Cuando ya se tenía claro que la Suprema Corte de Justicia de la Nación reconoce la constitucionalidad que garantiza los preceptos de igualdad, respeto y no discriminación, entonces llega el diablo “y que le sopla”. Y de su aliento llama a formar el Frente Nacional por la Familia.
Y ahí tienen a obispos, sacerdotes, monjas, empresarios, organizaciones de asistencia social, escuelas privadas –que se pasan por el “arco del triunfo” la laicidad de la educación– y algunas instituciones que reciben recursos públicos para moverse en contra de la unión civil del mismo sexo porque es “una encarnación de la impudicia y el mal” y, por lo tanto, debe ser combatida “a chaleco”. Lo que se presenta como simple expresión de ideas se transforma en aviesa práctica inquisitorial.
La situación alarma cuando en todos los preparativos para la una movilización del pasado sábado, se hacen juicios basándose en agresiones verbales, y sobre todo por la participación de los sectores más conservadores y reaccionarios de la iglesia católica. Recordemos que la Ley de Sociedades de Convivencia de la ahora Ciudad de México, que entró en vigor el 16 de marzo de 2007, permitió a Abraham Landeta y Ángel Castañeda, ser los primeros en contraer matrimonio en la Delegación Cuauhtémoc. Ahora ya en diez entidades lo reconocen y lo amparan más de 7 mil 900 parejas. Se les metió el diablo al paraíso.
Ahora bien, veamos que nos dice Norberto Bobbio en su Diccionario de Política sobre el término “laico”: tiene históricamente el significado de “no clerical”, lo laico indica lo contrario de clericalismo, y más general de confesionalismo. Un poco más adelante, aclara que lo laico no es sinónimo de no creyente. Entonces, como vivimos en un estado laico (Artículo 130 de la Constitución), debemos respetar el derecho a tener la religión que queramos, por un lado, y por otro, los creyentes a respetar nuestras leyes. La tolerancia, como principio de la libertad política, nos obliga a abstenernos de hostigar a individuos o conjunto de individuos que manifiestan posturas contrarias a las nuestras.
Finalmente, nuestras leyes no tienen la culpa de la franca decadencia de la cultura parroquial; de la pérdida de autoridad del sacerdote; de la crisis sacerdotal causada por los riesgos del celibato forzoso –que no puede ocultar la hipocresía–; del debilitamiento de la creencia (que algunos obispos llaman “ateísmo cultural”); de la escasa cultura bíblica; de los convenios de la alta burguesía con los del Opus Dei y los Legionarios de Cristo; de su abominable pederastia; de la introducción del mercado en las devociones (“Jesucristo en el mejor vendedor del mundo” Og Mandino); de letreros que en los templos dicen “recicla tu espiritualidad”; de la pérdida de millones de fieles que por distintas razones adoptan nuevos credos o ninguno.
Resulta que las movilizaciones para componer la moralidad de los “equivocados”, las convocan Los inmorales.