En 2021 apareció una nota por demás interesante: a partir del análisis de restos fecales fosilizados, un equipo de investigadores de universidades canadienses y norteamericanas han determinado que la ciudad maya de Itzán, ubicada en el Petén guatemalteco, sería al menos 650 años más antigua. De igual manera, encontraron aspectos interesantes en cuanto a la situación demográfica de la ciudad. Según el estudio citado en el portal de la National Geographic, “la población local se ha modificado sustancialmente a partir del cambio climático contemporáneo en comparación a como estaba configurada durante el primer siglo antes de nuestra era. (…) Los científicos se centraron en la variación de densidad poblacional en periodos diametralmente distintos: particularmente secos, y en el otro extremo, muy húmedos. Estos espacios de tiempo no se habían documentado nunca antes: 1350-950 a. C., 400-210 a. C., 90-280 d. C. y 730-900 d. C –todo a partir de fragmentos de heces humanas”. El estudio, publicado originalmente en inglés en la revista Quaternary Science Reviews en abril de 2021, afirma que “el registro de coprostanol implica una presencia humana en la escarpa de Itzán unos 650 años antes de que el registro arqueológico lo confirme. Evidencias arqueológicas recientes revelan la aglomeración periódica pero temporal de un número significativo de personas de pequeñas poblaciones locales en el sitio de Ceibal, que está cerca de Itzán, así como en Aguada Fénix, ubicada bastante al norte, durante los primeros años del Preclásico Medio (Inomata et al., 2019, 2020). Quizás algo comparable también ocurrió en la escarpadura de Itzán. No podemos descartar definitivamente la contribución del coprostanol derivado de otros grandes mamíferos que vivían alrededor del lago antes de la llegada del hombre, aunque consideramos poco probable que el conjunto de mamíferos de la región hubiera producido concentraciones tan altas, así como el alto coprostanol–estanol:estigmastanol a 3170 años cal BP (años calibrados antes del presente)”. Los hallazgos arrojan mucha más luz con respecto a lo que se piensa ocurrió durante el periodo Preclásico (1500 aC a 250dC, aproximadamente) en la región petenera pues hasta no hace mucho, se creía, siguiendo un patrón evolutivo de pensamiento, que este periodo era apenas formativo y que no se verían trazas de civilización sino tiempo después. Gracias a los trabajos realizados en lugares como la Cuenca el Mirador, espacio donde encontramos ciudades no sólo imponentes como El Mirador, sino que registran pinturas murales tan elaboradas y sorprendentes como las de San Bartolo, podemos darnos cuenta que es necesario reescribir lo que pensamos con respecto a todas las culturas que habitaron estos territorios que se han denominado Mesoamérica. Ahora, gracias al estudio de esta materia fecal podemos identificar no sólo su dieta o fechar de forma más certera su presencia en la zona, sino también su densidad poblacional, es decir, la cantidad de personas que habitaban el lugar por metro cuadrado y qué implicaciones llevaba eso en cuanto a manutención y aprovechamiento del entorno. Por supuesto, para los que estamos interesados en estos temas, pero también para los que estamos cuestionando aquello que decimos saber atendiendo a los nuevos hallazgos, esto nos genera muchas preguntas.
Lo anterior me lleva a esbozar algunas ideas en diferentes dimensiones. Primero que nada, lo mucho que ha avanzado la ciencia para poder interpretar elementos tan básicos como los que podemos encontrar en los desechos de animales, incluido el ser humano; por supuesto, sus implicaciones para el entendimiento del momento en que esos desechos fueron depositados en ese lugar. Es decir, es sorprendente lo mucho que nos puede decir la caca de la historia de nosotros como seres humanos y de nuestra vida en sociedad. Si lo pensamos con mayor atención, eso es justo lo que sucede cuando los médicos nos piden que nos hagamos análisis de copro o de orina y, la verdad, son una ventana enorme que le permite a los especialistas tener cuantiosos datos de nuestra salud, alimentación, hábitos y un largo etcétera: es decir, que a esos estudios no les podemos mentir. Lo mismo sucede con el aspecto arqueológico. Ello nos lleva irremediablemente a poner atención en el hecho de que la Arqueología, como muchas otras disciplinas, es más un espacio de convergencia que un camino en sí mismo. Esto quiere decir, que para tener un conocimiento arqueológico y poder describir aquello que sucede en un espacio estudiado, es necesario acudir a muchas otras disciplinas, dialogar con ellas, interactuar. Con frecuencia, dichas disciplinas proceden del espacio de las denominadas ciencias “duras”, pero a veces también de las Humanidades, como la Historia, la Lingüística, la Epigrafía o la Antropología, aunque en menor medida. El asunto, como lo he comentado en otras ocasiones, es que nuestras disciplinas, derivado del proceso de exacerbado disciplinamiento que nos ha afectado hasta el momento, terminan cerrando sus métodos y procedimientos a otras disciplinas con las que deberían dialogar. Por tanto, lo que vemos aquí, no sólo es todo lo que nos puede decir un elemento tan insólito como los excrementos, sino que también pone en evidencia la necesidad que tenemos como investigadores de abrirnos a otras dinámicas investigativas.
En segundo lugar, quiero centrarme en lo que semejante descubrimiento implica para la forma en que contamos la historia de ciudades y de sociedades enteras. Aquí hay que contemplar que hemos estructurado el conocimiento de la historia partiendo de la pretendida “historia universal”, acuñada desde Europa y desarrollada a partir de métodos y procedimientos científicos elaborados y sancionados por academias cuyo origen y lógicas también están producidos en Europa y sus ramas en Canadá y Estados Unidos. El dilema resulta interesante cuando empezamos a cuestionarnos qué entendemos por Historia y cómo la leemos, la aprendemos y la enseñamos. Para Michel-Rolph Trouillot en su libro “Silenciando el pasado. El poder y la producción de la Historia” (2017) “Historia significa tanto los hechos en cuestión como la narración de esos hechos, tanto «lo que pasó» como «lo que se dice que pasó». El primer significado pone el énfasis en el proceso sociohistórico, mientras que el segundo lo hace en nuestro conocimiento sobre ese proceso o en la historia sobre ese proceso”. Siguiendo este argumento, podemos ver que la ciudad de Itzán nos dice algo partiendo de la exploración arqueológica y de su comparación con lo que sabemos de las ciudades vecinas, como Ceibal o Aguada Fénix, partiendo generalmente de hallazgos cerámicos, de ofrendas en tumbas o comparando estilos arquitectónicos, entre otros aspectos; sin embargo, producto de estos análisis hoy podemos tener muchos otros elementos para contar la historia de esta ciudad, lo que implica que aquello que se “dijo” de ella en algún momento, es decir, su historia, ha de cambiar necesariamente. Lo que nos hace pensar que, al igual que el presente es aquello que se encuentra en constante cambio, lo mismo sucede con la Historia, pues habrá de ir cambiando en función de los hallazgos y las interpretaciones que de ella se producen en el presente. Pero yendo más allá, estos hallazgos, sumados a muchos otros más que he venido leyendo en los últimos años que han sido de una efervescencia arqueológica inusitada, al menos para mí, me voy dando cuenta de la fragilidad de las posibles verdades históricas; también, de la necesidad de trascender hacia el entendimiento no sólo de la multiplicidad de sentidos que puede tener el concepto de Historia, sino avanzar a lo que Navarrete afirma como la “Cosmohistoria”, es decir, la aceptación de que existen muchas otras formas de hacer Historia, es decir, muchas otras maneras en que el ser humano se relaciona con su pasado y la forma en que lo entiende, lo describe y lo explica. En una columna anterior, llamada “Colapso ecológico y la cosmohistoria” hablé sobre el particular. El asunto está, desafortunadamente en lo que dice Trouillot: “Que tales reglas [las de la Historia] no son las mismas en todos los tiempos y lugares ha llevado a muchos investigadores a sugerir que algunas sociedades (no Occidentales, por supuesto) no diferencian entre ficción e Historia. Esa aseveración nos recuerda a debates pasados entre observadores occidentales sobre las lenguas de los pueblos que colonizaban. Dado que estos analistas no encontraron libros de gramática o diccionarios entre aquellos que llamaban salvajes, debido a que no podían entender ni aplicar las reglas gramaticales que regían estas lenguas, rápidamente concluyeron que tales reglas no existían. (…) Algunos europeos y sus estudiantes colonizados veían en esta supuesta ausencia de reglas la libertad infantil que asociarían con el salvajismo, mientras que otros vieron en ella una prueba más de la inferioridad de los no–blancos. Ahora sabemos que ambas visiones eran erróneas; la gramática funciona en todas las lenguas. ¿Se puede decir lo mismo sobre la Historia, o es la Historia tan infinitamente maleable en algunas sociedades que pierde su reivindicación diferencial de la verdad?” Es justo decir que la respuesta es que sí, la Historia ha sucedido en todas las sociedades y en todas las épocas, es decir, tanto los acontecimientos como el registro de ellos. Si hoy el estudio de los excrementos de un grupo social desafía lo que sabíamos sobre el mismo, ¿qué hace eso con nuestras visiones de la historia del lugar, de la región y del momento histórico comentado? Por otro lado, ¿debemos seguir pensando en términos diacrónicos para ubicar a las sociedades diversas en relación con otras del orbe? Dejo esta interesante reflexión de Trouillot sobre el particular: “La clasificación de todos los no–Occidentales como esencialmente no históricos está vinculada también con la asunción de que la Historia requiere un sentido lineal y acumulativo del tiempo que permite al observador aislar el pasado como una entidad diferenciada. Ya lbn Jaldún aplicó fructíferamente una visión cíclica del tiempo para estudiar la Historia. Es más, tanto la exclusiva sujeción al tiempo lineal de los historiadores occidentales como el consiguiente rechazo de los pueblos considerados como «sin Historia» datan del siglo XIX. ¿Tuvo Occidente una Historia antes de 1800?” Añado a lo anterior, ¿tuvo Itzán una Historia antes de que los investigadores se la dieran? Por supuesto, nada está totalmente dicho, ni acabado, con todo y que esté publicado en un libro o en una revista académica.