Dentro del hiperinflado calendario del deporte internacional tenemos por lo menos un par de eventos regionales de cierta importancia: los Juegos Centroamericanos y del Caribe y la Copa de Oro. Como de costumbre, el futbol centra la atención de los medios, al revés de lo que debería ser (mucho más importante el desarrollo deportivo de un país considerado como una totalidad donde quepan todas las disciplinas atléticas, que la suerte de una selección manejada por intereses espurios). Pero eso somos y en ésas andamos.
Copa devaluada. Como es bien sabido, la tal Copa de Oro –el dólar manda– no hay forma de que salga de territorio estadounidense. Esta vez, sin embargo, mitiga un tanto la descarada ventaja que eso supone para el once eternamente local el que sus mandos hayan decidido, a saber por qué razones, prescindir de sus principales estrellas, poniendo en liza una especie de Selección “B” que, para empezar, el sábado se libró por un pelo de la primera derrota al conseguir tardío empate con Jamaica, que tomó ventaja y asustó permanentemente con un ataque formado por tres elementos que destacan en la Liga Premier inglesa –Bailey, Antonio y Gray–; Lowe había adelantado a los isleños (13´), Bailey erró un penal que hubiera sido decisivo y Brandon Vázquez, recién ingresado al campo, consiguió la igualada final (88´). Trinidad y Tobago y Saint Kutts and Nevis completan ese grupo A.
Tanto Vázquez como Alejandro Zendejas, incorporados a última hora a la Selección gringa, son hijos de padres mexicanos que, puestos a elegir, optaron por defender la camiseta de las barras y las estrellas mejor que la verde. Sentido común no les falta.
Baile de técnicos y Lozano de emergente. Nerviosos, al diez para las doce, los televisos destituyeron a Diego Cocca y pusieron en su lugar a Jaime Lozano ¿Qué respaldo puede sentir un DT al que de entrada le ponen la etiqueta de interino y lo lanzan al ruedo sin más ni más? El buen Jimmy arengó a los suyos lo mejor que pudo –su inspiración, dice, es Hugo Sánchez con su discurso y su mentalidad ganadores—y volteó a ver a algunos de sus pupilos ganadores del bronce en los JO Japón 2020. A última hora Sebastián Córdova se lesionó, y Lozano llamó a Diego Láinez como reemplazo. A ver cómo le va.
Grupo sencillo. Para calentar músculo, el Tri chocaba ayer con Honduras, que lleva tiempo sin salir del hoyo. En medio del caos que, por culpa de la dirigencia y las hiperinfladas estrellitas, vive la Selección, la renuncia de EU a utilizar su equipo titular –responsable del 3-0 reciente que puso a Cocca de patitas en la calle–, y la ausencia de rivales de jerarquía –en el grupo que nos tocó, enseguida de Honduras nos esperan Haití y Catar, invitado de cortesía–, a lo mejor Lozano consigue hacer méritos para quedarse. Pero les haría falta a él y los suyos mostrarse dignos rivales de Jamaica, que ya se vio tiene con qué, y quizá también de Canadá e incluso Panamá, que son los gallones del G-C ( Costa Rica, Panamá, Martinica y El Salvador) y el G-D (Canadá, Guadalupe, Guatemala y Cuba).
Nos espera, pues, un festival de balón cuadrado. Y México ni siquiera figura entre los favoritos. A menos que…
San Salvador 2020. En esa capital centroamericana se iniciaron los JC y del C con lucidoras presentaciones de la delegación mexicana, según es habitual. Por lo pronto, en el aún temprano medallero se adelantaron a México Colombia y Cuba, lo cual tampoco rompe con el orden establecido. Lo interesante es que nuestro equipo varonil de gimnasia consiguió por primera vez el centro regional, y en tenis de mesa se coronaron Yadira Silva y Marcos Madrid derrotando en la final a la dupla cubana, mientras se hacía del oro en tiro deportivo de 50 metros en tres posiciones. Para no ser menos, de la alberca de San Salvador emergieron para recibir sendas preseas doradas las nadadoras artísticas mexicanas Nuria Diosdado y Joana Jiménez, y otro tanto lograba el combinado mixto de 4×100 (Miranda Grana, Marijose Mata, Andrés Puente y José Martínez). También dorada la presea obtenida por la cuarteta masculina de 4×200 libres. Todo ello con dedicatoria a Ana Gabriela Guevara, la tenaz burócrata a la cual las disciplinas acuáticas no le merecen atención ni presupuesto.
Deportes que hacen concebir ilusiones son el beisbol (blanqueada de 4-0 a los cubanos, para empezar), el ráquetbol –donde Paola Longoria es reina– y quizás el voleibol playero, donde estamos sólidamente representados. Y no hay que olvidar olvidar el judo y, sobre todo, el karate, donde México siempre tuvo un lugar entre los mejores. Caerán, que duda cabe, numerosas medallas gracias al dominio azteca en clavados, gimnasia y halterofilia, y en cambio no se espera gran cosa del basquet, voli o tenis –donde fuimos alguien y ya no lo somos–, y menos aún de las pruebas atléticas más clásicas, que son las de pista y campo.
Aunque invisibilizados por la televisión –tanto la abierta como la de paga los ignoran olímpicamente–, estos juegos tienen la virtud de movilizar contingentes de deportistas que de otra manera se quedarían en casa, restringidos a prácticas domésticas simplemente porque doña Tele no encontró en sus respectivas especialidades el atractivo que acostumbra poner en marcha su vociferante publicrónica. Siendo que es precisamente la variedad de opciones lo que permitiría a cada joven acomodar sus características físicas y preferencias estéticas a tal o cual disciplina, para poder vivir la práctica del deporte como un elemento educativo esencial, benéfico además para la buena salud.
Que es precisamente lo que no sucede en México, y uno de esos temas pendientes del que deberían ocuparse con urgencia gobiernos y particulares.