“El futuro se acerca
cuando hablamos de él”.
Abel Pérez Rojas
Brota una interrogante al navegar entre contenidos que me resultaron significativos y otros recientemente generados: ¿cómo se vinculan la preservación digital con la posibilidad del Internet de mente a mente?
Hace unos días entrevisté (bit.ly/1j0OQD8 ) a Juanjo Boté, bloguero, profesor e investigador científico originario y avecindado en Barcelona, España. A través de sus diversos blogs, Juanjo –según sus propias palabras– ayuda a sus ciberlectores a “quitarse el miedo al Internet, a los ordenadores y todo lo que rodea el mundo digital”.
Juanjo Boté aborda diversas temáticas sobre las tecnologías de la información (TIC) y las tecnologías del aprendizaje y el conocimiento (TAC); en pocas palabras, Juanjo se define en este sentido como alfabetizador digital.
Boté expresa enfáticamente que la preservación digital es una de sus pasiones: por los desafíos que representa dicha área científica, y porque se ubica entre la informática y la biblioteconomía.
La preservación digital es una especie de embarcación por la cual se conserva y mantiene viva una riqueza cultural y económica muy importante, creada en los últimos años. Surge como una necesidad de conservar y migrar diversos contenidos digitales para que puedan subsistir y puedan ser consultados, no obstante los vertiginosos cambios del software o hardware en el cual fueron creados.
En otras palabras la preservación digital y la propia digitalización de la información creada a lo largo de la historia, son dos grandes campos que le permiten al hombre moderno llevar su enorme herencia por el sendero de una virtualización propia.
El hombre en las últimas décadas ha transferido gran parte de sus funciones a dispositivos, surgiendo con ello su dimensión virtual-digital.
A través de la información, la dimensión virtual-digital del hombre actual va en ascenso en la misma proporción que crece esa irrefrenable compulsión por dominar a los demás, así como a su entorno.
La exponenciación virtual-digital del hombre, permite hacer proyecciones de cómo será el ser humano en las próximas décadas.
“¿Cómo será el mundo dentro de 100 años?” fue la pregunta central de un concurso que hace unos años promovió el programa Redes de TVE .
Luis C. Congil escribió el trabajo ganador, titulado: Interbrain, la última cuestión.
En resumen, según Congil, poco después del año 2100, las comunidades mentales digitales cuestionan el paradigma de humanidad que conocemos, esto es el Interbrain. Aunque no lo dice Congil, probablemente el Interbrain de su relato es propiciado en sus comienzos por un pequeño chip pegado al cuero cabelludo que permite intercambiar información de mente a mente para la toma de decisiones conjunta.
Según Luis C. Congil, el punto crítico de su relato radica en la creciente tendencia de los humanos del siglo XXII a provocarse la muerte voluntariamente para poder insertar su back-up en Interbrain y evitar así la persecusión.
La labor que hace la humanidad para cargar con cuanto puede en su proceso de virtualización, y las prospecciones más atrevidas de cómo serán los seres hu manos en el siglo XXII, dejan de verse como cabos sueltos y se puede avizorar que en algún punto se encontrarán cuando se ponen en la mesa junto a los más novedosos avances de la nanobioinfotecnología.
Cuando escucho las respuestas de Juanjo Boté y releo el trabajo de Luis C. Congil, no dudo en pensar que si en la actualidad ya operara el Interbrain, Juanjo Boté estaría ya en él, instruyendo a los neonatos virtuales.
Estoy convencido de que mientras escribo estas líneas sigue avanzando el andamiaje que unirá las puntas de la madeja entre ficción y actualidad, visibilizando el corpus que actualmente parece borroso: la exponenciación de la dimensión humana virtual y la proximidad de la comunicación de mente a mente.
Abel Pérez Rojas ([email protected] / @abelpr5 / facebook.com/PerezRojasAbel) es poeta, comunicador y doctor en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com.