A 109 años de su fallecimiento, la obra del pintor y caricaturista José Guadalupe Posada (Aguascalientes, 2 de febrero de 1852) sigue vigente. Del grabador mexicano quedan sus litografías con escenas de muerte, estampas populares y caricaturas sociales de las que resalta La Catrina, la emblemática figura cadavérica de mujer que recuerda que todos, ricos y pobres, son iguales ante la muerte.
Del artista fallecido el 20 de enero de 1913 que se inspiró en la sociedad mexicana del siglo XIX, pueden verse varios ejemplos en Puebla como parte de la exposición Calaveras y catrinas que está exhibida, hasta el 7 de febrero, en la Galería de arte del Palacio municipal.
De Posada, el poeta Octavio Paz señalaba que “no es un artista del siglo XIX: como Alfred Jarry, es nuestro contemporáneo. También será el contemporáneo de nuestros nietos”. Asimismo, André Bretón en el prólogo de su Antología del humor negro dice que “el triunfo del humor al estado puro y pleno, en el dominio de la plástica, debe situarse en una fecha próxima a nosotros y reconocer como a su primer y genial artesano al artista mexicano José Guadalupe Posada”.
Paz, incluso, observa que el poeta francés no vacila en comparar los grabados de Posada, en blanco y negro, con ciertas obras surrealistas, especialmente los collages de Marx Ernst. Con Posada no sólo comienza el humor en las artes plásticas modernas, sino también el movimiento pictórico mexicano.
A pesar de que murió en 1913, Diego Rivera y José Clemente Orozco lo consideraron además de un precursor, un contemporáneo suyo. Tenían razón. Me atreveré a decir que incluso Posada me parece más moderno que ellos”, comentaba Paz.
Paz pone como ejemplo de la universalidad de Posada a la famosa Catrina que no es únicamente una estampa satírica de las señoras elegantes de su tiempo; es una imagen poética, un emblema en el que el lujo se alía a la muerte: plumas, sedas y huesos. Es la moda, pero vista desde la perspectiva de un Leopardi: la moda hermana de la muerte.
Octavio Paz aseguraba que los temas de Posada son los de la vida diaria; su manera de tratarlos los rebasa, les da otra dimensión. Mejor dicho, los abre hacia otra dimensión. No son ilustraciones de éste o aquél hecho sucedido, sino de la condición humana.
Posada se inició en el grabado a los 16 años en el taller de Trinidad Pedroso, con quien aprendió los secretos de un oficio tan antiguo como complicado. La caricatura fue una decisión personal y natural, por lo que su jefe lo introdujo al mundo del periodismo y la prensa gráfica. En El Jicote, que data de 1871, aparecieron sus primeras obras en este sentido.
El grabador fue también maestro de litografía en la escuela preparatoria de León, Guanajuato, donde dio clases durante un lustro lo que no le impidió dedicarse a su gusto por los anuncios, comerciales y estampación de imágenes religiosas.
En 1888 por las inundaciones en León regresó a la Ciudad de México, donde recibió varias ofertas de trabajo. Creó cientos de grabados para los periódicos La Patria Ilustrada, Revista de México, El Ahuizote, Nuevo Siglo, Gil Blas, El hijo del Ahuizote y otras más. Creció su prestigio como artista, su poder adquisitivo y su deseo de experimentación, al utilizar planchas de zinc, plomo o acero en sus grabados.
En 1933, dos décadas después de su muerte, quien lo redescubrió fue Jean Charlot, quien editó sus planchas y reveló la influencia de Posada sobre artistas de las posteriores generaciones, pues forma parte de la historia del arte mexicano del siglo XIX y del XX, y su influencia continúa con las generaciones de este siglo XXI.
En la exposición Calaveras y catrinas de la Galería de arte del Palacio Municipal aparece su tradicional Catrina y sus calaveras que, como estampa, acompañaron periódicos como El Jicote, La Patria Ilustrada, y las múltiples hojas volantes en la que sus calaveras jocosas, sátiras y burlonas, así como las literarias, que fueron impresas para la festividad del Día de Muertos, las cuales adquirieron mayor fama.
Destaca aquella que apareció en una hoja de 1913 titulada Remate de calaveras alegres y sandungueras en la que, con un amplio sombrero adornado con flores y plumas, hace una sátira a lo que, renegando de sus humildes orígenes, buscaban aparentar su pertenencia a una clase social alta.
Esta calavera fue nombrada por Diego Rivera como “la garbancera” o “catrina”, en la Monografía de 400 grabados de José Guadalupe Posada de 1930, publicación en la que realizó el estudio introductorio. Su fama se acrecentó al incluirla como figura central en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, de 1947.