En las noches de angustia
–cuando sentía que el mundo
al dormir se despoblaba–
aparecía insurgente y preciso
con un punzar en el silencio,
resonando de orgullo
y bajo de la cobija, el pequeño insurrecto.
La resurrección de la vida,
el perseguidor de la carne
que cobraba por su bisbiseo
su cuota de sangrey el dolor,
o al menos los escozores,
de haber obtenido sus besos
en la oreja, en la mejilla
o en el frío muslo del deseo.
Puntual, preciso –como militante
de un levantamiento de amores–
va a la multitud, aquél que algún día
fue mosquito punzante, agitador de soledades
aún en la bruma de las aflicciones.