Ninguna novedad en la marcha y concentración derechista llevada a cabo el pasado domingo 18 de febrero. Las mismas consignas, los estribillos reiterados, las previsibles calumnias lanzadas contra el Presidente de la República y el embate del orador único, Lorenzo Córdova, ex presidente consejero del INE, contra las mayorías (México, dijo, vive un “entorno de mayorías autoritarias”), que no le han de gustar porque huelen a pueblo, además de arremeter contra las iniciativas de reformas presentadas por el presidente, a las que llamó “proyecto de restauración autoritaria que quiere regresar al país a las épocas de un partido hegemónico.” La lectura obvia, es que la derecha, en Vox de uno de sus fieles seguidores, ese que puso el aparato electoral al servicio de sus compañeros de viaje, viene a decir que las minorías deben gobernar en representación de las mayorías, pues para ser democráticas han de renunciar a gobernar porque eso las hace autoritarias.
Lorenzo Córdova, en media hora dijo lo que los manifestantes querían oír, se quejó de “acoso. hostigamiento y persecución contra las instituciones y sus integrantes ”, pero no se quedó con el deseo de mostrar sus preferencias ideológicas y su perfil mesiánico como guardián de la democracia, cuando los asistentes, alentados por él, empezaron a gritar, a todo pulmón: “Tadeii, la ley es la ley” y no sólo pues agregó Córdova, dirigiéndose a la actual consejera presidenta del IFE: “le daremos seguimiento a cada una de sus decisiones para evitar que tengan sesgos y favoritismos y vamos a observarlas para que no se sometan al poder.” Para él, eso no es hostigamiento ni persecución. Seguramente, en ese momento, Córdova tenía presente lo ocurrido con el IFE durante su gestión, cuando el Instituto, creado para organizar las elecciones, se convirtió en un activo impulsor de la derecha y a tratar de hacer creer a la ciudadanía que él. Lorenzo, era la encarnación de la democracia; una democracia que, según su visión mostrada durante su gestión y en el discurso del domingo, se agota en el proceso electoral. Al parecer el modelito es el siguiente: eliges y te vas, para dejar gobernar a la minoría, que sabe cómo hacerlo y conoce de las necesidades de la gente. Democracia sin pueblo, pero con una élite dominante.
Pero, lo indudable de la concentración de la derecha, es la hipocresía con la que actúa políticamente, pues los convocantes y los asistentes, fingieron creer su mentira de ser una concentración apartidista, cuando era evidente su tufillo electoral, pretendidamente oculto en la defensa de la democracia elitista que proclaman y que, ahora, nos quieren imponer como la única posible.
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Ciertamente, no ha sido la derecha la que dio las más grandes batallas por democratizar al país; ha sido una amplia gama de fuerzas progresistas de varias generaciones las que sufrieron los peores embates del régimen político autoritario, cuya hegemonía se ejerció en buena parte del siglo XX, lapso en el cual la represión, selectiva y masiva, se mantuvo contra los luchadores progresistas que nunca argumentaron “cambiar al Estado desde dentro” para terminar cooptados por él; la sangre vertida fue siempre de la izquierda, mientras la derecha y el régimen simulaban una República democrática.
Si el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, es una promesa cumplida; en los próximos seis años las mayorías seguirán gobernando con la consigna “Por el bien de todos, primero los pobres.”


