En el paro que vivimos en la universidad en este 2025 se han producido proclamas y manifestaciones diferentes, tanto en lo verbal como en lo escrito, principalmente en pancartas, lonas y pendones. Una en particular causó revuelo en varios sectores de nuestra Facultad de Filosofía y Letras por razones que podrían parecer evidentes. La pancarta decía “leer no es aprender”. Por supuesto, tal afirmación suena a un despropósito total, pues en todas y cada una de las disciplinas y posgrados que integran nuestra Facultad (Historia, Antropología, Lingüística y Literatura Hispánica, Filosofía y Procesos Educativos), la lectura y la escritura, son actividades lo mismo básicas que esenciales para el aprendizaje. Se podría decir, con aparente razón, que en ninguna parte del mundo donde se enseñe alguna de estas disciplinas, se podría prescindir de la lectura como una herramienta fundamental para el aprendizaje. Podemos encontrar en la red una infinidad de artículos académicos, libros y materiales de divulgación, en audio, escritos y en video, que sustentan la importancia del uso de la lectura para la enseñanza no sólo de estas disciplinas, sino de cualquiera del amplio espectro de carreras que se ofertan en las Universidades. Sí, en efecto, por todo ello, podríamos afirmar que tal pancarta es absurda. No obstante, después de cierta reflexión motivada por el diálogo con algunos de mis estudiantes, mi perspectiva ha cambiado.
La semana pasada hablé de la necesidad que tenemos de examinar de forma crítica la manera en que nos relacionamos con nuestras y nuestros estudiantes, cuál es el sentido de nuestra labor docente y de las propias disciplinas en las que participamos. Considero que debemos realizar ese examen con independencia de lo que resulte de las negociaciones entre autoridades y estudiantes integrantes del paro. Es tiempo de asumir nuestros errores y ver con humildad la enorme posibilidad de mejora que nos ha ofrecido este movimiento. Es tiempo también de asumir que no sabemos quiénes son las y los estudiantes que estamos recibiendo año con año y que, nos guste o no, quizá no estamos viendo cuáles son sus realidades y necesidades. Por tanto, juzgo necesario repensar esa frase: “leer no es aprender”. ¿Qué quiere decir?, ¿cuál es el sentimiento detrás de esas palabras? Bien, ofrezco las siguientes reflexiones. Conversando con mis estudiantes de Historia sobre la escritura como una marca que, de acuerdo con el pensamiento colonial occidental, denota “civilización” -asunto que he abordado en dos columnas anteriores, “Escritura y civilización” y “Otras escrituras”-, el tema de la lectura como dispositivo de enseñanza fue abordado por ellos. Una de ellas, con total honestidad, me comentó que le costaba mucho trabajo iniciar con la lectura de varios de los textos que le dejamos revisar en la carrera, por su complejidad y lenguaje especializado; además, le parecía que leer un texto de 30 o 40 páginas de una semana a la otra le resultaba muy pesado. Cabe aclarar que también me comentaba que no era la única lectura que tenía que hacer, sino que en varias de las materias que estudiaba, esa era la tónica. Todos los demás coincidieron con sus comentarios. Por otro lado, me describieron cuáles eran las dinámicas de algunas compañeras y compañeros en torno a la lectura. Los hay que exigen que las y los estudiantes repitan exactamente lo que dice el texto, en una especie de resumen, sin análisis; otros estudiantes de otras generaciones me han dicho que no solamente se exige un resumen de la lectura sino que además, no se admiten propuestas críticas sobre ellas, es decir, se usan como una especie de textos fundacionales, esenciales para la disciplina y no merecen ni requieren crítica alguna, casi como si se tratara de palabra divina y los estudiantes, después de leerla, deben decir “te alabamos señor”. En este sentido, las y los docentes que asumen esta postura, se convierten en los apóstoles de ese conocimiento, elevado a dogma de fe y, por tanto, no debe ser discutida. Coincido, por tanto, con las y los estudiantes en que, en estos casos, “leer no es aprender”. Por otro lado, me enteré por una colega, que sus estudiantes le dijeron que hay gente que dice que no lee pues la maestra o maestro dan un resumen de la lectura en clase y, por ende, no le ven sentido. “Se les trata, -me dice- como si pensáramos que no van a poder entender una lectura y por eso hay que hacerles todo el trabajo”. ¿En serio esa es la forma de acercar a nuestros alumnos a la lectura? No obstante, he de decir con preocupación, que desde hace varias generaciones he observado una disminución en la capacidad lectora de nuestras y nuestros estudiantes. Quien haya estudiado conmigo sabrá que constantemente hago una lectura crítica de textos y videos documentales que ocupo como materiales de apoyo para la materia. Les hago saber que, ni todos los materiales son perfectos, ni todos son desechables; por el contrario, hay que aprovechar lo mejor de cada uno. Sin embargo, lo reitero, incluso cuando he bajado el número de páginas que leemos, ha disminuido considerablemente el aprovechamiento de las y los dicentes de textos escritos.
Es necesario entender que estas generaciones son la expresión en el presente de una dinámica que viene sucediendo desde que nosotros fuimos estudiantes universitarios, allá por los noventa del siglo pasado. Desde entonces, la capacidad lectora disminuyó bastante producto del bombardeo constante del pensamiento capitalista neoliberal que ha privilegiado en la educación universitaria el “aprender a hacer” sobre el “aprender a pensar”. Leer, por tanto, es una actividad que se ha juzgado inútil a menos que se trate de manuales o procedimientos que nos enseñen a hacer; el pensar está en desuso. Si a eso le sumamos la caída de la lectura en general, el tema se convierte en algo serio. De acuerdo con el estudio realizado por el Inegi (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática) a través del Módulo sobre lectura de 2024, “el porcentaje de población lectora disminuyó 14.6 puntos porcentuales entre 2015 y 2024”. De igual manera, en “2024, 69.6 % de la población alfabeta de 18 años y más declaró haber leído alguno de los siguientes materiales: libros, revistas, periódicos, historietas o páginas de Internet, foros o blogs (…) Entre la población lectora, lo más leído fueron los libros (41.8 %). Siguieron las páginas de Internet, foros o blogs (39.4 %), revistas (21.7 %), periódicos (17.8 %) e historietas (4.6 %). (…) La lectura de periódicos disminuyó 31.6 puntos porcentuales, al pasar de 49.4 % de la población lectora en 2015 a 17.8 %, en 2024”. Como se ve, el sistema y su apuesta en contra de la lectura, ha triunfado: nuestros estudiantes y el público en general, no ven en la lectura una herramienta útil, lo ven en el mejor de los casos como un trago amargo que deben tomar para terminar una carrera; en el peor, como una cuestión inútil y un obstáculo para lograr el fin último que persiguen que es obtener el título para poder trabajar y ganar dinero. Si el objetivo final fuera alcanzar conocimiento, producirlo y reproducirlo de forma crítica, lo mismo estudiantes que profesores lo verían de otras maneras. La cosa no es así. Por el contrario, los estudiantes lo ven como un fastidio y algunas y algunos profesores lo ven como esa medicina que, aunque sepa feo, debe ser inoculada a los estudiantes a la fuerza y sin reclamar, simplemente “porque lo digo yo”. Asumiendo estas propias carencias, un estudiante pidió, con toda razón, que les diéramos algún tipo de curso para aprender a leer de forma crítica. Bien por él, suena a un compromiso que podrían asumir las y los estudiantes.
Sé que molestará a muchas y muchos de mis colegas lo siguiente, pero sé que es menester que asumamos el presente en el que nos encontramos y que dejemos de “romantizar” la lectura como una herramienta que por sí sola habrá de producir el conocimiento que requerimos. La lectura es importantísima, pero no se trata de una especie de altar en el que todos los miembros de una comunidad académica deban arrodillarse. Asumimos que las y los estudiantes llegan a la Universidad con el manejo de las herramientas necesarias para desempeñarse en nuestra Facultad, entre ellas, la lectura. Sin embargo, la realidad es que no es así, gracias a esa gran campaña en contra que ha desarrollado el sistema al que también pertenecemos. Debemos reestructurar nuestros planes de estudio y programas para que asumamos ahora la guía a nuestros dicentes en este sentido. Pero también debemos asumir no la lectura como algo impuesto, necesario e impoluto, sino como dispositivos que han de ser revisados de forma crítica, analizando los textos y colocarlos en su lugar de acuerdo con planeaciones específicas. Leer sin crítica, en efecto, no es aprender. ¿Qué tanto podemos asumir esas pancartas como una llamada de atención, con humildad y con deseos de mejorar? Lo reitero, este paro nos debe hacer reflexionar a todos, docentes y estudiantes, cuál es el sentido último de la Universidad y cuál es la pertinencia de todos y cada uno de los dispositivos que utilizamos, entre ellos, la lectura. Lo dicho, pienso que debemos empezar al reconocer con humildad, así como lo hicieron mis estudiantes, lo que estamos haciendo mal, aunque duela.