En tiempos de la 2ª Guerra Mundial, ¿habría algo peor –más peligroso, me refiero– que ser judío y vivir en las geografías dominadas por la Alemania nazi? Sí: sumado a eso, ser además homosexual. Tal “identidad” es la que caracteriza a Hans (Franz Rogowski), el protagonista central del film austriaco Gran libertad, dirigido por Sebastian Meise, Premio del Jurado de la sección Una cierta mierda del Festival de Cannes 2021. Hans sobrevive a los campos de concentración, pero no obtiene su libertad con la victoria aliada: en 1945, le envían de inmediato a prisión, justo en razón (en sinrazón) del infame Párrafo 175, legislación del código penal alemán que condena la sexualidad entre personas del mismo género. Sin seguir un orden cronológico, la película presenta alternativamente a Hans a lo largo de su vida carcelaria –en los 40s, 50s y 60s– de la que recurrentemente entra y sale, sale y entra, al no esconder su homosexualidad y menos renegar de ella. Él es eso y así, y asume las consecuencias.
Siempre encerrado en la misma prisión (que por ende ha convertido en su espacio), en esos años Hans entabla amistad –más lo que clandestinamente se pueda– con algunos compañeros. La principal y más longeva, extrañamente, con Viktor (Georg Friedrich), un homófobo condenado a cadena perpetua por asesinato. La violenta reacción inicial de Viktor contra Hans, al paso del tiempo va cambiando a vínculos de mayor y mejor fraternidad, de apoyo e incluso de cierta dependencia, que –hasta donde es posible en un entorno así– acompaña y humaniza sus días. No son “el uno para el otro” ni mucho menos, pero de a poco se entienden y se completan, entre murallas que les coartan la libertad. Las de Viktor, físicas y judiciales (su cadena perpetua); las de Hans, la automática negación a su derecho íntimo de ser homosexual, que clausura sus esperanzas como persona. Ante ello, ¿sirve de algo la “libertad” que está más allá de muros y barrotes? ¿O es acaso que la libertad –la gran libertad verdadera– se origina desde dentro de cada sometido?
Gran libertad es una película austera, adulta, profunda, sin las truculencias a que a veces orillan los ámbitos de la homosexualidad y la vida carcelaria. Aunque a ratos explota, es también sutil y matizada, en mucho por la excepcional actuación de Rogowski, al que sientes perfecto no para el rol, sino para “ser” justo esa persona llamada Hans Hoffman. Debe quedar claro que Gran libertad no es una película sobre ser homosexual y sus dilemas sociales; eso apenas es punto de partida, ya inmerso y procesado en Hans. En cambio, es una cinta sobre principios y sobre la indeclinable vocación de respetarlos, en especial a contraflujo de las circunstancias. Desde luego, hacerlo trae consecuencias —Hans es el mejor ejemplo– que son el rasero para medir la hondura y convicción de cada decisión razonada. Es así que, en el film de Meise, lo anterior no traduce en “ser tonto”, sino en respetarte, ser auténtico –y sustentarlo– cuando ello no agrede ni violenta a terceros. Acostumbrados a otro tipo de cine, habrá cinéfilos que piensen “¿sólo esto?”; pero lo que surge de Gran libertad más bien es asombro: “¿todo esto?”. Una cinta muy valiosa, que ojalá se mantenga en cartelera el tiempo suficiente, para que mucha gente la vea.
En otro orden de ideas, habrá que buscar algún amigo que tenga el streaming Paramount+, pues ahí es donde puede verse La oferta, serie capitular sobre las experiencias de Albert S. Ruddy como productor de El padrino, 50 años atrás. En ella, Miles Teller interpreta a Ruddy, Dan Fogler a Francis Coppola, Anthony Ippolito a Al Pacino, Patrick Gallo a Mario Puzo y Justin Chambers a Marlon Brando, de entre los principales inmiscuidos en aquel affaire inolvidable. Buscar un amigo, dije; o a un enemigo, de ser necesario, y hacerle una oferta que no pueda rehusar. No sé si habrá más temporadas, pero la 1ª tiene 10 capítulos. Así que a disfrutar: dejen el arma y traigan los cannolis.