Estoy frente a la pizarra.
No se cómo llegó a mi mano la tiza,
sí sé a que sabe un gis…
¡Cuánto he roído para blanquear la dentadura!
Copio lo visto en el cuaderno silabario
que heredé de mi madre cuando niña:
me da un extraño gusto por copiar la e.
” Es la e como un muchacho recostado leyendo”: e.
Veo la imagen de un viejo
al que le habla un niño,
y el anciano para oírlo
se lleva la mano a la oreja como un embudo.
Y, a la vez, enuncia una e
que se multiplica varias veces.
Una tarde sabré por mi madre
que la letra se llama e
y que cuando uno oye mal
como el viejo de la estampa
pregunta con una larga ¿eeeee?
Mi abuela corrige: no digas e,
se dice mande usted.
La e todavía es
mi eterna pregunta
al niño aquel que quizá nunca
escuché bien. ¿eeeee?
Ricardo Landa, febrero de 2024.
(Nacho López niños indígenas)