Uno de los personajes más admirables de la historia indudablemente es Nicolás Copérnico (1473 – 1543), cuyo aniversario luctuoso se conmemora este día y de quien se pueden expresar infinidad de hechos y sucesos que rodearon su sorprendente vida.
Copérnico era polímata. Hablaba latín, alemán, griego e italiano con fluidez.
A lo largo de su existencia, se desempeñó como traductor, matemático, astrónomo, jurista, físico, clérigo católico, gobernador, administrador, líder militar, diplomático, economista y médico.
Tal vez uno de los hechos más sorprendentes por lo que es conocido gira en torno a que Copérnico fue el primer formulador de una teoría heliocéntrica coherente. En su modelo, la Tierra orbitaba alrededor del Sol, en contraposición al sistema tolemaico tradicional, donde la Tierra era el centro del universo. Por supuesto, su trabajo marcó el inicio de la revolución científica que acompañó al Renacimiento europeo y condujo a un profundo cambio en las convicciones filosóficas y religiosas. De esto derivó la llamada “revolución copernicana”, que trascendió la astronomía y dejó una huella en la historia de las ideas y la cultura.
Me resulta sorprendente que, aunque apenas realizó unas pocas observaciones directas, su modelo heliocéntrico sentó las bases de numerosas investigaciones.
Para nosotros actualmente es indudable que nos encontramos en un sistema planetario dentro del cual, el sol se ubica centralmente; pero en la antigüedad, predominaba la llamada “teoría geocéntrica”, también conocida como modelo geocéntrico o geocentrismo, en la que se consideraba que la Tierra se situaba en el centro del universo. Según este modelo, todos los astros, incluido el Sol, giraban alrededor de la Tierra en órbitas concéntricas.
Esta teoría se remonta a los tiempos de Platón (c. 427 – 347 antes de la era común), quien sostenía que la Tierra ocupaba el centro del cosmos, y los planetas y estrellas giraban a su alrededor en círculos celestes. Eudoxo de Cnido (c. 390 – c. 337 antes de la era común), discípulo de Platón, fue el pionero en plantear un modelo planetario basado en un enfoque matemático. Su trabajo se centró en explicar los movimientos del Sol, la Luna y los planetas, inventando la “esfera celeste” y desarrollando un modelo basado en esferas homocéntricas. Estas esferas representaban las órbitas de los astros y permitían comprender sus movimientos. Por cierto, también fue un astrónomo brillante a quien se le atribuye el descubrimiento de que el año solar tiene 6 horas más de los 365 días, observación que fue fundamental para la precisión en la medición del tiempo y el calendario.
Posteriormente, el astrónomo Claudio Ptolomeo (siglo II d.C.) desarrolló y refinó esta teoría geocéntrica. En su obra titulada Almagesto, describía un sistema complejo de epiciclos y deferentes para explicar los movimientos planetarios alrededor de la Tierra.
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Según Ptolomeo, los planetas seguían trayectorias circulares y retrógradas en su camino alrededor de la Tierra. Esta teoría dominó el pensamiento astronómico durante muchos años y fueron necesarios alrededor de 19 siglos desde la era de Platón, para que Copérnico propusiera la teoría heliocéntrica, que situaba al Sol en el centro y a la Tierra como un planeta más en órbita alrededor de él. Otro suceso sorprendente fue que planteara que la Tierra tenía tres movimientos: Una órbita alrededor del Sol, la rotación sobre su propio eje una vez al día y el movimiento de declinación, es decir que también tiene un movimiento de inclinación en torno a su eje.
Tras cerca de veinticinco años de trabajo y desarrollo, con la publicación en 1543 de su libro De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las orbes celestes) -donde expuso su modelo poco antes de su muerte- marcó uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la ciencia, desencadenando la revolución copernicana y realizando una contribución pionera a la revolución científica en la época del Renacimiento.
Pero el 24 de mayo de 1543, sufrió lo que al parecer fue un accidente vascular cerebral provocado por su avanzada edad y algunas comorbilidades. Hacia el final de 1542, estuvo enfermo de apoplejía (incapacidad completa y por lo general súbita, de algunas funciones cerebrales debido a una falta de irrigación adecuada o sangrado) y parálisis. La leyenda dice que se le presentaron las últimas páginas impresas de su obra Dē revolutionibus orbium coelestium el mismo día que murió, permitiéndole despedirse del trabajo de su vida. Se dice que se despertó de un coma provocado por el accidente cerebrovascular, miró su libro y luego murió en paz. Otras fuentes apuntan a que murió de una hemorragia cerebral, precedida de parálisis parcial. Sus restos fueron hallados en 2005 en la Catedral de Frombork, Polonia y se verificaron genéticamente contra un cabello encontrado entre sus escritos, lo que permitió recomponer una teoría sobre su rostro real. Pero más allá de la comprobación genética que nos brinda la biología molecular actual, Copérnico vive a través de su obra. Como un hombre genial, debemos de rendirle un homenaje este día que conmemora su fallecimiento por la generosa aportación que nos brindó, en una forma verdaderamente incondicional.
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