Un disturbio tropical provocó que en Huauchinango cayeran 487 milímetros de lluvia en 72 horas, lo que sumado con la proliferación de asentamientos irregulares, provocó daños severos en la Sierra Norte, afirmó Luvia Sofía Gómez Texon, meteoróloga del Centro Universitario para la Prevención de Desastres Regionales (Cupreder) de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (UAP).
En entrevista con La Jornada de Oriente, la especialista afirmó que aunque se trata de precipitaciones atípicas, en la Sierra Norte cayó menos lluvia que en 1999, cuando se registraron más de 600 milímetros, no obstante los daños fueron similares.
La especialista precisó que, contrario a la información que circuló en medios, la tormenta tropical Jerry no tuvo influencia meteorológica en la región, ya que se encontraba demasiado lejos para generar precipitaciones. El fenómeno que afectó Puebla fue una vaguada, es decir, una baja presión que propicia la formación de nubosidad intensa y lluvias extraordinarias, con apenas 10 por ciento de probabilidad de desarrollo ciclónico. Por tal motivo, no llegó ni siquiera a ser depresión tropical, a diferencia de las condiciones que predominaban en 1999 y en 1955, cuando el huracán Janet impactó la entidad.

Según los datos de Gómez Texon, en tres días se acumularon 487 milímetros en Huauchinango, equivalentes a cerca de 400 litros por metro cuadrado, cifra considerada extraordinaria por los especialistas. Sin embargo, la variabilidad climática en la Sierra Norte hace probable que ese tipo de fenómenos se repitan, particularmente en años de suelo saturado por lluvias prolongadas y consecutivas. Si bien las precipitaciones de los últimos días descendieron levemente, la alerta permanece activa porque octubre sigue siendo un mes crítico y la temporada de lluvias concluye en noviembre.
La meteoróloga destacó que los daños observados obedecen a que una gran cantidad de población asentada en zonas de cerros o cerca de los ríos vive en condiciones irregulares y fuera de toda planeación urbana. La invasión de las riberas y las modificaciones en el uso de suelo, de forestal a agrícola, ganadero o urbano, generan mayor vulnerabilidad y propician deslaves ante lluvias fuera de lo habitual. “La función de los bosques es retener el agua y permitir su infiltración, pero al disminuir la cobertura vegetal, aumentan los deslaves y el riesgo de desastre”, apuntó Gómez Texon.
La ausencia de prevención y regulación de construcciones, además de la falta de actualización de los atlas de riesgo municipales, es un factor que agrava la emergencia. Gómez subraya la necesidad de implementar sistemas de alertamiento construidos con las comunidades locales, tomando en cuenta sus usos y costumbres, porque en muchas zonas, el acceso a redes sociales o internet es limitado o inexistente durante una emergencia.



