“Enorme dicha es servir de memoria a una madre”.
Es la ignorancia, la soberbia o el ritmo de la vida la que nos orilla a no poner atención a los relatos de quienes nos rodean.
A veces han pasado por nuestros oídos experiencias de todo tipo, pero sólo unas cuantas quedan atrapadas por las redes neuronales que conforman nuestra personalidad consciente.
Seguramente hemos dejado partir enseñanzas en forma de anécdotas que hubieran hecho bien a nuestra propia edificación.
Como la vida nos guarda sorpresas, sólo con el paso del tiempo nos percatamos que las anécdotas que nos fueron confiadas tenían una utilidad mayor que el simple pasatiempo: las depositaban en nosotros para que, llegado el tiempo, ni el hablante ni los partícipes en su anécdota murieran del todo, y después de su partida siguieran viviendo en las narraciones de oídas que solemos escuchar y contar.
Más dichoso y raro –en el mundo de las anécdotas- resulta concentrar dos condiciones: escuchar y memorizar la vida de otro y guardarla con puntualidad para que día con día –como verdadero acto de bautizo- seamos los portavoces de quien es y fue ese otro. Lo anterior es el caso de Camelia y Antonia.
Camelia tiene 98 años y es madre de la escritora y comunicadora española Antonia Estarlich Sánchez. Camelia es una mujer que vivió represión, peregrinaje y migración para encontrar mejores condiciones de vida, amén de soportar el encarcelamiento de su esposo debido a su activismo político.
La existencia de Camelia no ha sido fácil, pero en los más recientes años la vida le colocó en un nuevo aprendizaje: tener que iniciar cada día casi de cero.
Dice Antonia, refiriéndose a su madre, en unas líneas que nos compartió hace casi seis años:
…los años envejecieron a mi madre, eso sí, respetando su vigor, obvio: ya no con la fuerza con la que siempre trabajaba. Y fui viendo esa metamorfosis en que yo iba invadiendo sus espacios de organización de mando en la casa y en su vida, por lo que un día enfadada me dijo: “¿Cómo vas a mandar de mí, si yo soy la madre y tú la hija?” Mi corazón sintió esa nostalgia cuando le pedía las cosas y siempre las tenía ordenadas y otras previstas, de cuando sentía la fuerza de su mano caminando; ahora es la mía la que tiene que apretar fuerte la suya.
Pero donde mi corazón dio un vuelco sin poder evitar unas lágrimas fue la primera vez que me preguntó con una afable sonrisa: “¿Quién es usted?” Sin querer aceptar la realidad le respondí: ¿No sabes quién soy? Y mi madre me respondió: “¿La conozco?”. Entonces la abracé, y desde ese día soy yo la que guarda los recuerdos de mi madre, que a veces le refiero.
Suelo remontarme al tiempo cuando ella lo relataba con su voz, con sus gestos; hoy es el silencio de su voz, de su sonrisa, de su mirada que tantas cosas ha visto de la vida, de sus recuerdos, el que me responde.
Hace unos días Camelia recibió una ovación de parte de la tripulación del avión que la trajo en su más reciente viaje a México, reconocimiento que fue extensivo a Antonia por la paciencia que le profiere a su madre, porque como se imaginará no es común encontrar a una persona de casi 100 años viajando de un continente a otro.
Hay muchas lecciones que podemos extraer de la relación entre Camelia y Antonia, pero una de ellas llama mi atención porque la vida es sabia: a Camelia se le ve feliz porque tal vez, en algunos pasajes de su mente nublada, vea en Antonia a su madre y a veces a su hija, pero seguro estoy de que Antonia ve en Camelia a la niña que siempre será su madre.
Interesantes lecciones que da la vida ¿no le parece?
Abel Pérez Rojas ([email protected] / @abelpr5 / facebook.com/PerezRojasAbel) es poeta, comunicador y doctor en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com.