¿Por qué tenemos que estar defendiendo nuestros maíces cuando hay todas las evidencias de que aquí tuvo su origen, de que fueron nuestros antepasados, los antiguos habitantes de Mesoamérica, los que creadores de esta planta prodigiosa?, ¿cómo hemos llegado a esta situación tan aberrante y absurda, la de defender lo que innegablemente nos pertenece?, preguntó la investigadora independiente Cristina Barros Valero.
Te puede interesar: El maíz, la milpa, los campesinos y el campo son el corazón de México: Cristina Barros
Al participar en la mesa de diálogo Defensa de los maíces de México, organizada por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), dijo que la única respuesta que se le ocurría es que es la codicia y la voracidad de unas cuantas empresas transnacionales que buscan controlar la alimentación mundial a través de privatizar las semillas de las plantas generadas por diversas culturas en los centros de origen de la agricultura hace milenios y que son las que dan de comer aún hoy.
Sostuvo que estas empresas no han creado algo y en realidad, a la manera de los piratas, se han apropiado de lo ajeno y en el caso del maíz le han hecho modificaciones con tecnologías que han deslumbrado a algunos incautos pero que, al analizar, resultan rudimentarias y cuyas consecuencias no se han investigado con la seriedad e independencia debidas.
Cristina Barros, quien se ha desempeñado también como difusora de la gastronomía mexicana y forma parte de la campaña Sin maíz no hay país, acotó que a estas empresas el maíz les es atractivo por varias razones: porque por cada semilla se puede obtener una y hasta dos mazorcas desde 300 y hasta mil gramos cada una; y porque no hay cereal que haya sido adaptado, casi desde su domesticación, a partir del teocintle que es su antepasado silvestre, a tantos nichos ecológicos, a altitudes que van desde el nivel del mar hasta los 3 mil metros sobre el nivel del mar, en toda clase de paisajes.
Continuó que además, el maíz, de entre los tres cereales que se consumen en el mundo, el que que menor agua requiere para su cultivo; porque en sistemas como la milpa puede haber hasta dos cosechas al año gracias a que se han desarrollado maíces de ciclo corto y largo; y porque su forma de reproducción que es la polinización cruzada permite gran variedad.
Esta gran variedad, continuó, hizo que en 1992 un biólogo ucraniano afirmara que una visita a los mercados permite darse cuenta “de la inverosímil variedad que existe solamente en cuanto forma, coloración y nomenclatura del maíz, el frijol, la calabaza y el chile, variedad no igualada en América y el orbe, un privilegio que impone una formidable responsabilidad: la de ser guardianes del patrimonio”.
La escritora, nombrada como Caballero, por decreto de la Orden Mundial de la Academia Culinaria de Francia reiteró que México es el centro de origen y diversificación constante del maíz, una planta que, a partir de un don de la naturaleza, el teocintle, fue domesticada gracias al trabajo de familia campesinas a lo largo de, al menos, mil años.
“Hoy están presentes en nuestro territorio: 64 razas que se desdoblan en miles de variedades. Son maíces con los colores de los cuatro rumbos: rojo, amarillo, blanco, negro, y también el pinto que, en algunas culturas, se coloca al centro como eje, formando un quincunce”, expresó la guionista curatorial de Cencalli: Casa del maíz y la cultura alimentaria, en el Centro Cultural Los Pinos.
Continuó que el conocimiento que supone la planta en sí y su cultivo con otras plantas en la milpa es admirable, un trabajo de diversificación que ha sido posible por el cuidado de los pueblos originario y al libre intercambio de semillas entre los productores, que enriquecen el grano. “Es fuente de vida, deidad, principal alimento”, sostuvo.
No obstante, esta cultura milenaria se ve en riesgo. Desde el siglo XIX, en Estados Unidos se introdujo la técnica que da lugar a los maíces híbridos, los cuales resultan de controlar la polinización cruzada, avanzando así una primera etapa de la privatización de las semillas, al surgir empresas que patentan y venden semillas con características específicas y homogéneas; a lo que se suma la siembra tecnificada, el monocultivo en grandes extensiones de terreno, bajo riego, con maquinaria y la presencia de fertilizantes químicos y plaguicidas que empobrecen los suelos.
“Estas prácticas de agricultura industrial hoy son señaladas como una de las mayores causas del calentamiento global, cuyas consecuencias vivimos en estos días”, adujo Barros Valero.
Por tanto, dijo que en 1988, Guillermo Bonfil Batalla ya planteaba que había dos visiones punzantes: la del maíz como un alimento que forma parte de un contexto cultural y la que lo considera una mercancía, con maíces transgénicos, una forma de la ingeniería genética. “La mayor parte de ellos están diseñados para resistir el glifosato cuyos efectos sobre la salud humana están documentados, por lo que la pregunta es si son necesarios en México los maíces transgénicos”.
Segura, concluyó que la disyuntiva es arriesgar la riqueza no solo en términos de diversidad genética y potencial económico que dan las 60 variedades nativas del maíz, y que dan respuesta a nuevas y desconocidas condiciones ambientales, contrario a los maíces transgénicos que no son ventaja a la agricultura nacional y para la mayoría de productores del maíz.
Por su parte, también presente en la mesa que formó parte del seminario permanente La investigación histórico-antropológica de la comida. Metodología y heurística, el fundador y coordinador de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), José Sarukhán Kermez, expuso que cada año, en los diferentes nichos ecológicos del territorio mexicano, el campesinado siembra un promedio de mil 400 millones de plantas de maíz, de las que lleva a cabo una selección para el siguiente temporal, y lo hace como “el experimento más grande e irrepetible del mundo”.
En su participación comentó que se trata de un proceso repetido “año tras año, tras décadas y siglos”, en la superficie que hoy llamamos México, y son los y las campesinas los guardianes de ese saber, “contrapuesto al uso de semillas comerciales, que son de un solo tipo y no funcionan adecuadamente.
“Esta fuente de evolución, bajo domesticación, es el arma más potente que cualquier país puede poseer para mantener su producción alimentaria”, dijo el exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México, en la actividad desarrollada en el marco del 10 aniversario del seminario.
A su vez, la directora general de Recursos Naturales y Bioseguridad de la Semarnat, Adelita San Vicente Tello, abundó sobre el desarrollo del panel de controversias iniciado por Estados Unidos contra México, derivado de la publicación del decreto presidencial por el que se establecen diversas acciones en materia del uso de glifosato y maíz genéticamente modificado.
Explicó que tal decreto tiene el objetivo de proteger el derecho a la salud y a un medio ambiente sano, al maíz nativo, la milpa, la riqueza biocultural de las comunidades campesinas y del patrimonio gastronómico; así como garantizar la alimentación nutritiva, suficiente y de calidad.
Desde la Semarnat, expuso, “nuestra propuesta es construir un nuevo paradigma de protección de la biodiversidad. Desde 2001, se ha intentado legislar para dar acceso a los recursos genéticos, afortunadamente ninguna ley ha pasado.
“Lo que queremos es proteger desde la base, partiendo de los especímenes silvestres, como los teocintles, en el caso del maíz. Es necesario armonizar los marcos jurídicos y tener un Estado capaz de salvaguardar los recursos genéticos y el conocimiento asociado, como elementos del patrimonio biocultural”, concluyó San Vicente Tello.
Puedes leer: El maíz no es mercancía, sino cultura, memoria e identidad, afirma Diego Prieto