Domingo, julio 20, 2025

Las Olimpiadas Obreras y las Espartaquiadas

Los Juegos Olímpicos de 1940 y 1944, correspondientes a las ediciones XII y XIII de la era contemporánea, fueron suspendidos por la Segunda Guerra Mundial. Poco después de la reanudación de la justa, la URSS participaría por primera vez, revelándose como una superpotencia deportiva que muy pronto convirtió en costumbre desplazar a Estados Unidos del primer puesto en la tabla de medallas.

¿Cómo fue posible que una nación que aparentemente había permanecido aislada deportivamente por más de 30 años apareciera de pronto mostrando un altísimo nivel competitivo? La respuesta a esa pregunta se halla en dos competencias alternas a los Juegos Olímpicos que han sido muy poco recordadas y, por ende, estudiadas y reseñadas: las Olimpiadas Obreras y las Espartaquiadas.

A principios de los años 20 del siglo pasado la Internacional Deportiva de Lucerna, organización asociada a la Internacional Obrera y Socialista, tuvo la iniciativa de llevar a cabo los Juegos de los Trabajadores, también conocidos como Olimpiadas Obreras. Se trataba de una reacción al deporte profesional y al movimiento olímpico, al que consideraban al servicio de la burguesía y de los nacionalismos. Inspirados en un intento llevado a cabo en Praga en 1921, celebraron su primera edición oficial en Frankfurt, Alemania, en 1925, iniciando la tradición de celebrar estos juegos alternos cada seis años. Se efectuaron así dos ediciones más: Viena 1931 y Amberes 1937. Una cuarta estaba programada para llevarse a cabo en Helsinki en 1943, pero la Segunda Guerra Mundial acabó no solamente con dicho certamen, sino con la propia Internacional Obrera y Socialista. Aunque esta última fue reconstituida en 1951, las Olimpiadas Obreras nunca volvieron a efectuarse. El motivo está de alguna manera relacionado con la historia de las Espartaquiadas.

Olimpiadas Obreras
Cartel de Frankfurt 1925

Tras el éxito de las Olimpiadas Obreras, el Sportintern, organismo dependiente del Komintern o Internacional Comunista –también conocida como Tercera Internacional– pretendió presentar otra alternativa al olimpismo y a lo que denominaba “la izquierda burguesa”. Es decir, se oponía por igual a los Olímpicos y a los juegos de la Internacional Obrera y Socialista, por considerar a ambos actos de los “enemigos del proletariado”. Por ello, desde el Moscú estalinista se ordenó organizar la Espartaquiada. La gran diferencia con respecto a las Olimpiadas Obreras fue la participación del gigante soviético. Representativos de todas las repúblicas que conformaban la unión, además de delegaciones de muchas otras partes del mundo, participaron en las tres ediciones efectuadas: Moscú 1928, Berlín 1931 y de nuevo Moscú en 1934. Las dos últimas fueron oficialmente canceladas –la berlinesa prohibida por el gobierno alemán de Weimar–, pero existen claros registros de que muchas competencias se llevaron a cabo en ambos casos.

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En cuanto a los resultados de las competencias, la dificultad para recabarlos reside en el espíritu adoptado como respuesta a la competitividad del olimpismo. En los Juegos de los Trabajadores, aunque había representativos de las distintas organizaciones obreras nacionales que participaban, no se tocaban los himnos de los países ganadores, sino el de la Internacional Socialista; tampoco se usaba bandera nacional alguna, sino que invariablemente se izaba el lábaro rojo representativo del movimiento obrero mundial. No se entregaban medallas a los triunfadores de las pruebas.

Olimpiadas Obreras

Las Espartaquiadas sí fueron, como puede adivinar el lector, una exaltación a la Unión Soviética, que por supuesto se impuso de manera aplastante a todos los demás representativos que acudieron. Pese a ello, y como se explicó al principio de esta entrega, constituyeron el entrenamiento que los soviéticos tuvieron durante muchos años antes de sentirse preparados para competir con éxito contra la élite olímpica.

Para 1936 el Komintern cambió de estrategia. En aras de combatir con más efectividad al creciente fascismo de la época –según se dijo–, el Sportintern propuso una fusión con la Internacional Deportiva Obrero Socialista –nombre adoptado por la Internacional Deportiva de Lucerna desde 1928– y se dio a la tarea de encabezar la organización de la Olimpiada Popular, evento que amalgamaba a las Olimpiadas Obreras y a las Espartaquiadas y que debía efectuarse en Barcelona en julio… justo cuando estalló la Guerra Civil Española, lo que obligó a una precipitada cancelación de estos juegos y su postergación para 1937. En esa oportunidad se realizaron en Amberes y fueron homologados como la tercera Olimpiada Obrera –tal cual ya se mencionó líneas arriba–, con la novedad de que participó en ellos la poderosa delegación de la URSS. Prueba de que en estos años los soviéticos ya habían alcanzado un nivel deportivo de primer orden fue el hecho de que en la referida ciudad belga el nadador Simon Boitshenko pulverizó el récord mundial en los 100 metros estilo pecho, aunque por el hecho de que la Unión Soviética no estaba afiliada a la Fina –hoy World Aquatics–, la marca no fue reconocida.

Olimpiadas Obreras
Cartel de Amberes 1937

La Segunda Guerra Mundial, la desintegración del Komintern en 1943 y el hecho de que tras la conflagración comenzó a prepararse el terreno para que la URSS irrumpiera en los Juegos Olímpicos fueron los factores preponderantes para que no hubiese más olimpiadas alternas. No al menos de carácter internacional, puesto que las Espartaquiadas se reanudaron en 1956 y siguieron efectuándose –con una periodicidad cuatrienal iniciada en 1959– hasta 1991, pero circunscritas al ámbito interno soviético, del cual fueron en ese periodo una especie de selectivo para los Olímpicos.

Murió así este intento por ofrecer una alternativa al deporte profesional de clubes y federaciones y al olimpismo, cada vez más distorsionado con respecto a la intención original de Pierre de Coubertin, quien en alguna ocasión manifestó que “el deporte obrero se aproxima más a mi ideal”, no solo por su mayor respeto al amateurismo, rechazando tajantemente la mercantilización del deporte, sino por incentivar el hermanamiento entre este y la cultura, preservando así una costumbre que paulatinamente había ido desapareciendo de los Juegos Olímpicos: la de incluir en ellos competencias de carácter artístico. En otras palabras, una mayor exaltación a aquello de “mente sana en cuerpo sano”.

Olimpiadas Obreras
Torneo de Ajedrez en Viena 1931

Hoy en día el COI y las federaciones rectoras de los principales deportes toman decisiones politizadas –exclusión de Rusia– y usan discrecionalmente sus reglas –antidoping– para colocarle a esas decisiones una máscara de ética y rectitud. A ello hay que sumar que si bien la inclusión de profesionales ha elevado la calidad competitiva de los juegos, dicho profesionalismo está hoy más ligado que nunca a la comercialización excesiva y a la superficialidad.

Por todo lo anterior, el que esto escribe está seguro de que si los idealistas que hace un siglo crearon las Olimpiadas Obreras y las Espartaquiadas vieran las condiciones actuales, no dudarían en reanudarlas de inmediato.

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