Es más amorosamente tranquilo
hacer las cosas en colectivo
Jaime Martínez Luna
Una fiesta de cuatro días. Invitadas e invitados de distintos países. Voces, colores, ideas, expresiones, risas, encuentros, diferencias, discusiones… Todo esto enmarcado en el centro histórico de Puebla, en edificios antiguos, entre muros llenos de historias y de saberes. En pequeños espacios cómplices para la resistencia, para la expresión, para el arte, para la música y la cultura. Cuatro días de fiesta comunal con trabajo y gozo, con responsabilidad y disfrute, con enfrentamientos de ideas y coincidencias en puntos de vistas.
Reunidos en espacios múltiples mujeres, hombres, niños y niñas. Personas con experiencia y sabiduría y jóvenes aprendices. Maestros del aula y de la vida, alumnos del trabajo y de la escuela. Los encuentros estaban llenos de abrazos, de saludos, de reconocimientos. Hubo intercambio de saberes, de tarjetas, de videos, de libros, de autógrafos. Personas compartieron palabras, letras, dibujos, imágenes, sonidos, ideas y todo esto circuló de manera fluida y festiva.
Este encuentro giró en torno a la comunalidad, una idea, una forma de vida que desde la existencia enraizada en las prácticas de los pueblos indígenas serranos y mixes de Oaxaca llegó como provocación, como concepto, como teoría, como modelo. La comunalidad fue discutida, debatida, adoptada, criticada, aplaudida. Distintas experiencias relacionadas con la educación, la comunicación, el derecho, la salud, el territorio, la naturaleza, la producción, la economía, la política, la justicia, la memoria, el arte… fueron compartidas desde la mirada del proceso de trabajo colectivo, aterrizado en las prácticas, con referente en la naturaleza y desde la apuesta de compartir para caminar en conjunto.
Grandes ejes llevaron a reflexiones acaloradas. Desde la crisis civilizatoria y el horizonte político comunitario hasta la comunidad y la ecología política, pasando por los bienes comunes, las luchas por lo común y la comunalidad, y por la epistemología, la memoria y la historia.
Hubo invitados e invitadas para compartir sus ideas en actos plenarios. “Se puso buenísima la sesión” fueron comentarios escuchados en más de una oportunidad. “¿Estabas ayer cuando se armó la discusión sobre…?” otro ejemplo de preguntas lanzadas en pasillos, auditorios, calles. Muchas coincidencias a pesar de los desencuentros. Por ejemplo, que el modelo capitalista neoliberal en el cual estamos inmersos está agotado y nos ha llevado a una crisis, pero debemos entenderla como un horizonte de conocimiento. Que vivimos separados de la naturaleza y alienados de los otros. Que debemos politizar la vida para conocer el costo moral de vivirla. Que debemos compartir lo que sabemos y que es una necesidad crear caminos que no nos lleven por el mercado obligatoriamente. Se resaltó la importancia de la memoria y de la historia oral; la urgencia de sentir y comprender que no somos seres individuales, sino comunales. La manera de construir conocimiento y de nombrar el mundo fue cuestionada y las universidades y los académicos interpelados para crear nuevas formas de acercarse a los saberes.
La comunalidad se puede practicar desde los espacios urbanos y rurales siempre y cuando haya trabajo en comunidad porque las realidades vividas son las que nos están impulsando a cambiar el modelo y a vivir nuevas realidades desde las villas, los barrios, los pueblos, las aldeas, las universidades. No obstante, debemos estar conscientes de que la sociedad actual se rige por un modelo de destrucción de la comunidad, por lo que el camino por andar no es sencillo pero tampoco imposible.
Algunos ejemplos de dignidad y de construcción comunal llegaron de rincones diversos de México, de Colombia, de Brasil, de España, de Argentina. Desde un hospital gestionado por el personal que funciona de manera horizontal a una universidad que es una cooperativa. Una revista realizada con presas en una cárcel, una plataforma de mujeres radialistas. Videos de denuncia donde se plasman las violaciones a los derechos humanos o el despojo de tierras y territorios, pero también proyectos audiovisuales colectivos que reflejan miradas otras de la vida.
El primer congreso internacional de comunalidad fue una fiesta. Sus ecos persisten, sus voces resuenan, sus palabras quedarán registradas en grabadoras o en libretas, en libros y en videos. Esperamos que el festejo siga, porque construir comunalidad es un reto que vale la pena enfrentar.