Definitivamente la imagen de los políticos está particularmente devaluada, percepción que se ha intensificado a medida que el tiempo pasa. Por supuesto existen raras excepciones a este respecto, pero el hecho de que exista una enorme brecha o distancia entre la gente y los gobernantes, genera una visión orientada a una élite que se encuentra desconectada de los problemas reales de la población. Si a esto se le agregan los altos niveles de corrupción, conflictos de interés, conductas absurdas o abusivas que se alejan de lo que vive la mayoría y escándalos políticos, por supuesto han erosionado la confianza de los ciudadanos en general a este grupo de personas que no perciben las realidades cotidianas de la gente.
El 15 de noviembre se conmemora el fallecimiento de un político que, en lo personal, siempre me ha generado sentimientos particularmente conmovedores. José María Lafragua Ibarra (1813 – 1875), de origen poblano que se dedicó, no solamente a la política sino también a cultivar la literatura. Además de ser considerado como un pilar en la edificación del Estado Mexicano actual, identificado con el “liberalismo moderado” siempre abogó por la defensa de las garantías individuales y la preservación de la memoria documental de la nación.
Su desempeño tuvo lugar en diversos cargos públicos. Fue diputado, ministro de Relaciones Exteriores, ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y fue director de la Biblioteca Nacional. Como ministro de Relaciones Exteriores, creó el Reglamento del Archivo General y Público de la Nación, lo que sentó las bases para la preservación de la memoria histórica de México. Por esta razón se le considera precursor de la protección del patrimonio cultural, reconociendo la importancia de preservar los documentos y archivos históricos.
Lafragua fue un ferviente defensor de la República y se opuso a la intervención francesa. Su compromiso con la causa liberal lo llevó a participar activamente en la resistencia contra el Segundo Imperio Mexicano. Debido a su postura política, Lafragua tuvo que exiliarse en los Estados Unidos, donde continuó trabajando en favor de la restauración de la República. Tras la caída del Segundo Imperio, regresó a México, ocupando los diversos cargos públicos con los que contribuyó a la construcción del Estado Mexicano.
También puedes leer: Sincretismo del día de muertos
Además de su faceta política, cultivó la literatura, orientada a la poesía, que definitivamente está aderezada con una historia de amor tanto apasionada como trágica.
La mujer que se involucró en esta particular historia se llamó María Dolores Victoria Modesta Escalante Fernández, mejor conocida simplemente como Dolores Escalante o “Lola” (1823 – 1850).
Ambos se conocieron alrededor de 1837, cuando Dolores apenas andaría por los 14 años y era cortejada por un amigo de José María, mientras él estaba relacionado con una muchacha de quien no estaba realmente enamorado; pero en 1837, la madre de Lafragua falleció, generando una grave depresión en José María. La ausencia de un amor sincero para su novia y la enorme tristeza, lo llevó a cancelar un compromiso matrimonial.
Poco a poco, teniendo como único patrimonio un título de abogado, fue ascendiendo en el terreno de la política, cuando se reencontró con Dolores Escalante en un mejor momento de su vida, condicionando que se generara un sentimiento tan intenso como genuino de amor entre los dos.
Varios sucesos de una naturaleza particularmente compleja se generaron pues siendo Dolores una mujer particularmente atractiva, tuvo pretendientes que ella siempre rechazó pero que ejercieron un tipo de presión social que valientemente enfrentó.
Las actividades políticas de José María Lafragua no permitían una relación de visitas continuas, lo que no representó un obstáculo para que planearan casarse, pero entonces ocurrió la invasión estadounidense en México y decidieron llevar a cabo el matrimonio cuando terminase la guerra. Por fin, el 15 de septiembre de 1849 fijaron como fecha para la boda el viernes de Dolores de 1850, pero por una enfermedad de la madre de Lola, tuvieron que volver aplazar la ceremonia.
Y como si una serie de eventos se interpusieran entre ambos, también llegó el cólera a México, provocando no solo la enfermedad, sino la muerte de la enamorada el 24 de junio de ese fatídico año de 1850 para José María Lafragua, quien la noche del 25, presidió el cortejo fúnebre de su prometida, con un abatimiento literalmente indescriptible.
Le hizo construir un mausoleo de mármol blanco en donde puso, como epitafio las palabras: Llegaba ya al altar, feliz esposa/Allí la hirió la muerte, aquí reposa.
Lafragua nunca logró superar el golpe tan fuerte de la muerte de Dolores, con tal impacto que decidió nunca casarse y continuar procesando un inconmensurable cariño por Dolores en su idealización de lo que no pudo ser
Resulta paradójico que 25 años después de aquel evento trágico de la muerte de su amada, él contrajera la misma infección y como consecuencia de ella, muriera, cerrando así una historia que podría considerarse como un amor que trascendió a la muerte.
El amor entre José María Lafragua y Dolores Escalante es conmovedora y ha sido objeto de numerosas narraciones y análisis. Representa un ejemplo de amor romántico y trágico, que ha dejado una profunda huella en la historia de México.
Te podría interesar: La última enfermedad de Apollinaire
Comentarios: [email protected]