Jueves, julio 17, 2025

Los cuatro Fermines

Destacamos

Al cabo de cuatro generaciones, la dinastía Armilla es ya de las más extensas en la historia del toreo. La alternativa de Fermín IV y su confirmación en la México agregaron un tercer nudo en el tiempo al linaje de matadores de toros con el mismo nombre y apellido –Fermín Espinosa–, que de inmediato recuerda a uno de los mayores maestros de todos los tiempos –Fermín Espinosa Saucedo “Armillita Chico”–, pero asimismo remite a los restantes tocayos de saga tan fecunda. Todos ellos, cada uno en su nivel, han contribuido a que el nombre de Fermín y el sobrenombre Armillita haya alcanzado una resonancia singular en los anales de la Fiesta.

 

Fermín Espinosa Orozco. Nacido en Zacatecas en 1880, al fundador de la dinastía se la ha considerado un simple y oscuro subalterno regional, que ganaba el pan de su familia alternando el oficio de zapatero remendón con el de peón y banderillero. Pero, mediadas las circunstancias de época y lugares en que se desenvolvió su actividad taurina, sin duda modesta, es evidente que no debía ser uno más entre los dedicados a la dura brega con el ganado criollo de entonces. El norte del país –Zacatecas, San Luis, Saltillo, lugares donde fue fincando su residencia– eran plazas taurinas de importancia, y las precarias comunicaciones de su tiempo favorecían la existencia de cuadrillas regionales, entre las cuales debió sobresalir la callada pero efectiva labor de este primer Fermín, al punto que le adjudicaron el apodo de un banderillero español famoso, Esteban Argüelles, de alguna manera relacionado con Armilla, pueblo de la provincia de Granada.

De don Fermín se sabe que fue de los subalternos más solicitados de su tiempo y región, incluidas figuras como Juan Silveti Mañón, con quien cultivó una amistad cercana (de la que deriva la anécdota de la moneda de oro que le lanzó a Fermincito al verlo torear de salón). Debe haber sido ese prestigio de buen torero del padre lo que determinó el traslado de la familia Espinosa Saucedo a la ciudad de México, y sus enseñanzas habrán dejado huella en Juan, el primer matador de la dinastía Armilla, último ahijado de alternativa de Rodolfo Gaona, en doctorado a todo lujo con El Toreo como escenario y Antonio Márquez de testigo (30.11.24, con “Costurero” de Zotoluca).

Don Fermín tuvo tres hijos toreros: Juan, Fermín y Zenaido, que hizo con el primero la mejor mancuerna de subalternos de a pie que ha habido en México, a las órdenes de su hermano menor.

 

Fermín Espinosa Saucedo. El coloso de la dinastía nació en Saltillo (03.05.11), y contaba por lo tanto 16 años, 5 meses y 19 días cuando Antonio Posada lo hizo matador en El Toreo, cediéndole, ante Pepe Ortiz, el toro “Maromero” de San Diego de los Padres (23.10.27). Al debutar en España, su hermano Juan le refrendó en Barcelona este doctorado, sin validez reglamentaria en la península, con el toro “Bailaor” de Antonio Pérez de San Fernando, testigo Vicente Barrera (25.03.28), y se lo confirmaría Chicuelo en Madrid (10.05.28, toro “Gaditano”, de Carmen de Federico, con Curro Puya de segundo espada). A partir de ahí, el crecimiento artístico, técnico y expresivo de Armillita Chico fue creciendo hasta alcanzar la colosal altura que lo convertiría en causante fundamental de la expulsión de los toreros mexicanos de 1936 –el boicot del miedo, lo llamó Juan Belmonte– y la figura más emblemática de la época de oro del toreo mexicano. Se despidió (10.04.49), encerrándose en la México con seis de La Punta –ha sido el único en protagonizar este tipo de encerronas en Madrid, México y Lima–. Y tuvo una fugaz reaparición, ligada a la pérdida de su patrimonio, en 1954, que poco lustre agregaría a su historial de gigantesca figura del toreo.

 

Fermín Espinosa Menéndez. El maestro tuvo tres hijos matadores: Manolo –el mejor heredero de su portentosa mano izquierda–, Miguel –cuyo asolerado estilo brilló, aunque menos de lo debido, entre los años 70 y primeros de este siglo– y Fermín, un poco mayor a Miguel (nació en Aguascalientes el 24 de junio de 1956), con alternativa en el estreno de la Monumental de su ciudad natal (23.11.74: toro “Hidrocálido” de Torrecilla, por Manolo Martínez y ante Eloy Cavazos); Manuel Capetillo padre se la confirmaría en la México (04.01.76), con “Don Chon” de Mariano Ramírez y Curro Rivera por testigo. Fue un torero fundamentalmente académico aunque algo corto de expresión y ambiciones. Nunca toreó en España, pero en el coso de su tierra evidenció con frecuencia su fina clase, al grado que de él llegó a decirse que permanecía “tapado” durante todo el año para bordar “la faena de la feria” cada vez que llegaban las corridas de San Marcos.

Su despedida, en la propia Monumental aguascalentense, llegó el 3 de mayo de 2002, con El Zotoluco y El Juli de alternantes. Es padre de Fermín IV, confirmante en la México el domingo 23.

 

Fermín Espinosa Díaz de León. Nacido también en Aguascalientes (16.04.94), se hizo novillero en España, debutando a fines de 2012 y toreando más bien poco en los dos años siguientes. A pesar de lo cual, sus mentores consideraron oportuno que tomara la alternativa, acto que se concretó en la propia Aguascalientes (01.11.14) con “Zarco” de Montecristo, por Alejandro Talavante y en presencia de El Payo. Su segunda corrida fue la de confirmación en la Plaza México, el 23 de los corrientes, con Miguel Ángel Perera de Padrino y nuevamente Octavio García de segundo espada. El toro de la ceremonia, de procedencia Javier Bernaldo, se llamó “Pata Negra”.

 

Confirmación y oreja. Fermín IV sorprendió gratamente por su temple y finura innatos, pero cualquier veredicto sobre sus posibilidades –que se antojan elevadas– queda pendiente de resolución, dada la falta de trapío y cara de su lote. Como al soso pero pastueño “Pata Negra” lo muleteó por nota, deletreado volapié incluido, recibiría, a manera de beneplácito, una oreja de cortesía. El otro se partió el pitón y mal hizo en intentar faena antes de, razonablemente, abreviar.

 

Ecos de la quinta corrida. Esta vez fue el todopoderoso Perera –máximo triunfador de la temporada ibera– quien eligió unas menudencias aplatanadas para reaparecer cómodamente en la México, donde a estas alturas todo abuso cabe. Y casi labra su ruina, pues su primero era una rata impresentable con la que nada le iba a ser tomado en cuenta, y cuando quiso apretar ante el manso y acobardado 5º se encontró con que a la gente le duraba el cabreo. Pero, sabedor de la debilidad de nuestro público por los toritos de regalo, recurrió al inevitable obsequio, y alcanzó a bordarle a “Emperador” –de procedencia Vistahermosa y pobres hechuras– un escultórico quite, combinación de tafalleras con caleserina, rematado con suavísima larga en los medios, que provocó justo alborozo. Eso y un par de péndulos desde largo para abrir faena agotaron el caudal de embestidas útiles del bichejo, que doblando las manos lastimosamente terminó refugiado en los tableros. Hasta allá fue Perera para montar una especie de pugilato, sucesión de medios pases sobre las piernas, abrazado de continuo a los cuartos traseros para hacer la noria con aquel remedo de embestida. El alarde de arrojar la falsa espada para cambiarse la muleta de mano repetidamente promovió inexplicable alboroto, y aunque su estocada fue muy defectuosa, la agradecida multitud se las arregló para arrancarle la segunda oreja a Chucho Morales, que de por sí vive con el pañuelo en la mano.

La actuación de El Payo tuvo todo –actitud, raza, torería, valor, de pronto hasta sentimiento–. Todo menos toros, pues de tres que lidió –regalito incluido– no se hacía uno. Llevado de su afán de agradar prolongó en exceso sus trasteos, cuando nada podía prosperar ante tales sabandijas.

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