Liliput, aquella isla literaria en la que su territorio y sus habitantes son pequeños, es el nombre de la galería experimental gestada hace ocho años en la ciudad de Puebla que, si bien es pequeña en medida, no lo es en su campo de acción y su labor cultural enfocada en cobijar y difundir a creadores de mediana carrera, cuya obra multidisciplinaria es contundente, robusta y de propuesta.
Rebeca Martell y Devin Cohen celebraron los ocho años de Liliput como mejor lo saben hacer: recibiendo, en “una entrada siempre libre”, la música envolvente y disruptiva de la banda mexicana Man in Motion, dupla que contiene la voz de Sarmen Almond, una cantante y compositora con máster en Artes Vocales por la Universidad de la Sorbona en Francia, y el músico y compositor Omar Lied.
Ocho años, señala Rebeca Martell, se dicen pronto para un espacio como Liliput, pero en realidad ha sido un camino con muchas altas y bajas. “Ha sido una curva de aprendizaje fuerte e intensa, porque cuando se estudia artes no se sabe lo que se espera del mundo”, afirma la fotógrafa de oficio.
En su experiencia, dice en una entrevista, el no saber qué es lo que depara el futuro a los artistas es algo fuerte. Como ejemplo, recuerda que durante la contingencia sanitaria se enroló a una nueva universidad: “me daba mucha ternura ver que mis compañeros que estudian artes querían expresarse de una manera natural, querían dibujar. Pero de eso no se trata. Buscar un lugar en el mundo y convertirse en artista es una metamorfosis muy fuerte para cualquier persona. En esa metamorfosis vas a encontrar tu lugar en el mundo, y te darás cuenta que los marcos legales, los sociales, todo el mundo que te rodea, te limita y constriñe, por lo que no es tan sencillo el pintar y el dibujar”.
Por tanto, continúa la artista, sabe que de lo que se trata es de construir un mensaje, que sea fuerte y claro, y no se deje moldear por otras voces. Eso mismo, dice segura, pasa con los espacios y foros, sobre todo aquellos que tienen como punto de partida a creadores en activo, como es su caso y el de Devin Cohen. “Ha sido muy fuerte, no sabíamos en lo que estábamos y cómo la gente lo iba a recibir. Ha sido bonito y fuerte saber en qué circunstancias nos desenvolvemos, porque el parámetro ha cambiado: desde que se inició la era Fonca a este momento es diferente, pues la forma de subsistir y existir de los artistas es diferente, ha cambiado radicalmente el ser un artista en el siglo XXI”.
Incluso, Martell reflexiona sobre el escenario artístico, cultural, de gestión y de política cultural en Puebla, y duda que vaya a cambiar. Ello, porque considera que, si bien “en apariencia” existe una mayor infraestructura para el estudio de las artes, pues ya no es lo mismo que en los años 90 del siglo anterior cuando ella se formó, no sabe si este acceso a la información que tienen las nuevas generaciones les permite realmente acercarse al otro, comunicarse con el otro, lo que hace el artista.
Prosigue que precisamente, el ser artista y el coordinar al lado de Cohen un espacio como Liliput, tiene que ver con el mensaje y a quien se quiere llegar. “En gestión cultural siempre se dice que no existe un público en general y eso es cierto: es como cualquier palabra, pues sí tienes que saber a quién le estás hablando”.
Compara lo que sucede en las instituciones, las cuales no tienen funcionarios con el interés y la formación necesaria para lanzar los mensajes correctos, sino una información general que no llega a algún lado. “Estamos en una vorágine de información que sí tiene que segmentarse y dirigirse hacia algún lado. Es saber a quién se habla, de qué habla el trabajo. Es muy delicado, es la plataforma en la que se desenvuelve el mensaje”.
Añade que justamente en la galería Liliput, llegan personas interesadas que no van en la búsqueda de informaciones generales. Sus artistas, de igual forma, son talentos que no encuentran lugar, que a decir de los demás espacios y foros no tienen potencial, pero cuya obra es interesante y consolidada.
Por tanto, afirma Rebeca Martell, en Liliput la apuesta es darle espacio a artistas que han luchado, que ya cuentan con una mediana carrera y tienen hecho su trabajo. Lo importante, dice, es “la fuerza de los contenidos, que su mensaje esté presente y la gente pueda sentirlo”.
No obstante, dice reflexiva, a este aniversario Liliput llega a sobresaltos, pues, aunque pequeño, el espacio sí toma energía y tiempo administrarlo. “Tenemos un archivo vivo y cada paso, cada cosa que hacemos, se archiva. La tarea es generar archivo del espacio mientras se genera lo propio, a la par de generar propuestas a futuro. No tenemos ya la fuerza para articular tanto. Si nos hace preguntarnos si por este proyecto queremos seguir produciendo o dar otros pasos, estamos revalorando si queremos seguir o dedicarnos a nuestras carreras, si tiene un impacto, porque si no es hablarle a nadie”.