Hay un empeño recurrente de mucha gente mayor el volver la mirada a los tiempos pasados, afirmando que fueron mejores e idealizando aquellos momentos de juventud en los que la plenitud de facultades les permitía un goce mayor de todo lo que la vida les ponía a su alcance. Así, recuerdan con agrado y nostalgia los ambientes familiares, los años escolares, las reuniones con los amigos, algunas vacaciones, los afectos y amores, los lugares; así como los múltiples aspectos de la existencia material, resumiendo: la vida social.
¿Cuál es la percepción, desde una perspectiva adulta, que tenemos ahora, en las primeras décadas del siglo XXI, de todo ese mundo que se ha transformado notablemente? Hemos cambiado y nuestro entorno social ha cambiado. La mayoría de nuestros ascendientes han muerto; en muchos casos la familia se ha disgregado, pues cada miembro ha tomado su camino propio; la escuela, en ocasiones, es sólo una imagen borrosa; algunos amigos han dejado de serlo ya sea por lejanía o por incompatibilidad; las vacaciones han cambiado –para quienes pueden– al menos en la variedad de destinos; algunos afectos y amores se han terminado, se han hecho rutinarios o han mutado a estados de sosiego, más fraternal que pasional.
¿Y qué hay de la vida social? Muchos cambios han sucedido, algunos para bien y otros para mal y, si me permiten, muchos han sido para peor. La calidad de los alimentos ha disminuido debido a la codicia y a las condiciones difíciles que enfrentan los productores que o “dan gato por liebre” o se ven obligados a hacer más “competitivos” sus productos. Hoy día, si queremos consumir alimentos como los que antes eran comunes, tendremos que comprarlos a precios muy altos con la denominación de “orgánicos”.
Las ciudades, al carecer de planeación, han crecido con múltiples “parches” en donde se pueden identificar los auténticos guetos de los pobres y a donde no llegan jamás las grandes obras que cacarean los gobiernos y a los que la frivolidad clasemediera ignora y desprecia. Los pueblos también han crecido con desorden y sin identidad alguna como no sea la grisura de los bloques de las construcciones. Y que decir de la violencia que desde el ámbito doméstico se hace presente e invade las escuelas, las calles de las ciudades, los caminos y los pueblos más apartados. Violencia ejercida por los delincuentes y también por los gobernantes (políticos y empresarios) quienes aplican sin recato alguno sus maquiavélicas medidas con la justificación única de la “razón de estado”.
Los partidos políticos en México, no conozco aún alguna excepción, se pueden considerar aventajados alumnos del Partido Revolucionario Institucional y en consecuencia han adoptado las peores prácticas de la “política a la mexicana”: la simulación, la tranza, la prepotencia, la indiferencia ante las necesidades de la gente, etcétera. Los políticos brincan de un lado a otro persiguiendo el “hueso” más jugoso; carentes de alguna ideología, deshonestos, faltos de escrúpulo alguno y dueños de un cinismo y una impudicia descomunales. Estimado lector, usted le puede agregar de su “ronco pecho” cualquier otra “virtud” a estos vividores y parásitos y le aseguro que siempre nos quedaremos cortos, comparándolos con la realidad.