Este día se conmemora el fallecimiento de Wilhelm Albert Włodzimierz Aleksander Apolinary Kostrowicki, mejor conocido como Guillaume Apollinaire quien fue un dramaturgo, teórico y crítico de arte, pero sobre todo un poeta, con una vida verdaderamente tan abracadabrante como su nombre. Fue naturalizado francés, de ascendencia bielorruso-polaca, nacido en Italia en el año de 1880 y muerto el 9 de noviembre en 1918, a la temprana edad de 38 años, rodeado de una serie de circunstancias verdaderamente asombrosas.
Fue el creador del Caligrama, que es un tipo de poesía visual que combina las palabras con una imagen. Es decir, el poema no solo se lee, sino que también se ve. Las palabras se disponen de tal manera que forman una figura que guarda relación con el tema del poema. Además, se le atribuye el haberle dado nombre al movimiento artístico y literario denominado surrealismo, cuyo objetivo era explorar las profundidades de la mente humana, el mundo de los sueños y el inconsciente. Los surrealistas buscaban liberar la creatividad y la imaginación, desafiando las normas y convenciones de la realidad.
Aunque acercarme al arte poético ha representado para mí un verdadero desafío, la interpretación profunda, descifrando en una forma individual el significado de un poema y, sobre todo, en Apollinaire, analizando su contexto histórico, constituyen una base para disfrutar plenamente de este hermoso arte.
La vida de Apollinaire estuvo marcada por una gran movilidad geográfica y una intensa actividad intelectual. Vivió en diversos países de Europa, como Italia, Polonia y Francia, donde se sumergió en los círculos artísticos y literarios más vanguardistas de su época y fue precisamente en París donde se dio el epicentro de su vida. Ahí donde encontró su verdadera vocación y se convirtió en una figura destacada de la escena artística, frecuentando a grandes pintores como Pablo Ruiz Picasso (1881 – 1973) y Georges Braque (1882 – 1963), creadores del cubismo; y se relacionó con escritores como André Breton (1896 – 1966) y Blaise Cendrars (1887 – 1961), cuyo nombre real fue Frédéric-Louis Sauser.
Al margen de su gran originalidad para renovar el lenguaje en la poesía, exploró el mundo de los sueños y el inconsciente, para traspalarlos con la realidad, experimentando con nuevas formas métricas y rítmicas, liberando a la poesía de las estructuras tradicionales.
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Con 36 años se unió al ejército francés sin tener la ciudadanía francesa, recién surgidas las hostilidades de la Primera Guerra Mundial. Iniciando como soldado raso de artillería, fue transferido a la infantería donde pronto fue promovido al grado de subteniente. Agazapado en extenuantemente prolongadas jornadas dentro de trincheras, le escribía apasionadas cartas a su novia Madeleine Pagès (1892 – 1965) cuando a mediados de marzo de 1916, le escribió una carta que resultó premonitoria: “En caso de morir, te dejo todos mis bienes, ese es mi deseo”. Al otro día, leyendo el periódico precisamente en una trinchera, una bala enemiga impactó su casco. Al principio pensó que nada le había sucedido pues no perdió el conocimiento; sin embargo, se dio cuenta de que una gran cantidad de sangre escurría de su cabeza. Por cierto, ese casco que le salvó la vida está en exhibición en un apartamento del boulevard Saint-Germain que compartió con su esposa y en donde se atesoran los recuerdos del poeta. El armazón que protege la cabeza en efecto amortiguó el impacto de la bala, pero penetró el metal y el cuero, fracturando el hueso temporal por delante de la oreja derecha, sin alojarse en el cráneo. Aunque al inició no experimentó síntomas preocupantes, a finales de ese mes de marzo comenzó a sentir dolores intensos de cabeza, agotamiento y malestar generalizado. Gradualmente fue empeorando hasta llegar a la pérdida de la conciencia, convulsiones y parálisis del brazo izquierdo. De inmediato le efectuaron una trepanación para liberar la presión intracraneal, de lo que seguramente fue un hematoma subdural.
La cirugía fue particularmente exitosa, pero comenzó a tener cambios de conducta y personalidad. La relación con Madeleine Pagès se enfrió y cuatro meses después de haber sido operado, dejó de escribirle, sin dar explicaciones por esta decisión. Todos sus conocidos estaban verdaderamente consternados ante los cambios de temperamento del poeta que se mostraba ansioso y susceptible, con reacciones explosivas y pérdida del sentido del humor.
Curiosamente no presentó cambios cognitivos ni de memoria, volviendo a escribir en una forma particularmente sorprendente.
Apollinaire se salvó en un suceso realmente extraordinario de un balazo en la cabeza, pero 3 años más tarde, el 9 de noviembre de 1918, falleció contagiado por el virus de la influenza, por cierto, mal llamada gripe española.
Guillaume Apollinaire fue un poeta vanguardista, cuya figura es verdaderamente enigmática, pero definitivamente fascinante. Su vida, marcada por una serie de eventos inusuales, se vio sacudida por un incidente que, si bien no fue fatal, dejó una profunda huella en su obra: una herida de bala en la cabeza, que curiosamente no fue la causa de su muerte.
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