Llevo ya bastante tiempo recopilando notas, libros y artículos científicos que dan cuenta de los más recientes descubrimientos paleontológicos en el orbe y que arrojan nuevos elementos y dudas sobre lo que supuestamente sabíamos de nuestra historia evolutiva y del origen del ser humano lo que me lleva a reflexionar sobre lo que creemos que nos hace ser humanos. El aporte más reciente y del que di cuenta en una columna de 2020, es el del hallazgo de numerosos restos de un homínido denominado por sus descubridores como Homo Naledi y que cambia totalmente lo que entendemos por “humanidad”. Escribo estas líneas pues hace unas semanas observé el documental “Lo desconocido: La cueva de los huesos” (2023), producido por Netflix y alojado en esa plataforma. El documental se basa en el libro “La Cueva de los Huesos. Una historia real de aventuras, hallazgos y los orígenes de la humanidad” (2023) de los paleoantropólogos Lee Berger y el John Hawks –también especialista en evolución humana– editado por la National Geographic que muestra el proceso que ha llevado la exploración del sistema de cuevas Rising Star, cerca de Johannesburgo en Sudáfrica, lugar donde se encontraron los restos del Naledi. “Los restos óseos descubiertos en la cueva se concentran en un único subsistema de difícil acceso y están datados entre hace 335 000 y 241 000 años, un periodo en el que los humanos modernos apenas empezaban a emerger en África”, afirma una nota publicada en el portal de la National Geographic publicado en junio de 2023. También en esa nota se menciona que, de confirmarse los resultados de la investigación, estos homínidos habrían desarrollado costumbres funerarias 100 años antes que sus parientes lejanos, los Homo Sapiens, es decir, nosotros. Pero entonces, ¿no era el Sapiens el único homínido capaz de desarrollar cultura? Los hallazgos recientes en torno al Neanderthal nos hacen ver lo contrario. De hecho, el año pasado escribí un artículo donde invitaba a quien leyera mi columna a repensar lo que entendemos por Sapiens. Con estos hallazgos, confirmo la idea, sólo que en esta ocasión, invito a quien lea esto no sólo a reflexionar qué tan “únicos” somos como especie y si en verdad somos el centro de la evolución o de la creación, dependiendo qué tan creyentes seamos. Ya volveré más adelante a estas reflexiones.
Los exploradores afirman en su libro “La Cueva de los Huesos” algo verdaderamente sorprendente: “Reconocíamos lo controvertido de sugerir que el Homo naledi enterraba a sus muertos. Ahora proponemos un estilo de vida organizado para este enigmático homínido de cerebro pequeño. Descubrimos una piedra con forma de herramienta en la tumba de un niño naledi, junto a su mano. ¿Podría esto ser prueba de ritos mortuorios con artefactos, algo que atribuíamos únicamente a los humanos? Encontramos evidencia de fuego en varios lugares de las cuevas, incluyendo hollín en paredes y techos, carbón vegetal, huesos de animales quemados y piedras apiladas que sugieren un hogar [hoguera]. Estos hallazgos también apuntan a un uso diferenciado de los espacios, con lugares destinados a los enterramientos y otros dedicados a cocinar animales. Y lo más remarcable de todo: algunas paredes de la Cámara Dinaledi y otros espacios presentan marcas en la roca, unas líneas que no han podido crearse a causa de un proceso natural, así como formas que, inexplicablemente, son iguales a las encontradas en otras cuevas a miles de kilómetros de distancia, cuevas ocupadas por especies de antiguos parientes humanos con cerebros más grandes que los del Homo naledi”. Lo anterior implica que los Naledi tendrían lo que los antropólogos denominan “cultura”. ¡Cultura!, esa palabra tan utilizada para diferenciar a los seres humanos de todas las especies que han habitado la faz de la tierra y que también ha sido utilizada desde la ciencia y desde los discursos civilizatorios europeos y gringos para colocarse en el pináculo de la civilización frente a todo el orbe “bárbaro” que los rodea. Desde la concepción misma de la humanidad, el ser humano se ha instalado en términos de superioridad y lo ha hecho asumiendo que es por su capacidad de pensamiento superior, determinado por el tamaño de su cerebro, mucho mayor que el de las otras especies en el planeta. Lo cierto es que el Naledi, con un cerebro más pequeño, podría haber llegado a las mismas prácticas. Entonces, ¿somos o no tan especiales como creemos, tan inteligentes, tan superiores?
Por otro lado, el hecho de que los Naledi realizaran ritos funerarios y que enviaran a sus difuntos con herramientas –que, por cierto, también podrían haber sido capaces de desarrollarlas– al ámbito que ellos imaginaran que seguiría después de la vida, nos habla de un sistema de creencias, lo cual, también es cultural. Ello nos invita a preguntarnos si es que somos el centro de la creación –viéndolo desde un punto de vista religioso– o es que hubo otros que también lo fueron. Por tanto, si creemos en Dios, qué jugarretas son estas que hace con nosotros. Como nos dicen los autores “Durante mucho tiempo hemos pensado que la comunicación, la cooperación y el control social de las emociones como el miedo y la confianza son características conductuales casi exclusivamente humanas. Sin embargo, dicho comportamiento también se ha demostrado en elefantes, delfines, pulpos e incluso en abejas, y nuestra experiencia con los naledi nos permite afirmar que no podemos definir a los humanos solo por eso. (…) Estos comportamientos constituyen la base de quienes somos hoy en día y forman parte de la historia de nuestra procedencia. Si acaso, son un motivo más para celebrar la extraordinaria resiliencia, complejidad y diversidad de nuestro mundo”. En efecto, quizá debemos trascender ya la idea de que somos la maravilla de la creación o la especie dominante y asumamos que somos otros especímenes más en una fascinante complejidad que es la vida en este planeta; debemos suprimir la petulancia que nos caracteriza desde que a través de la idea de ser los hijos favoritos de Dios o aprovechando a la ciencia y los procesos evolutivos nos pusimos en un pedestal y, humildes, aceptemos que no somos tan especiales. Por el contrario, debemos ser críticos con nosotros mismos y empezar a preguntarnos qué tanto es que gracias a que nos sentimos especiales hemos depredado de forma acelerada y quizá hasta irreversible nuestro entorno, sin respeto, sin medida, pensando que porque nosotros, los especiales, lo hacemos, entonces está bien. Debemos reflexionar si es que todo lo que hemos hecho como especie es correcto o ha sido producto del capricho y de la banalidad intelectual que nos caracteriza. Por ejemplo, ¿debemos aceptar sin cuestionarnos las mieles del mercado y de la extracción capitalista desmedida simplemente porque tenemos capacidad de explotar el entorno enarbolando una supuesta “libertad”, muy a la Milei, con semejante estulticia e irresponsabilidad? Tal mamarracho que gobierna ahora en Argentina es el producto más reciente y posiblemente el más nefasto -quizá sólo superable por Trump- de nuestra estupidez disfrazada de genialidad y que nos ha llevado a todos los excesos en los que vivimos, a la explotación descomunal tanto de la naturaleza como de los otros seres humanos “inferiores” y a la destrucción de todo lo que conocemos. Cierro con este párrafo genial de Lee y Hawks que bien resumen lo que pienso: “La paleoantropología y las disciplinas relacionadas con ella, como la arqueología y la historia, no están diseñadas para decirnos cómo llegamos a separarnos de la naturaleza y a convertirnos en seres singulares. Existen para revelar los maravillosos mecanismos del mundo natural, los secretos de nuestros orígenes y para conectarnos con nuestros ancestros. No restringen nuestro progreso, sino que nos ayudan a entender lo que nos hace distintos y a preservar aquellas partes esenciales y hermosas de ser Homo sapiens. (…) Definiendo a los naledi, podemos definir a los humanos”.