Uno de los temas más fascinantes de la historia de Mesoamérica, aquel territorio que existía antes de la llegada de los europeos es, sin duda, el del juego de pelota, del que, por cierto, todo mundo parece saber algo, desde la forma en que se jugaba, las reglas, la vestimenta y hasta las consecuencias para quien tuviera la mala fortuna de perder, que era ser decapitado. Todo ello en una franca confusión entre si tal actividad era un deporte o un ritual. Me interesa hablar un poco sobre este tema y otro tanto sobre su recuperación en múltiples expresiones en México y Centroamérica. De acuerdo con el investigador Manuel Aguilar- Moreno en su artículo “Ulama: pasado, presente y futuro del juego de pelota mesoamericano” (2015), publicado en la revista Anales de Antropología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, el “juego de pelota mesoamericano tiene una historia de aproximadamente 3 500 años. Esta práctica era parte integral de la sociedad como lo atestiguan las cerca de 2 000 canchas que se han encontrado en el territorio que se extiende entre el suroeste de Estados Unidos y El Salvador. La compleja estructura del juego obedecía a aspectos sociopolíticos y religiosos, y además conllevaba una serie de significados y funciones, tales como: portal al inframundo, escenario para la representación de batallas cósmicas entre los diversos cuerpos celestes, rituales de fertilidad, ceremonias de guerra, ceremonias políticas y religiosas, ejecución de sacrificios humanos, etcétera”. En efecto, el juego de pelota tuvo diversos significados a lo largo del tiempo y espacio mesoamericanos y dependía de quién lo efectuara y en qué momento, la importancia que tenía. Quizá el mayor problema que ha existido desde su traducción al pensamiento occidental desde los europeos mismos, ha sido denominarlo “juego”, pues inmediatamente nos remite al ámbito de lo lúdico o del deporte. Por tanto, en esos términos, a cualquiera puede parecer un tanto “excesivo” sacrificar a alguien al final.
En todo caso, esto quizá responda a las versiones que se relatan en las crónicas con respecto a que el juego ya era una práctica profana, al menos en la gran Tenochtitlan. De acuerdo con Mercedes de la Garza, en el artículo llamado “El Juego de Pelota según las fuentes escritas” publicado en la revista Arqueología Mexicana
“En el siglo XVI, según las fuentes, el juego ya tenía un carácter profano y popular, pues no hay mención de que los sacerdotes realizaran encuentros con carácter ritual. (…) … un espectáculo profano, lleno de alegría y emoción, lo cual contrasta notablemente con el rico simbolismo religioso del juego de pelota expresado en los mitos y en los códices. Hay, así, un ‘juego de los dioses’ y un ‘juego de los hombres’: el primero, una recreación terrenal de la dinámica cósmica y el segundo, una actividad profana”.
Por supuesto, para nuestro entendimiento actual, plagado de deportes y competencias diversas, esto nos remite al entretenimiento. Pero sea como sea, el Juego de Pelota guardó desde el periodo Preclásico un sentido ritual. Como afirma Aguilar- Romero, por “lo menos en épocas tempranas, el juego de pelota no era un deporte, sino más bien un ritual que representaba la lucha de las fuerzas opuestas y complementarias del universo; su equilibrio creaba el orden y la estabilidad en el mundo. Este concepto se expresaba en la dualidad de la Vida y la Muerte, el Sol y la Luna, el Día y la Noche, la Luz y la Obscuridad, el Mundo humano y el Inframundo, la Masculinidad y la Feminidad, el Bien y el Mal”. En ello coincide con Mercedes de la Garza pues estamos hablando, dependiendo del ámbito, de una lucha entre opuestos complementarios, entre seres luminosos y oscuros, entre la vida y la muerte, entre el inframundo y el ámbito celeste.
Por ejemplo, en el Popol Vuj, texto elaborado en la colonia por manos k’iche’ en los altos de Guatemala -pero cuyas historias se encuentran enraizadas al menos en el periodo Clásico (250- 900 dC, aproximadamente), los gemelos cósmicos Junajpu y Xb’alanke, bajan al inframundo a jugar contra los dioses que ahí habitan y los vencen, en un juego iniciático, “pues implica la muerte y la transfiguración de los dos héroes”, afirma de la Garza. De hecho, al final del mito se convierten en el sol y la luna respectivamente. La lucha es, por tanto, entre “los dioses celestes -continúa de la Garza-, principios luminosos y vitales, y los seres del inframundo, que simbolizan la oscuridad y la muerte”. Pero no nos dejemos llevar por nuestras visiones occidentales: no se trata de la lucha entre el bien y el mal, sino de la elemental pugna entre opuestos complementarios, que se debe dar para guardar el equlibrio universal. De hecho, la cancha para el juego, es una entrada al inframundo, como lo son las cuevas o los templos en las cúspides de los edifcios (pirámides), representaciones terrenales del cerro en las ciudades mesoamericanas.
“Se creía que las canchas eran los portales o entradas al inframundo -afirma Aguilar- Moreno-, los umbrales donde los hombres y los dioses interactuaban. Ellas eran literalmente montañas hendidas, ‘vaginas dentadas’ o bocas que conducían al vientre de la tierra: un descenso que llevaba al héroe cultural al inframundo”.
O se encontraban en los espacios centrales, de las ciudades o como plazas hundidas con las que se demuestra su sentido inframundano. Para Aguilar- Moreno, ejemplos de la primera disposición se encuentran en Palenque, Copán, Piedras Negras, o Yaxchilán; de la segunda sería Toniná un ejemplo claro. Yo añado el juego de pelota en Tenam Puente, que se encuentra hundido en una plaza principal, aunque hay que añadir que tiene otros más pequeños en otras partes de la ciudad, ahí donde habitaban las elites gobernantes y religiosas. Eran una entrada indudable al inframundo que emulaba sin duda la aventura de los gemelos cósmicos. Vale mencionar que para el periodo denominado Epiclásico en el Altiplano Central y en el Golfo, proliferará de manera importante el Juego de Pelota, como si se tratara de una actividad fundamental para el equilibrio del poder. Destacan en este sentido ciudades como Tajín, con más de 16 o Cantona, con más de 25.
Por lo que respecta al sacrificio, Aguilar- Moreno afirma que quien era sacrificado era el perdedor y para ello comenta que en los juegos de pelota de Chichén Itzá y en uno de Tajín econtramos a jugadores que son decapitados y de cuyo cuello surgen serpientes y plantas, con lo que se confirma el carácter de muerte- vida- fertilidad que caracteriza al ritual. Empero, no me convence que se trate del perdedor. Me quedo mejor con la idea expresada por Mercedes de la Garza que dice que el juego estaría vinculado a la guerra, como una especie de metáfora de la misma. Ella afirma que
“en las fuentes escritas, que describen claramente la práctica del juego, nunca se dice que se sacrificara a un jugador; más bien se refiere que en algunos de los campos ubicados en las áreas ceremoniales se efecutaban ritos asociados con la guerra”.
El sol, la luna, Venus, astros fundamentales para el pensamiento mesoamericano se fusionan en una tradición que algunos denominan “panmesoamericana”, es decir, que se llevó a cabo en todo el territorio mesoamericano y que representa la lucha constante por preservar el equilibrio cósmico, tal como la guerra lo era para las comunidades mesoamericanas desde el Preclásico. Baste recordar que el “atl- tlachinolli”, la representación de la guerra sagrada para los mexicas, es una figura de dos bandas entrelazadas, una de agua y otra de fuego, lo que significa el equilibrio entre fuerzas inframundanas y celestes. Aparentemente, según afirma Aguilar- Moreno, el paso de la pelota por el aro -no todos los juegos llevan un aro, hay que decirlo-, podría significar el “momento en que la Tierra se tragaba al Sol (la noche, la oscuridad, la muerte). Esto significaba el final del juego y el sacrificio subsiguiente de los perdedores, a manera de ofrenda para que el Sol renaciera al día siguiente y la vida continuara. El renacimiento del Sol en la mañana era el resultado de su triunfo sobre la Luna, las estrellas y toda clase de fuerzas de la obscuridad (Schele y Freidel 1990). Para que el Sol pudiera derrotar a los poderes del inframundo necesitaba ser alimentado con sangre humana, y así, asociado a las lluvias, producía la germinación de las plantas. De este modo, el juego de pelota se relacionaba con el universo a través del sacrificio, la decapitación y la mutilación”.
En la actualidad, numerosas comunidades en diversas regiones de lo que antaño fue Mesoamérica y en otras de Aridoamérica y Oasisamérica, se juegan versiones del Juego de Pelota. Se encuentra la pelota huasteca, en la Huasteca Potosina; la Pelota Mixteca, en Oaxaca y Guerrero; la Pelota Purépecha, en Michoacán -que se juega con bastón-; el Juego de Pelota Maya en el sureste, principalmente en Yucatán, Belice y Guatemala y, finalmente, el Ulama que, según un reportaje de Mario Pastén publicado en Manatí, se juega en “Quintana Roo, Oaxaca, Veracruz, Tlaxcala, Chiapas, Campeche, CDMX, Querétaro, y obviamente, Puebla”. El Ulama se juega con la cadera, como tradicionalmente se hacía, y existe ya una Asociación de Juego de Pelota Mesoamericano, que cuenta con torneos y diversas academias asociadas. Más allá de que considero que este deporte no tendrá nunca tanto éxito como ya lo tienen otros traídos de otras latitudes, como el fútbol soccer, el americano o el béisbol -que en este sexenio aparentemente ha tenido un apoyo inusitado-, me resulta interesante que esta expresión de raíces profundas en el ámbito mesoamericano continúe. Por supuesto, no es como se practicaba en el mundo prehispánico, quizá ni siquiera como en el momento de contacto que relatan los cronistas, uno que aparentemente sería más profano. Acá no hay sacrificio humano, ni se está jugando el equilibrio del universo, pero quizá sí se juega la identidad y la memoria de los que lo practican. Como afirma Pastén, “Para Joel González- profesor de educación física representante de la Asociación en Puebla-, jugar este tipo de torneos es una responsabilidad importante, pues no sólo representa a Chignahuapan, sino a toda Puebla. Joel ha formado una asociación que recibe diversos tipos de donaciones y apoyos, por lo que darlo todo en los diferentes torneos a los que van él y el resto de sus compañeros, es una forma de recompensar el apoyo que recibe”. Hace algunos años yo hubiera salido con una frase académica y pedante que diría “pero así no es como se jugaba”. Hoy pienso que esas exactitudes históricas poco tienen de importancia cuando las culturas deciden traer del pasado aquello que les resulta prioritario. De hecho, eso confirma que la cultura se encuentra viva, que actúa en el presente para conservar cosas del pasado y con ello, construye y reconstruye su memoria en un círculo constante que le da identidad y sentido. Bien por gente como Joel y mejor por la memoria.