Los grandes problemas sanitarios y de salud que recorren el mundo con la máscara del COVID-19, no tenían ni tienen aún como causa inmediata, las demoras o las limitaciones del desarrollo científico, este es un factor importante, pero los estudios biotecnológicos, no han establecido la causa profunda en la existencia, en distintos periodos de la vida humana, de estructuras políticas, sociales y económicas, injustas, opresivas y excluyentes.
Tanto en las sociedades esclavistas, en el medievo y ahora en el capitalismo, las capas más golpeadas por enfermedades y epidemias graves, han sido y son, los sectores pobres y las extensas franjas sociales hundidas en la miseria y el abandono: mujeres, personas de mayor edad, la niñez, pueblos originarios ancestrales. Las largas y extenuantes jornadas de trabajo formal e informal, en los centros laborales, las calles y las casas, sin servicios básicos y sin derechos a la seguridad social efectiva, y con la mínima ración de alimentos, conducen a la fatiga corporal y psíquica, y al descalabro total de la salud, a quienes forman la fuerza de trabajo en las sociedades de clases. Explotación, opresión, miseria, tugurios, hospicios, migración, constituyen la cadena forzada de la miseria, que lacera la vida de los pueblos, mina sus energías y condena irremediablemente a la muerte.*
El “Manifiesto Comunista” en 1848, ya confirmaba como una de las tareas ineludibles del capitalismo:
“La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales.”
Con esta lógica, el capitalismo y la civilización dominante producen las alteraciones más profundas, en los ámbitos sanitarios, culturales, éticos y morales. Una nueva concepción se impone a la humanidad, el individualismo y el control político y tecnológico se ponen al servicio de un estado policial global. El Estado burgués nació para ser la génesis y reproducción de la explotación, el despojo de los territorios, el abuso con cualquiera de las variantes de la violencia y el creador por excelencia de un abismo de desigualdad social entre las clases, las culturas, el género, el sexo y las generaciones.
Sabemos esto, pero lo olvidamos cuando por la emergencia ante una pandemia, acudimos como átomos de una masa sometida a pedir que nos devuelvan la salud, la tierra, el agua, el salario, el empleo, la alimentación y hasta la certidumbre de que algo valemos; y le pedimos a los verdugos blandos o duros que controlan el Estado, a los medios del engaño, las empresas que se dicen “verdes” y “honestas” pero que enrojecen la tierra, la depredan y explotan sin humanidad. Es la necro política que domina cuando dejamos de rebelarnos y tomar en nuestras manos la vida.
Se conocen poco las respuestas comunitarias rurales y urbanas, se cree que son ineficaces contra la pandemia y la pobreza, se las imagina débiles y siempre derrotadas por las violencias y los engaños. Pero ahí están, andan a su ritmo y a su modo con la esperanza puesta en sus saberes y en el conocimiento de la pandemia, de sus causas y de sus secuelas. Construyen autonomías, autogobiernos, no son autosuficientes, pero si aprenden de la historia que podemos ser solidarios y decidir por nosostrxs (sic.) mismas: la ética está en su práctica.
¿Dónde están, que muchos no quieren verles?
Para no perder el camino y dejarlo en manos de los opresores necesitamos defender nuestra capacidad y disposición de cambiar cosas en los hechos cotidianos Esa capacidad tiene que volver a ser colectiva: familiar, vecinal, comunitaria y organizada quizás bajo nuevas formas.
La coordinación de esfuerzos es tarea urgente y es una política no partidista ni consumista, necesitamos que no nos partan, necesitamos de las y los otros para cuidarnos mutuamente.
El miedo y la incertidumbre ya no son “naturales”, cuando los causa una pandemia aprovechada por el capitalismo global como otra forma de la guerra contra los pueblos. Necesitamos reaprender el amor eficaz, la inteligencia emocional para evadir, reducir y si es posible anular los riesgos de enfermedad, muerte, depredación y derrota del ánimo de luchar.
Los vínculos de cercanía y hermandad que rompe el sálvese quien pueda, tienen que ser vueltos a tejer produciendo y distribuyendo alimentos, remedios y atención médica propias, que, en el caso de los pueblos solo puede ser colectiva. Necesitamos hacer una comunicación de la verdad, de la libre expresión y de la denuncia de agravios.
Hoy la solidaridad es una necesidad vital y la salud pública y comunitaria, apoyadas en la educación popular, son ejes para articularnos con el ejemplo de los cuidados, del amor a la vida y la reproducción digna de ella que hacen las mujeres y los hombres que desaprenden las relaciones de opresión. Es hora de combinar y renovar las estrategias de vida tejiendo con creatividad, entre lo presencial y digital, desde abajo para hacer política en la lucha por la vida.
No queremos sobrevivir solo existir, nada menos.
*Recomendamos El miedo una perfecta arma de control social. Lucio Parot, revista latinoamericana Cono Sur
De las violencias
Oscar Ochoa
En recientes fechas se han difundido, por las llamadas redes sociales, hechos que evidencian la descomposición del tejido social. En videos que circulan por estos canales, hemos visto a pasajeros del transporte público golpeando a los asaltantes que segundos antes los amagaron pistola en mano. También han circulado videos de ancianos indefensos siendo golpeados por familiares y personal supuestamente a cargo de su cuidado; lo mismo ocurre con imágenes donde los más pequeños son violentados por sus padres o por algún otro adulto.
Pero esa violencia que se ejerce para someter, agredir, despojar o denigrar en cualquier forma a otro ser humano parece no ser cuestionable cuando los regímenes políticos, económicos, sociales y culturales son los que someten, agreden, despojan o denigran a la población, a minorías o miembros de éstas; los medios de comunicación, y con ello las redes sociales que, pese a unas honrosas excepciones, por ignorancia o complicidad diluyen la responsabilidad de un sistema articulado históricamente para someter, despojar, denigrar y agredir a las poblaciones en sus bienes materiales, simbólicos y espirituales que representan la riqueza atesorada a lo largo del tiempo.
Los medios, y con ellos las personas que por unos instantes de gloria y algunas monedas que obtienen de vender su imagen en las redes, ocultan a los responsables de una violencia que es el origen del mal de muchos: específicamente la privatización de los bienes que son propiedad de la colectividad y el usufructo de esa privatización. La violencia de origen es la que hace de unos pocos los beneficiarios de toda la riqueza, mientras que la mayoría tiene que ingeniárselas para subsistir con la mínima parte que dejan estos criminales. La violencia originaria también es la de un sistema diseñado para que esta lógica perversa se perpetúe y premie a esta nociva estirpe.
El capital, como violencia origen, en uno de sus funcionamientos ideológicos conjunta en una sola persona atributos que, en otras sociedades (las precapitalistas) jamás coincidieron, como la autoridad y el prestigio. Los criminales se pasean por las calles como héroes de un sistema que decanta en su persona autoridad en cualquier tema o ámbito como si fueran especialistas de todo, y prestigio como si el robo que hacen de la riqueza que generan los trabajadores fuera un mérito honorable.
Pero cuando la digna rabia cobra el cauce de la organización y la violencia se torna contra estos personajes y contra el sistema que los cobija, entonces nuevamente se disparan los resortes de una opinión pública hipócrita y convenenciera que se lanza contra los inconformes para tildarlos de criminales, irrespetuosos, agresivos y herejes de un sistema que no hace sino “ofrecer los frutos de sus bondades” a quienes resultan dóciles y obedientes. La violencia también puede responderse con violencia, el golpe con el golpe y la herida con la herida cuando los agraviados de siempre dicen “¡Ya basta?” (sic.).
Cuando los siempre oprimidos (mujeres, niñ@s, adolescentes, migrantes, trabajadores, jubiliad@s, campesin@s, (sic.) pueblos originarios ancestrales y otras poblaciones) dicen “Hasta aquí” y se organizan para defender por todos los medios y hasta las últimas consecuencias su territorio, su lengua, sus costumbres, sus derechos, su vida buena, entonces aparecen a los ojos del poder como los violentos. Cuando la violencia en respuesta a los agravios de siempre se hace legítima y se conduce con inteligencia, entonces los malos gobiernos tiemblan y sus esbirros se acobardan. Cuando la violencia también se hace patrimonio de los de abajo, los de arriba tienen que pensarlo dos veces antes de robar, agredir y denigrar a los de siempre.
La violencia siempre tiene dos lados, la de los pueblos es por la paz y la vida digna.
Te digo, Mara
Borracho del mundo real, borracho
de este crepúsculo que canta
en otro lado y el ángelus cruza
a caballo de una campana.
El cielo muere con sangre
y no veo a nadie, nada, sino
el fuego que arde cuando hubo
una garza azul
erguida en tu mirada blanca.
Quemaba ayeres,
la basura que el tiempo deja.
-Juan Gelman (Valer la pena)