Miércoles, abril 23, 2025

Exponen el carácter social de la Inquisición y su papel en la letra impresa novohispana

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El carácter social y jurídico de la Inquisición en México y particularmente el papel que tuvo ante la letra impresa, de la que se sirvió a la par que la vigiló y la calificó para mantener el orden establecido, son los temas que cruzan la exposición virtual La Inquisición en las letras: tratados, sermones y libros prohibidos. 

Curada por Gabriel Torres Puga, investigador y académico de El Colegio de México, en colaboración con Carmina Pérez Juárez, la exposición virtual reúne una serie de impresos y documentos albergados en la Biblioteca Histórica José María Lafragua, de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP).

Bajo la mirada de Torres Puga, investigador especialista en la materia, se propone una apreciación diferente de esta institución. A la par, los materiales permiten ser una muestra del patrimonio histórico documental que la UAP conserva. 

La Inquisición, explica el curador en el texto introductorio, fue creada en el siglo XIII como un mecanismo de protección del cristianismo. Se trataba de una actividad judicial controlada por el papa y dirigida a erradicar la herejía.  

Los inquisidores partían de un sistema de justicia que se basaba en la sospecha de culpabilidad y en la fe de los testigos. La inquisición medieval se estableció en distintos lugares en momentos específicos, pero no llegó a conformar una institución centralizada, apunta el investigador. 

Mostrada en 2018 de manera física, la exposición propone una perspectiva que no solo habla de las víctimas sino de la institución en sí misma. En ella, se muestran las distintas caras de la Inquisición y su reflejo en la producción literaria, evidente en los llamados “libros prohibidos” que servían para dar señas del contexto que hizo posible a esta institución, misma que fue parte característica de la Iglesia y de sus estados católicos. 

“Más que una historia de la Inquisición en términos generales, la primera intención es ver que no fue solo una institución española terrorífica vinculada con la tortura y quema de herejes, pues había más: un sistema de justicia, un tribunal”, mencionó el autor del libro Los últimos años de la Inquisición (2004). 

Acotó que antes de ser dicha institución, fue “una actividad, un oficio” que había sido creado en la Edad Media prevaleciendo a lo largo de los siglos porque supo reinterpretarse en las distintas instituciones en las que funcionó. 

Continuó que, tras su instalación, la Inquisición española trató de demostrar que “el oficio estaba por encima de las instituciones”, algo que se refleja en uno de los libros que se incluyen en la exposición: El Manual del inquisidor, de Nicolás Aymerich, un inquisidor activo en el siglo XIV en la provincia de Aragón, que no dependía de la Inquisición española, sino que era nombrado por el Papa para combatir a los herejes. 

Nicolás Aymerich, continuó el investigador, hizo este primer manuscrito que circuló para crear el oficio, con consejos que se daban entre inquisidores para descubrir la herejía, es decir, aquellas desviaciones del cristianismo perseguidas por Roma, siendo la autoridad los Concilios y el Papa. 

Otro título incluido, precisó Torres Puga, es un tratado publicado en Roma durante el siglo XVI para uniformar la actividad inquisitorial entre la llamada Congregación del Santo Oficio, y las instituciones inquisitoriales de España y Portugal. 

“Lo anterior permite ver que la Inquisición no se debe entender de manera aislada, sino que era eclesiástica y era respaldada y funcionaba así con otros elementos que contribuían a la actividad cotidiana de la iglesia, que juzgaba, procesaba y actuaba, y lo hacía con la colaboración cotidiana de la iglesia”, expuso. 

Refirió que en la exposición se presenta una selección de “libros prohibidos”, es decir, de títulos expurgados por la iglesia, pues tenían eclesiásticos encargados exclusivamente de hacer este trabajo. Como ejemplo, se incluye un libro del holandés Erasmo de Rotterdam (1466–1536). 

“Hay libros con hojas rotas en Lafragua, pues el trabajo de expurgar tiene que ver con el lector pues el que debe ser expurgado debe ser él mismo, y debe censurar de manera propia lo bueno y lo malo. Por eso la censura era tan fuerte y arraigada, algunos la burlaban pero hay una mayoría que coadyuva y tiene miedo, pues no sabe si puede leer o no ciertos libros”, apuntó. 

Además del volumen de Erasmo de Rotterdam, en la Biblioteca Lafragua se exponen obras de Voltaire (1694–1778) y Rousseau (1712– 1778), que mostraban que ciertos libros debían ser prohibidos, pues no podían leerse ni saber si lo que habían dicho estaba mal. 

Resaltó que, como ejemplo de la riqueza de materiales de la Biblioteca Lafragua, se incluyeron dos cuadernos de registros de los inquisidores con las listas completas tanto de los reos procesados en cárceles secretas, como de los denunciados o noticias de distintos sujetos dispuestos a investigación. 

Estos dos cuadernos refieren a la forma en que “trabajaba” el tribunal de la Inquisición, pues se basaba en la sospecha. “Su manera de actuar era acumular elementos y pruebas que fortalecían dicha sospecha, por lo que su trabajo era ordenar la información, y cuando había una denuncia concreta los secretarios hacían estos cuadernos en abecedario con los nombres de los denunciados”, apuntó el especialista. 

Asimismo, aparecen dos edictos de la Inquisición contra Miguel Hidalgo, con lo cual se rompe “con una imagen dada por la propia distribución de archivos españoles y su prejuicio historiográfico: que la Inquisición estaba en plena decadencia en el siglo XVIII, periodo en el que ciertamente no hacía autos de fe y no hubo ni un hereje condenado, pero sí actuaba y mucho”. 

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