En un momento en el que estamos inmersos bajo una acalorada discusión sobre la alimentación de los niños y su impacto en la salud, un interesante artículo al respecto fue publicado el pasado 23 de enero de este 2025 en la revista The New England Journal of Medicine1 que hace referencia a los complicados aspectos del hambre.
La necesidad de alimentarse es un instinto básico para la supervivencia que se desarrolló a lo largo de la evolución. Demuestra su relevancia en intrincadas y diversas formas en las que nuestros cinco sentidos participan para que se lleve a cabo su adecuado control.
En la época en que los humanos vivían de la caza y la recolección con alimentos disponibles de manera intermitente, la regulación del hambre se centraba en mantener un equilibrio entre las calorías consumidas y las gastadas. Con la aparición de la agricultura, hace unos 12 000 años, se incrementó la disposición de alimentos con fácil acceso, muy buen nivel energético, atractivos a nuestros sentidos y de buena digestión, lo que impactó significativamente la forma en que evolucionó la fisiología del hambre, previamente influenciada durante dos millones de años.
La tendencia a mantener un peso corporal relativamente constante en cada individuo sugiere un sistema metabólico muy complejo, capaz de ajustar numerosas variables; no obstante, este mecanismo, que evolutivamente nos predispuso a consumir más calorías de las necesarias, actualmente está generando graves problemas de salud.
Lo primero que debemos imaginar está representado por el hambre, entendiéndola como el “impulso fisiológico de comer que se desencadena por la inanición, para mantener el equilibrio energético”. Por otro lado, el apetito o hambre hedónica, es aquella en la que la ingesta de alimentos está impulsada por el placer de alimentarse. En cualquier situación, comer requiere una coordinación literalmente refinada entre el cerebro y el intestino. Así, desde un punto de vista funcional y evolutivo, el hambre se puede categorizar mediante tres mecanismos distintos, pero particularmente interconectados: homeostático o de equilibrio, hedónico o de placer y el impulsado por la microbiota, que son microorganismos que generan un verdadero ambiente de equilibrio ecológico en el interior de los seres vivos de todo el reino animal.
Cuando se aborda el hambre homeostática, se involucra un sistema vinculado entre el cerebro y el intestino, a través de elementos nerviosos y hormonales que transmiten señales muy específicas que generan la necesidad de comer. Los bajos niveles de glucosa también provocan esta necesidad de reponer energía. Ciertos sabores tienen la capacidad de alterar los movimientos intestinales, afectando la sensación de requerir o limitar el consumo de comida. Así, con la ingesta de alimentos, se inicia una vía igualmente intrincada que reprime el hambre mediante la distensión gástrica, detectada por receptores específicos de tensión, estiramiento y volumen, que luego transmiten señales al cerebro a través de vías nerviosas. Estas señales de saciedad inicial, se refuerzan posteriormente por la presencia de aminoácidos y ácidos grasos en el tracto gastrointestinal, lo que conduce a la supresión de la apetencia. Finalmente, la saciedad tardía se alcanza cuando, al culminar los procesos digestivos, se incrementan los niveles plasmáticos de aminoácidos, glucosa e insulina. Esta saciedad metabólica, junto con las señales sensoriales y la integración de todos estos procesos en el sistema nervioso central (SNC), completan el ciclo de control homeostático del hambre.
El apetito o hambre hedónica se caracteriza por el deseo de comer en ausencia de una necesidad calórica aguda. En presencia de una disponibilidad sustancial de alimentos, los circuitos cerebrales de placer (hedónicos) o de recompensa, pueden suplantar el control del equilibrio energético, lo que lleva a la ingestión de alimentos ricos en energía, grasas y azúcares, no por necesidad, sino por placer. El hambre hedónica también está influenciada por emociones negativas y con mayor frecuencia, positivas, lo que da como resultado diferencias individuales en la conducta alimentaria. Por ejemplo, la ira, el miedo, la tristeza y la depresión suelen asociarse con el consumo excesivo de alimentos dulces. Los patrones de alimentación también están influenciados por las preferencias de sabor, así como por las sensaciones placenteras en el sistema de recompensa del cerebro, que se desencadenan por la anticipación de consumir alimentos de buen sabor. Por otra parte, los factores socioeconómicos, las creencias culturales y las prácticas religiosas pueden modificar el hambre hedónica.
Es importante señalar que los anuncios de alimentos pueden iniciar la liberación de dopamina de las áreas cerebrales relacionadas con la recompensa e incitar pensamientos y deseos relacionados con la alimentación, como un acto henchido de placer, ante el cual, los niños son particularmente vulnerables.
Por último, el hambre impulsada por la microbiota, se refiere a la necesidad de comer que depende de la presencia de microorganismos en el intestino, que no solamente protege en contra de gérmenes nocivos, sino que además contribuye a la programación del sistema inmunitario y al control de las funciones metabólicas clave. La microbiota proporciona al huésped energía a través de la liberación de enzimas y metabolitos nutritivos (por ejemplo, ácidos grasos de cadena corta). Dado que el hambre depende en gran medida de la comunicación bidireccional intestino-cerebro, la microbiota intestinal también influye en los circuitos del hambre del huésped.
Por último, aunque el efecto de los factores socioeconómicos, psicológicos y culturales en la conducta alimentaria es claro, el papel de la genética en la influencia de la preferencia alimentaria, el gusto y la calidad y cantidad de la ingesta de alimentos parece ser menos claro. No obstante, hay ejemplos raros, como el Síndrome de Prader-Willi, que puede causar hambre insaciable.
Los procesos que controlan cómo funciona el hambre en nuestro cuerpo son variados, intrincados y todavía no se comprenden del todo. Los progresos recientes en esta área nos han ayudado a entender algunos de los mecanismos involucrados y cómo los cambios evolutivos han influido en ellos. En este momento, deberíamos utilizar este entendimiento para crear estrategias y acciones preventivas a la medida de cada persona, que fomenten un equilibrio en nuestro metabolismo que redunden finalmente en aspirar a tener siempre una buena salud.
Referencia: (1) Fasano A. The Physiology of Hunger. N Engl J Med 2025;392:372-81.
DOI:10.1056/NEJMra2402679
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