En torno a sus 5 mil 426 metros sobre el nivel del mar y su edad, que ronda los 730 mil años, además de su continua y evidente actividad volcánica que actualmente lo mantiene en semáforo amarillo fase 3, del volcán Popocatépetl surgen, como fumarolas blancas y potentes, otras preguntas: ¿por qué le dicen don Gregorio?, ¿desde cuándo le llaman así?, ¿qué es un tiempero, quién es y cuál es su relación con el volcán?, y ¿qué relación guarda don Goyo con los pueblos actuales y la tradición mesoamericana?
A partir de la información vertida en medios de comunicación y en redes sociales, en donde han fluido, abruptamente como lava volcánica lo mismo datos falsos, imaginarios, inventados y hasta de plagio por encima de datos verificados, el antropólogo Julio Glockner se apresura a dar un profundo y concienzudo abordaje a estas preguntas, como parte de su trabajo de décadas en torno al volcán, que ha sido contenido en libros clave como Los volcanes sagrados: mitos y realidades en el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl.
En una conversación con Aurelio Fernández Fuentes, también conocedor del volcán desde hace más de 30 años, antropólogo y periodista recuerdan la ocasión en que, acompañados por amigos entusiastas de la montaña, subieron al Popocatépetl para conocer no solo su geografía volcánica sino su faz: aquella otorgada por el pensamiento de los pueblos que habitan sus faldas, que han convivido y vivido con él, que dialogan e incluso, a través de los tiemperos, les deja saber sus necesidades, dolencias y deseos.
La plática grabada, que puede verse en las redes sociales y en la página de La Jornada de Oriente, inicia con un recuerdo vigente: cuando hace unos 20 años, durante una subida al volcán, acompañando a Jean François Boyer, director en México del periódico francés Le Monde, que hacía un reportaje sobre el Popocatépetl, apareció un personaje: un hombre de cabello y barba cana, con mirada profunda, directa y clara que, vestido con un pantalón café y una chamarra roja, por los que se presume se colaba el frío de la montaña, miraba directo a la cámara fotográfica mientras descendía con paso firme.
Aquella fotografía, tomada entonces por una alumna de Julio Glockner, aparece en una nota de la revista México Desconocido en la que se “inventa” que este hombre que desciende es un “tempero” (sic) que era muy reconocido en la zona, dando “vuelo a la imaginación”.
“Esto no tendría importancia porque las redes están llenas de barbaridades, si no fuera porque le faltan al respeto no a mí, sino a una tradición, banalizando las cosas. Que la gente comprenda que no es una ingenuidad de los campesinos, no es un acto de candor el llevarle tequila al volcán, algo pintoresco. Hay que sacarse la idea de eso, porque el ayuntamiento (de San Nicolás de los Ranchos, de donde suben los tiemperos y el pueblo), y los gobiernos de los estados (de Puebla, Estado de México y Morelos) han folclorizado las tradiciones indígenas o campesinas de origen indígena. Es la vía más fácil para banalizarlas. Hay que hacer un esfuerzo y profundizar en estas cosas”.
En la charla, para dar luz sobre lo que rodea al Popocatépetl y su relación con los pueblos, Aurelio Fernández da cuenta de otro momento: aquel ocurrido en junio de 1989, cuando en el periódico La Jornada apareció un reportaje sobre el culto a los volcanes denominado “Los volcanes y los hombres”.
Aquel reportaje, recordó, fue propuesto a Carlos Payán, director de La Jornada, por quienes buscaban fundar a La Jornada de Oriente en Puebla y Tlaxcala para convencerlo de darle su respaldo al proyecto. “Al leerlo, Carlos Payán se quedó muy apantallado, vio las fotos de Everardo Rivera y llamó a la editora Dolores Cordero para que saliera un perfil en La Jornada”.
Aurelio Fernández reparó además que en su libro Los volcanes sagrados, el propio Julio Glockner comienza diciendo: “Este libro es producto de un sueño”. Entre el 2 y el 3 de mayo, cuenta el antropólogo, el equipo pasó la noche en el albergue de Tlamacas, Estado de México, a recomendación de Alejandro Rivera, miembro del equipo de entusiastas que caminaron cuesta arriba.
Aquella noche, refirió el investigador, no concilió el sueño: “me despertaba a cada rato un haz de luz que soñaba yo debía de mantener en el centro de una cosa que era al mismo tiempo un ombligo humano y el cráter, se movía y yo tenía que estar tratando de que ese rayo de luz estuviera en medio y eso no me dejaba dormir, me despertaba a cada rato. Les comenté de este sueño. Cuando conocimos a don Antonio (Analco, el tiempero) al día siguiente, me fui de espaldas cuando nos dijo que íbamos a subir al ‘ombligo’, y nosotros no sabíamos a dónde íbamos (…) si le doy vuelo a una cosa mística, puedo decir que fue una premonición; yo estas cosas no me las creo, pero sí fue una coincidencia impresionante”.
En ese sentido, Aurelio Fernández mencionó además que, en 1986, cuando trabajaba con alfabetizadores de varias escuelas de Puebla y Ciudad de México, se encontraban en San Buenaventura Nealtican y en San Mateo Ozolco. “En las asambleas nocturnas cada uno informaba lo que había hecho y todos recurrentemente llegaban a decir que les habían contado que se hace una ceremonia al volcán (…) Nunca había oído eso (…) Le dicen Gregorio, dicen que se aparece en su caballo blanco, que le hacen una ceremonia”, contó el director de este diario. Aquella historia, prosiguió, se complementaba con otra: la contada por Estefanía García, una alumna que dijo que su abuelo don Trinidad había sido tiempero de Nealtican, recordando la forma en que ahuyentaba al granizo: con un círculo de cal y dos metlapiles, y que en realidad su nombre en náhuatl era tlatachque, el que trabaja el tiempo, el que sabe leer el tiempo (meteorológico), el que sabe atender al volcán.
Toda esta información, apuntó, fue parte del reportaje de 1989 el cual, por primera vez, llevó a las urbes el nombre de Gregorio, como se le conocía al volcán Popocatépetl, pues si bien se sabía que había graniceros en el Estado de México, una aportación del antropólogo Guillermo Bonfil Batalla, no se sabía que de este lado del volcán se les llama tiemperos o quiaclaxques.
Años después, gracias a la UAP y a Francisco Bada, se hizo una reproducción ampliada del reportaje de 1989 con dos artículos nuevos y más fotos, que se distribuyó ampliamente entre los suscriptores de La Jornada. Uno de esos artículos fue “Misioneros del temporal”, avances de una investigación financiada por los desaparecidos Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes entre 1989 y 1999, de Julio Glockner, con una introducción por los 11 años que habían pasado entre una publicación y otra, misma que este 2023 cumple 34 años de haber salido a la luz.
Gregorio, ligado al ciclo agrícola y a la fiesta de Tlacaxipehualiztli
El antropólogo Julio Glockner sostiene su versión de por qué al volcán Popocatépetl se le llama Gregorio. Como hace 34 años en el perfil “Los volcanes y los hombres” publicado en La Jornada, dice que la conmemoración al volcán está basada en el ciclo agrícola que comienza el 2 de febrero y termina el 2 de noviembre, cuando se comparte con los espíritus de los muertos el producto cosechado en la tierra.
“Son nueve meses que comienzan el 2 de febrero con la bendición de las semillas, que siguen el 12 de marzo con el cumpleaños del volcán y continúan los días 2 y 3 de mayo, el día de la Cruz generalizado en el que se pide la lluvia, luego el 15 de mayo que es día de San Isidro labrador, en junio con San Antonio en Santiago Xalitzintla, luego el 30 de agosto con la festividad de Santa Rosa, y luego un momento de agradecimiento por la cosecha hasta el 29 de septiembre, día de San Miguel, en donde se hacen cruces de pericón, y finalmente el 2 de noviembre, donde se comparte la cosecha con los difuntos”, relató el también autor del libro La mirada interior.
Así, acotó, el festejo a don Goyo está ligado al ciclo agrícola que, como se dijo, inicia el 2 de febrero que era la fecha que comenzaba el año nuevo según Fray Bernardino de Sahagún, que es el Día de la Candelaria en el que se lleva a bendecir al niño dios y a la semilla, siendo esta la deidad joven del maíz, Centeotl o Piltzintecuhtli, el dios del maíz de los nahuas, asociado al niño Jesús.
“Para el 12 de marzo ya se tiene barbechada la siembra, siendo una ceremonia de anticipación de que viene la siembra, entre marzo y mayo, por lo que se pide la lluvia. Luego viene el periodo del crecimiento, desyerbe y abono, hasta agosto que empieza a jilotear las primicias de septiembre, y luego llega el corte de la mazorca tierna y de la madura, acercándonos a octubre y noviembre”.
En su caso, también entrevistado, el arqueólogo y antropólogo Eduardo Merlo explicó que en el caso concreto del Popocatépetl o Xaliquehua, una de sus fiestas más importantes coincidía con el principio del mes Tlacaxipehualiztli, la fiesta de desollar gente, de desollar hombres, pues concebían que estaba la naturaleza a punto de cambiar, dejando al invierno triste y empezando a florecer, por lo que para los pueblos el despojar a una persona de su piel era una manera de invocar este cambio.
En estas fiestas del Tlacaxipehualiztli, continuó el también cronista y locutor de radio, empezaban el 12 de marzo, día de San Gregorio del calendario gregoriano, no del juliano. Apuntó que cuando a los mesoamericanos los obligaron a que ya no pensaran en sus antiguos dioses ni hablaran de ellos; entonces los disfrazaron. Así, uno de estos disfraces fue para la fiesta del Tlacaxipehualiztli, que coincide en el calendario cristiano con la fiesta de san Gregorio Magno, por lo que los pueblos decidieron que el volcán se llamaría Gregorio, y a él se le cantaría y se le bailaría.
San Gregorio, aclaró, corresponde al calendario gregoriano, ello por la corrección hecha por el papa Gregorio XIII, quien decretó que del 4 de octubre se pasaba al 14 de octubre. “Dicha decisión se debió a que en la época de Julio César no calcularon que el año tiene 365 días y un cuarto, sino que lo tomaron como 365 días cerrado, y ese cuarto se fue acumulando y con el tiempo se tuvo un error de 10 días en cuanto el calendario regido por el movimiento del sol”, expuso Merlo.
En el caso de la Iztaccíhuatl, Eduardo Merlo dijo que su fiesta coincide con la fiesta de época de las cosechas, que en el calendario cristiano es la fiesta de Santa Rosa de Lima, y por tanto es Rosita.
Como apunta Julio Glockner el llamarle Rosita, un apelativo que se escucha en Xalitzintla con don Antonio y su esposa doña Inés, así como de la voz de su mamá de esta, doña Anselma, ya fallecida. “Rosita es casi seguro un culto que introdujeron los dominicos, que se debe a Santa Rosa de Lima, del 30 de agosto, una santa peruana asociada con lluvias e inundaciones, que es la primera santa de América, cuyo culto fue introducido por dominicos en el valle central, aunque en los pueblos del volcán no tienen en su altar familiar alguna representación de San Gregorio o Santa Rosita”, refiere.
Don Antonio, el tiempero que sueña a don Goyo
A don Antonio, el tiempero de Santiago Xalitzintla, don Gregorio se le presenta en sueños, afirma Julio Glockner. El antropólogo recordó que, en una primera entrevista, don Antonio le dijo que a don Goyo lo sueña. “Don Antonio quedó huérfano de padre muy pequeñito, él quería ir a la escuela, pero su padrastro no estaba de acuerdo, por lo que le regaló un lápiz y le dijo que cuando se acabara el lápiz se saldría de la escuela. Él cuenta que lo estuvo usando hasta lo último, casi con los dedos, hasta que finalmente lo mandaron como boyero al monte. Es ahí en esas largas horas que pasaba en el monte solo, cuando seguramente se quedó dormido y apareció en sus sueños un anciano: era Gregorio Popocatépetl, que le preguntó si sabía tejer estambres, y él dijo que no sabía, y entonces Gregorio le dijo que tenía que aprenderlo porque lo iba a hacer el resto de su vida. Esos estambres que le encargó Gregorio Popocatépetl tejer son los listones que se tejen en la danza de la varilla, y año con año él cumple con ese compromiso”, relata memorioso.
A la anotación hecha por Aurelio Fernández en el sentido de que ese nombre, el de Gregorio, lo tenían también en San Mateo Ozolco y en Nealtican, Julio Glockner mencionó que se debía a que, como tiemperos, en el primer municipio estaba Manuel Jiménez y en el segundo Trinidad Grande, quienes trabajaban al lado del papá de Antonio Analco, y subían juntos al volcán. Refiere, además, que al morir el papá de don Antonio, los otros vieron con recelo al joven Antonio, pero luego lo aceptaron.
Aurelio Fernández acotó que Manuel Jiménez, el tiempero de San Mateo Ozolco, es también llamado Quiaclaxque, término en náhuatl que puede leerse como “sacerdote de la lluvia”, quien hacía sonar por las mañanas las campanas de la iglesia anunciando cómo sería el tiempo del día, leyendo las nubes en la Malinche o el Pico de Orizaba, dando “el parte meteorológico” al pueblo.
Entre estos tres tiemperos, contó Julio Glockner, había un distanciamiento por lo que él, como antropólogo, tenía que lidiar: cercano a don Antonio, no podía estarlo con don Manuel y don Trinidad, pues era como traicionar al primero. “No me podía acercar a ellos porque era como una deslealtad hasta que se dio la oportunidad, y ahí don Trinidad me presentó con la Volcana, la Iztaccíhuatl, en la cascada, y fue muy conmovedor”.
Dicha ceremonia, a la que Fernández recordó ser introducido por el propio Glockner, es más entrañable por la participación de las mujeres que recogen piedritas en la cascada, además de doña Anselma, que lleva unos calzones rosas y no blancos en ofrenda, pues “los colores tienen mucha importancia”, como notó el antropólogo. En ese sentido, continúa, una cruz es un instrumento mágico que recoge las fuerzas del cielo y las proyecta sobre los campos de cultivo, por lo que es importante el cómo se ataviará esa cruz y entre pueblos habrá diferencias simbólicas: unos grupos piensan que el blanco atrae las nevadas, el frío y el granizo, pero para otros es sinónimo de pureza y pondrán flores de nube o alcatraces; el rojo jalaría calor para algunos, y para otros es la sangre de Cristo. Así, visto en conjunto, si un grupo se entera que se usan colores que no corresponden a la simbología, entonces son los responsables de que el clima no esté en orden.
Un momento importante, coincidieron periodista y antropólogo, sucedió en 1994, cuando el ritual a don Gregorio se convirtió “un poco en mercancía” para el tiempero y los que querían ser tiemperos. Ello, ahondó Aurelio Fernández, se reflejó en la subida de 1995, cuando los pueblos del entorno dijeron que el volcán había hecho erupción porque ya no había ceremonias, lo que provocó que pobladores de Atzala fueran a buscar a don Antonio Analco, al que no encontraron, para en su lugar hallar al rezandero Nazario.
Al subir, don Antonio Analco preguntó qué había llevado el pueblo de Atzala a don Gregorio, a lo que estos respondieron que un traje de guerrero azteca, mientras que él llevó un “traje de licenciado”, a petición del propio volcán en un sueño. “Tanto el traje de guerrero azteca como el de licenciado se colocaron en las cruces. Ocurrió que algún mayordomo le dijo al cura, y entonces él empezó a atacar a don Antonio y al culto”, recordó Glockner. El hecho se reforzó el 2 de febrero de 1996, en la bendición de semillas, pues además de granos las mujeres llevaban piedritas de la cascada de la Volcana en su chiquihuite, mismas que luego colocarían en las esquinas del cultivo para proteger la siembra, lo que llevó al cura a cuestionarlas y negarse a bendecir la ofrenda, provocando tristeza y preocupación. “Ahí es cuando se empieza a dividir el culto aceptado por todo el pueblo con la iglesia”, afirmó el investigador.
Por tanto, lamentó que el ritual se haya desvirtuado en manos de los mayordomos de Xalitzintla, quienes también difamaron a don Antonio de “clavarse” un dinero, cosa que no ocurrió, lo que provocó el distanciamiento con los mayordomos de Chalma y del señor del Sacromonte, quienes también acompañaban al pedimento el 12 de marzo.
Otro evento fue el ocurrido cuando la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas, a través del entonces Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias, “apoyó” al culto dando dinero. “Fue error de un antropólogo, porque creo que no se deben financiar los eventos religiosos, pues se rompe la red de colaboración y colectiva para sostener el culto que por décadas unía a los mayordomos. Si se inyecta dinero de fuera, esa red se deshace y le quitas el sustento social al culto”, consideró.
A esto, recordaron Fernández y Glockner, se le suma lo hecho por el ayuntamiento de San Nicolás de los Ranchos hace dos años, cuando propuso “una excursión al Mictlán” (sic), algo que no tiene que ver con el ritual a don Goyo, que provocó que decenas de personas quisieran subir al “ombligo” del volcán. “No pueden promover turísticamente a un municipio a costa de desvirtuar el ritual que tiene una larguísima tradición, incluso prehispánica”, criticó el antropólogo.
Un regreso a Ometéotl, a la dualidad que se desdobla al infinito
Entre anécdotas, como la de aquella vez que tenían que llevar un acordeón para don Goyo, o cuando todos tenían que portar un sombrero beige a petición del volcán, o la trompeta que llevó de regalo una reportera de National Geographic que dejó de sonar debido a las peleas por ella, pues el volcán “le quitó el sonido”, Aurelio Fernández y Julio Glockner mencionaron lo ocurrido este 2023, cuando debido a la actividad volcánica el Centro Nacional de Prevención de Desastres limitó el acercamiento al volcán a un radio de 12 kilómetros, lo que “impidió” que, como cada año, se ofreciera el ritual de festejo a Gregorio.
“Este 12 de marzo, si bien no se pudo subir, el grupo comandado por don Antonio fue al terreno del tiempero y desde ahí se hizo la ceremonia con grupos que lo han acompañado de manera cálida y solidaria, danzantes de la mexicanidad, que se refieren a él como el abuelo y a su esposa Inés como la abuela. Lo cobijaron porque se sintió abandonado por los mayordomos”, cuenta el antropólogo, quien mantiene comunicación con el tiempero.
Acotó que para don Antonio es importante seguir cumpliendo aún sin las mayordomías, pues no son indispensables para estos trabajos, ya que el compromiso de los tiemperos es con el volcán, porque lo han adquirido de muchas maneras: golpeados por un rayo, por una enfermedad o por sueños. “Don Antonio hace bien en cumplir, aunque lleve un ramo de flores que arranque en el campo y una veladora; no es necesario hacer ofrendas suntuosas”.
Este año, agrega Glockner, el ritual dio un giro interesante, pues ya no hay alabanzas del rito católico, sino que ahora son dedicadas a Ometéotl, en labios de los grupos que lo acompañan. Ello, aclaró Glockner, porque de don Antonio no se sabe lo que dice, pues siempre su invocación es por medio de un susurro que se puede ir sobreentendiendo, pero no con precisión.
“Entrega su ofrenda, se encomienda, pero el discurso ya está en torno a Ometéotl. Es decir, estamos regresando a la época prehispánica, a esta deidad suprema que es la dualidad sagrada que opera en función de una polarización complementaria: lo alto y lo bajo, lo frío y lo caliente, lo húmedo y lo seco, lo masculino y lo femenino, lo bueno y lo malo, etcétera. Esta deidad es invisible porque es todo, porque se ha desdoblado, que no tiene representación, no está en los códices, ni en pinturas murales. Es una dualidad que se desdobla hasta el infinito, hasta permear todo lo que existe: desde una estrella, hasta un árbol, hasta un río. Es una dialéctica que no es hegeliana, que no se resuelve en una negación de la negación, sino que mantiene esa polaridad complementaria y ese equilibrio. Por ejemplo, las enfermedades humanas, pues si te enfermas de frío necesitas alimentos, baños o bebidas que introduzcan el calor y saquen el frío, o la inversa”.
Por tanto, afirma Julio Glockner, “es una concepción interesante a la que se está regresando accidentalmente gracias al rompimiento con el mayordomo”.
Un hombre que no deja huellas, un llamado a relacionarse con la naturaleza
Sobre la fotografía, la del hombre bajando la montaña aparecida en la revista de circulación nacional que lo llamó un “tempero” (sic), el antropólogo Julio Glockner recordó que seguramente se trataba de un indigente, a quien el grupo invitó a sumarse al festejo a don Gregorio, siendo doña Inés, la esposa de don Antonio, quien le ofreció mole y aquel hombre lo comió con una tortilla, mientras que don Antonio dijo que aquel desconocido debía ser “mecánico”, por lo sucio que iba en su rostro y en su ropa.
De regreso a Santiago Xalitzintla, ya en la casa del tiempero, doña Anselma, la mamá de doña Inés, escuchó de Julio Glockner la anécdota y concluyó que aquel hombre era don Gregorio, a lo que niños que escucharon la charla de los adultos la interrumpieron para decir que sí, pues al venir frente a ellos “sus pies no dejaban huella en la nieve”.
“Es interesante porque se retroalimenta el mito. Esos niños de ahora 40 años le van a contar a sus hijos que vieron a Gregorio y no dejaba huellas en la nieve”, sonríe Julio Glockner como comentario final de la larga y nutrida conversación.
También a manera de cierre, Aurelio Fernández llama a que la versión se escuche por respeto a algo que le aprendió al volcán: la forma de relacionarse con la naturaleza. “Decir que el pensamiento occidental es: usa la naturaleza para tu beneficio, para enriquecerte, es el origen del deterioro. En cambio, en el pensamiento prehispánico se piensa: a la naturaleza le pertenezco, tengo que negociar con ella, tengo que hacer un ritual, pedir permiso y respetarla. Este pensamiento, que aplica en el culto a los volcanes, tiene que ver con el respeto a la naturaleza, que es el ecologismo actual y el ecologismo del futuro. Creamos o no que se aparece don Gregorio a caballo, o doña Rosita en los lavaderos y baja a lavar su ropa, es una forma de estar entrelazado con la naturaleza y es lo más interesante del asunto”, concluyó el director de esta casa editorial.