En la visita de campo que realicé a Guatemala este verano, estuve como lo relaté la semana pasada, en la zona del Petén central. Más adelante, viajé a Ciudad de Guatemala y visité la zona arqueológica de Kaminaljuyú y dos museos que me parecieron sumamente interesantes, no solo por las colecciones que guardan, sino por el destacable trabajo museográfico con el que cuentan. Ya en otros momentos he hablado sobre los museos y su importancia para la construcción de memoria y la conservación del patrimonio; también he hablado de su participación en la colonialidad de nuestros propios países independizados en el siglo XIX, que se antoja eterna. Algo similar llega a suceder con las zonas arqueológicas convertidas en parques que son visitados para tener una idea del pasado, de esas culturas que nos precedieron y que, en los discursos nacionalistas, forman parte de nuestra identidad, de nuestros orígenes. Por supuesto, tales espacios terminan irremediablemente aislados de las comunidades que los rodean y difícilmente los podemos ver vinculados no sólo a su pasado sino a su presente. Estas reflexiones no me llegan desde mi visita a Guatemala, sino que las vengo elaborando desde hace tiempo. Iniciaré con el relato y el análisis de lo que observé.
Kaminaljuyú fue una ciudad de gran importancia en la región donde hoy se ubica la ciudad de Guatemala. Tuvo dos momentos importantes, primero en el Preclásico y posteriormente en el Clásico. Según información publicada por el Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala, “Denominado “Colina o Cerro de los Muertos” por la gran cantidad de enterramientos que se encontraron en las excavaciones de las ruinas en (1926-27) por Manuel Gamio y Antonio Villacorta (1927), Kaminaljuyú fue un sitio ocupado durante más de 2,000 años, Su ocupación se inicia a finales del período Preclásíco Temprano (1100-1000 AC), cuando surgen pequeñas comunidades agrícolas dentro del área comprendida por el sitio. El desarrollo de arquitectura pública y de monumentos esculpidos durante el período Preclásico Medio (1000-400 AC), indica el inicio de la complejidad socio política en el centro. Es probable que durante este período Kaminaljuyú haya logrado el control directo de El Chayal, una de las fuentes de obsidiana más importantes de Mesoamérica, localizada a una distancia de 20 km hacia el noreste del sitio”. Destacan en el sitio las numerosas influencias de culturas contemporáneas, como los olmecas o la cultura Izapa. Más adelante, en el Clásico temprano (250- 550), fue la ciudad más relevante del llamado Altiplano Meridional. Según reporta Antonio Benavides Castillo en su capítulo “El sur y el centro de la zona Maya en el Clásico”, publicado en la antología “Historia Antigua de México, vol. 2”, con “profundos e importantes antecedentes pre-clasicos, este sitio dominó a multiples asentamientos de la compleja orografia regional y de la costa del Pacífico (…) Su hegemonía fue reforzada al establecer alianzas con Teotihuacan, lejana metrópoli del altiplano mexicano que extendió su poderio y relaciones en muchos puntos de Mesoamérica. Kaminaljuyú fue fundamental para la expansión del comercio e ideología teotihuacanas en el mundo maya meridional. Las evidencias más tempranas del contacto maya-teotihuacano proceden de la Estela 4 de Tikal, a quien el binomio Kaminaljuyú-Teotihuacan escogió como una especie de socio en el corazón del Petén”. Como lo he comentado en entregas anteriores, la influencia de grupos de lo que hoy se conoce como México es notable en la zona maya guatemalteca y en esta importante ciudad es evidente. Sin embargo, hay que decirlo, cuando visitamos la zona arqueológica que se conserva de la ciudad, difícilmente podemos darnos cuenta de su grandeza e importancia. Desafortunadamente, la expansión de la ciudad se ha devorado buena parte de la urbe maya y, como señala el mismo Ministerio de Cultura, las “ruinas comprendían más de 200 montículos que se extendían en una area de 5km., incluyendo 13 juegos de pelota, dispersos en un área de 5 km2 alrededor de la Laguna de Miraflores, hoy extinta en una meseta templada, llana y fertil, con abundantes ríos, rodeada de montañas y volcanes. (…) El acelerado crecimiento de la ciudad desde hace cuatro décadas, ha dado como resultado la desaparición de cerca del 90% del sitio”. La mayoría de los edificios que encontramos en el sitio están cubiertos, por lo que sólo se perciben como montículos. Sin embargo, podemos acceder a un par de estructuras que han sido restauradas y que resultan sumamente interesantes. La construcción de Kaminaljuyú, que integra arcilla, piedra pomez y un recubrimiento de barro quemado en su elaboración, hacen que sea sumamente difícil de conservar, razón por la cual no se exponen los edificios. No obstante, lo que podemos ver nos da una estupenda idea de la ciudad. Desde un mirador sobre uno de los montículos más grandes podemos ver toda la urbanización moderna que rodea el sitio y podemos imaginar que debajo de todas esas casas y edificios yacen vestigios de todo tipo, al menos lo que ha podido sobrevivir. Es, sin duda, una evidencia clara del triunfo de la modernidad sobre un territorio colonizado. Por supuesto, lo digo con ironía e indignación.
A varias calles de la zona arqueológica se encuentra el Museo Miraflores dentro de una plaza comercial que se construyó alrededor de varios montículos que se conservan de Kaminaljuyú. Fue construido y administrado por la Fundación Miraflores y, como afirma el sitio web del museo, su “colección cuenta con piezas arqueológicas originales de más de 3 mil años de antigüedad que ilustran la historia de los primeros habitantes de lo que hoy es la Ciudad de Guatemala. Su renovación ha abierto espacio a más obras que permiten descubrir los misterios de los antiguos mayas y las maravillas creadas por los habitantes de Kaminaljuyu. Esta extraordinaria colección se exhibe mediante una variedad de experiencias participativas que hacen a Museo Miraflores único en su categoría. De hecho, el nuevo diseño hará del recorrido un espacio que estimulará y atraerá la atención de niños, jóvenes y todo el visitante dispuesto a dejarse maravillar por una experiencia distinta a la oferta cultural que hoy por hoy ofrece Guatemala”. El museo, en efecto, cuenta con una museografía genial y con varias salas y espacios que permiten la interacción del público con algunas de las cosas que se exhiben ahí. La colección es bastante abundante variada y rica y no sólo muestra elementos de Kaminaljuyú, sino expone piezas obtenidas en regiones lejanas del Petén o el Pacífico, principalmente espacios con los que habría tenido contacto la ciudad. Como muchos museos dedicados al pasado prehispánico, podría haberse limitado a mostrar las piezas y las cédulas que dan información de estas. Sin embargo, han relacionado estos hallazgos con algunos relatos del Popol Vuj. Es de destacar la sala que recrea la ofrenda encontrada en una tumba de Kaminaljuyú y el camino que nos lleva hacia ella, que está ilustrada con aquel pasaje del Popol Vuj en que los gemelos cósmicos, Junajpu e Xb’alanke bajan al inframundo y vencen a los Señores del Xibalba en el Juego de Pelota. A su vez, se ilustra con un video el mito de la creación también presente en el Popol Vuj. En fin, se trata de una experiencia sumamente agradable y su visita es ampliamente recomendable. Acaso lo que habría que decir que me produjo una cierta sensación de disgusto, es el lugar en el que se encuentra. La plaza comercial, con sus tiendas departamentales y franquicias de todo tipo, opaca de alguna manera la importancia de un museo de esa naturaleza y del sitio al que está dedicado. Es como si colocáramos una plaza comercial en torno al Museo de sitio de Teotihuacan. Sería un escándalo sin duda, aunque hay que decir que más de un funcionario neoliberal de chisguete en nuestro país ha salivado con la perspectiva de tenerla.
A su vez, tuve la oportunidad de visitar el Museo Popol Vuh que se encuentra en el corazón de la Universidad Francisco Marroquin, institución privada y de altos vuelos de la Ciudad de Guatemala. “El Museo Popol Vuh -como afirma el sitio web del museo- fue fundado en 1977 por Jorge y Ella Castillo, a partir de su colección privada de objetos arqueológicos y coloniales. Ya desde los años sesenta, la colección Castillo se consideraba como una de las mejores en Guatemala, y varios objetos de la misma habían participado en exhibiciones internacionales sobre el arte prehispánico de Guatemala. En 1978, los señores Castillo donaron su colección a la Universidad Francisco Marroquín, con el objeto de establecer formalmente el museo, que se instaló en la avenida Reforma y 16 calle, zona 10, ciudad de Guatemala. Tres años después, se trasladó al edificio Galerías Reforma, Zona 9 de la misma ciudad, donde permaneció 16 años. A lo largo de este período, la colección creció por medio de varias donaciones particulares, a la vez que se hicieron los primeros esfuerzos de catalogación, restauración y conservación de los materiales. (…) Las instalaciones actuales abrieron sus puertas en 1997, dentro del complejo cultural de la Universidad Francisco Marroquín, que incluye el Museo Ixchel del Traje Indígena y el Auditorio Juan Bautista Gutiérrez”. La colección integra piezas de la Costa Pacífica, el Altiplano y las Tierras Bajas (precisamente el Petén guatemalteco) y son de todos los periodos prehispánicos. La colección es bastante rica y la museografía es muy pertinente. Destaco la réplica de las pinturas descubiertas en el sitio preclásico de la Cuenca el Mirador, San Bartolo, que narran episodios con el dios del Maíz. Igualmente, la interesantísima colección de urnas funerarias del postclásico en la zona del Altiplano. Por supuesto, también es una visita obligada en Ciudad de Guatemala.
Tales espacios me llevan a las siguientes reflexiones. Primero que nada, es lamentable la forma en que la ciudad moderna de Guatemala se comió a la zona arqueológica de Kaminaljuyú. Y es condenable la manera en que muchos gobiernos ignoraron deliberadamente tal destrucción. Por supuesto, se puede argumentar que es más valiosa la utilización de la tierra en actividades productivas y habitacionales que dejarla como “tierra muerta” en una zona arqueológica. Pero me parece que es una muestra clara de lo que se piensa sobre ese pasado y sobre los grupos que lo produjeron. Y si nuestro pensamiento se centra en la dicotomía civilización- barbarie, bueno, es obvio que ganará siempre un centro comercial y el mercado en general, por sobre el estudio del pasado. Por supuesto, también es terrible que, como sucede con los museos en el mundo, especialmente en aquellos dedicados a la exhibición del pasado remoto de las “colonias”, existe una desvinculación de aquello que se ve con los protagonistas vivos herederos de esos grupos mayas. Y que conste, no me refiero solamente a las comunidades mayas, sino también a todos aquellos guatemaltecos -o mexicanos, no nos escapamos del mismo problema- que también debieran compartir ese legado. Por supuesto, aplaudo colecciones y museografías, pero me sabe mal que sea a través de fundaciones y entidades privadas que el conocimiento se difunda. Para mí es el Estado el que se tiene que hacer cargo y responsable de la exploración, registro y divulgación del conocimiento producto del trabajo con estas zonas. Como sea, la experiencia es muy valiosa. Pero cabe preguntarse si en verdad tales esfuerzos logran divulgar el conocimiento.