El proyecto impulsado por el actual gobierno, es la pauta básica para la administración venidera. Nada, sin embargo, parece haber mellado a los opinócratas, pues han regresado a su tediosa cargada, y lo hacen con redoblado empeño.
Se asoman con la soberbia intelectual que los distingue. Ahí están, enteros por fuera frente a las mayorías, pero hollados por dentro. No les causan pena sus obsesiones. No dejan de inventar escollos en sus cotidianos ataques hacia todo lo que provenga de Palacio Nacional. Poco a poco van sumando malestares provocado por la consistente postura de la ahora presidenta electa con un gran apoyo ciudadano. Los medios de comunicación que los albergan, insisten en sostenerlos. No les interesa que la credibilidad obtenida con su trabajo sea poca y de nulo rendimiento; tampoco atienden a lo que sucede en sus auditorios, cada vez más reducidos y reacios a sus consignas.
La última chabacanada de su aventura crítica y mediática, la vienen saboreando con placer inaudito. Han inventado indebida sobrerrepresentación en el Congreso por parte del oficialismo. Como magos sacaron del sombrero una coneja cubierta en una numerología viscosa. El reparto de las curules plurinominales les espantó. No resisten pensar que la coalición, de los morenos y sus aliados, logre mayoría calificada en la Cámara de Diputados y casi en la de Senadores. ¡Harán lo que les dé la gana!, ya acumulan un poder desmesurado!, fueron los gritos que resonaron en las pantallas y columnas escritas. ¡No es posible, no es justo, ni legítimo! Se quieren apañar el Congreso en un acto de agandalle sin pudor alguno. ¡Con 54 por ciento de los votos obtenidos obtendrán 73 por ciento de las curules a repartir! ¡Qué desproporción! Y así, los opinócratas de baja estofa se han ido colgando, en congestionado tropel, a sus demás correligionarios de protesta. Estos “críticos” son incapaces de encontrar otra manera de calcular el ambicionado reparto de curules, que haga justicia a la voluntad de los electores.
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Pero no se trata de buscar el ángulo más conveniente para salvar las conveniencias y rencores de cada uno. Se trata de obedecer la Constitución. Y ésta aclara con precisión, que cada partido será el sujeto (no la coalición) para el cálculo del reparto. Y añade, también con precisión, que ninguno de ellos podrá obtener más de 8 por ciento de sobrerrepresentación. Por tanto, las autoridades están, como lo han hecho, de manera reiterada en el pasado, obligadas a seguir lo indicado.
No caben imaginarias interpretaciones de la Constitución, inventadas al filo de la trampa para justificar necedades grupales de opinócratas conservadores. Todos negándose a contemplar la transformadora intención de fondo: modificar, desde los cimientos, la estructura del régimen que estuvo vigente durante la larga noche neoliberal. Y, esta certeza, es lo terrible de un cambio prometido que los tiene al borde del precipicio argumentativo.
El compacto grupo de opinócratas sabe que las autoridades seguirán lo escrito en la Constitución. Su deseo es introducir elementos de duda en la legitimidad del gobierno venidero. Lo presienten enderezado a recalar en el mismo modelo justiciero y reivindicador instrumentado por Andrés Manuel López Obrador. Bien se sabe que estas acciones de crítica amañada, lo que busca es desviar y obstaculizar los trabajos que continúen con la tarea de privilegiar a los de abajo.
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