado, fue y es, el asunto primordial.
Trump no salió ileso. El mundo entero le exhibió sin recato alguno las limitantes de su aparente fuerza hegemónica. Respecto de sus dos vecinos, ambos con excelentes resultados en sus balanzas comerciales, rebelan la incapacidad para competir sin el auxilio de un tratado que refuerce su apertura e integración.
Estados Unidos solo, con su maquinaria industrial, no puede competir contra el mundo y salir airoso. La perspectiva de ir hacia una reindustrialización es utópica. Los costos que tiene insertados son prohibitivos de cara a los que se tienen en Asia. Sus oportunidades están en la tecnología de avanzada y los servicios. Conservan un aparato financiero que, les permite el manejo de enormes cantidades de capital. Pueden con ello apoyar financieramente numerosas y variadas aventuras destructivas. Tienen, además, las grandes ventajas que les otorga su moneda global. La mayoría de las transacciones internacionales siguen atadas al dólar.
Esta situación es otra de sus incapacidades notorias como superpotencia coja: suponer que puede infligir severos castigos al BRICS+ por sus ambiciones de crear una moneda adicional al dólar para transacciones externas. Movimiento que no será detenido tomando en cuenta la voluntad de un creciente número de países de afiliarse a tal cometido.
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La reciente aparición de una minúscula empresa de inteligencia artificial le ha pegado un susto al entorno de poder informático estadunidense. Lo ha obligado a replantear la que, suponían, era una enorme ventaja sobre las capacidades chinas, y en materia militar los misiles hipersónicos rusos.
China ha dado pruebas, contundentes, de haber superado limitantes tecnológicas en áreas muy sensibles para la competencia internacional. La presión, esta vez efectiva de Trump ante Panamá, logró su cometido. Esta nación se separó del gran y ambicioso proyecto de la Ruta de la Seda, que le permitía a China facilidades en puntos estratégicos para el vital transporte marítimo en disputa. Pero ahí está el enorme puerto de Chancay que construyeron en Perú como puntal eficaz para su creciente comercio asiático con América Latina.
Trump quiere revertir el compromiso financiero y militar con Ucrania. Quiere ser el negociador con Rusia para definir el futuro de esa guerra, planteada como indispensable para contener la influencia de Rusia en Europa, así como para eliminar su dependencia del barato gas natural de ese país. Quiere respaldar el genocidio israelí en Gaza y Cisjordania, ya bien documentado por la Corte Penal Internacional, para satisfacer sus pretensiones fascistoides. No sólo personales, sino de la corte de plutócratas que lo condiciona desde muy cerca.
La tentativa de Trump apunta hacia renovar su tambaleante hegemonía mundial. Lo malo de tal apuesta es fincarla en los aranceles como arma disuasiva para imponer, a diestra y siniestra apoyado por una base de cegatones correligionarios locales, frente al ancho mundo, aunque el factor militar permanece, como una opción, en la retaguardia de su mentalidad imperial. Ese es el riesgo.
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