Domingo, junio 15, 2025

¿Inteligencia?

Llevo un par de semestres preocupado por algo que, al parecer, no tiene visos de declinar: la irrupción en nuestra vida académica de la denominada inteligencia artificial. En efecto, plataformas como el ChatGPT han sido utilizadas por mis estudiantes para escribir ensayos y trabajos diversos, obviamente, totalmente escritos por las aplicaciones, es decir, plagio total. Desde que empecé en la docencia, hace ya 27 años, he evaluado a mis alumnos con trabajos escritos, sean ensayos, estudios de caso o trabajos de opinión y crítica sobre temas específicos. Considero a la lectura y a la escritura actividades fundamentales para cualquier profesionista sin importar el área de estudio. Sin embargo, para las Ciencias Sociales y Humanidades en las que me he desenvuelto (Comunicación, Historia, Literatura), ambas actividades son clave. Si bien en el área de la Comunicación las y los alumnos pueden tener la idea (ilusión) de que se dedicarán a cuestiones audiovisuales y no necesitan leer o escribir, cosa que en realidad no tiene sentido, en Historia o Literatura, definitivamente no hay escapatoria. No puedo concebir a alguien que se dedique a esto, que decida no leer y escribir, simplemente, quien lo haga, será claramente un farsante. También desde el primer semestre en que di clases, me enfrenté al plagio vil y descarado. En aquella época, al menos transcribían de los libros al trabajo aquello a plagiar, lo que implicaba que tuvieran un somero contacto con la información hurtada; más adelante, ya con textos electrónicos, pdf, epub y otros formatos, copiaban y pegaban, lo que los ha alejado más al conocimiento que podrían adquirir. En la actualidad, ya ni siquiera tienen que copiar y pegar, la aplicación les hace prácticamente todo el trabajo, lo que lleva como consecuencia un nulo contacto con el conocimiento, a la par de que no desarrollan habilidades de lecto escritura y la reflexión que conllevan. Es un drama, cuyas implicaciones se nos escapan todavía. Y es justo decir que no necesariamente aquello que los alumnos consiguen a través de las aplicaciones de IA es correcto, exacto o siquiera fiable. De hecho, uno de mis alumnos, al conversar con una de estas plataformas descubrió que yo soy un luchador de la AAA que ha dejado el ring y ahora soy promotor…. Siento desmentir semejante fantasía: ni soy luchador, ni promuevo lucha libre -aunque suena interesante tener esa doble vida-. Después de comprender con mis alumnos en un curso de Formación Humana y social, a través de lecturas y videos, nuestra evolución como especie, cómo es que funciona el cerebro, cómo conocemos, como nos relacionamos con el entorno y la maravilla del pensamiento, les pregunté “sabiendo esto, ¿por qué ustedes están dispuestos a renunciar al pensamiento al ocupar la IA?”

En conversación con algunos colegas, uno en particular dedicado a la capacitación en estas tecnologías, veíamos las posibilidades que brindan estas herramientas, pero también sus implicaciones negativas. Yo enfaticé la inmensa vacuidad que implicará su uso incorrecto y desmedido. De hecho, he de decir que uno de los objetivos más perversos de la agenda neoliberal que implica la desmovilización política o la movilización guiada a través de la construcción de la ignorancia mediante la banalización del conocimiento, ve en estas prácticas una versión mucho más siniestra. ¿Para qué conocer, si una máquina te puede hacer el trabajo sin desgaste? De hecho, al buscar información al respecto en la red, los algoritmos me han bombardeado con publicidad de aplicaciones diversas para la creación de artículos y trabajos escritos, para la lectura rápida de pdf e incluso, de portales en donde te pueden maquilar una tesis de licenciatura, de unas 90 páginas, sin importar el tema (no hay problema, la IA lo hará por las y los malandrines que administran la página) y a un costo de unos doce mil pesos – chequé vía guats el precio-. Bien, pero quizá la reflexión más importante la dio este colega que capacita sobre el uso -legal- de estas tecnologías: puso en la mesa la necesidad de cuestionarnos ¿para qué educamos? y, ¿cómo lo hacemos? En efecto, me parece que algo sumamente positivo que ha traído el uso indebido de estas herramientas es el cuestionarme lo que hago y cómo hacerlo.

Por ejemplo, en la asignatura Mesoamérica que imparto en la FFyL de la BUAP para estudiantes de Historia, he ocupado antologías digitalizadas, videos documentales -que añadí para meter mayor dinamismo a los materiales- y uno que otro artículo de revistas de divulgación como la estupenda Arqueología Mexicana. Puedo decir con absoluta certeza, que no ha habido un solo estudiante que haya leído o revisado todo el material que he dejado. ¿Ha sido demasiado? Es posible. Pero siempre he partido de que la información es muchísima al igual que la diversidad de culturas mesoamericanas. ¿Deben aprender sobre todas?, ¿a qué profundidad?, ¿para qué? Y, una vez encontrando estas respuestas, hay que preguntarse también la pertinencia de la evaluación y los métodos para hacerlo. ¿Qué pretendo que las y los estudiantes conozcan a través de la asignatura y cómo lograr que la evaluación también sea una experiencia de aprendizaje, equiparable a lo que buscaba lograr mediante la investigación involucrada en un trabajo escrito? Estoy trabajando en resolver estas preguntas. Mientras, hay quien celebra la llegada de estas tecnologías y vaticina un desplazamiento “natural y positivo” de los docentes; incluso, la idea de que esto reduciría el trabajo de los profesores y que podría lograr que esa IA formara por sí misma a los dicentes. Sin embargo, como se menciona en el reportaje “En clase, la IA debe quedarse en su sitio”, disponible en la revista El Correo de la UNESCO de diciembre de 2023, esta “visión pasa por alto otras dimensiones más amplias de la educación, cuyo objetivo es también forjar un pensamiento crítico independiente, impulsar el desarrollo personal del estudiante y formar a ciudadanos comprometidos con la sociedad. La enseñanza mecánica, que busca mejorar los índices de aprendizaje individual, no responde a esos objetivos ni a los valores de la instrucción pública”. Y, como decía, “las modalidades de aprendizaje mecánico que la IA puede proporcionar no son tan fiables como se anuncian. Las aplicaciones del tipo ChatGPT o Google Bard tienen tendencia a producir contenidos objetivamente inexactos. Desde un punto de vista técnico, se limitan a predecir la palabra siguiente en una secuencia y a generar automáticamente contenidos en respuesta a la petición del usuario. Aunque en términos técnicos son impresionantes, esos programas pueden elaborar contenidos falsos o engañosos”.

Pienso necesario reflexionar no sólo en el uso y el mal uso que se dé de estas tecnologías sino replantearnos los objetivos de la formación que proporcionamos en nuestras instituciones educativas. Como mencioné, la ignorancia lleva ganando terreno desde hace años y esto que vemos el día de hoy es simplemente una etapa más en este vicioso proceso en el que nos ha metido nuestra meritocrática y absurda transformación neoliberal de la educación. Lo que está produciendo es una inteligencia artificial en detrimento de la inteligencia humana. Incluso, he sabido que colegas han elaborado artículos “científicos” ocupando estas tecnologías, lo que me parece gravísimo. ¿Cómo controlarán estos vicios si ellos los comparten? Además, como lo he venido reflexionando en este espacio, es necesario que también nos cuestionemos el contenido de lo que enseñamos, qué tan libre es, qué tan decolonial puede desarrollarse, qué tan auténtico. Por otro lado, nuestras autoridades educativas deben ver con suspicacia y adoptar con cautela la integración de estas tecnologías en todos los niveles educativos y activar controles diversos. Como menciona el artículo de la UNESCO que mencionamos, la “puesta en marcha de esos sistemas de protección necesitará una voluntad política y una presión exterior por parte de organizaciones internacionales influyentes. Ante el desarrollo descontrolado de la IA, la evaluación y la certificación independientes podrían ser el mejor medio de evitar que las escuelas se conviertan en lugares de experimentación tecnológica permanente”. Abracemos pues el dilema en el que nos inmersa la irrupción inusitada de la IA y pongamos manos a la obra en la modificación de lo modificable sin dejar de mirar como lo hace Sara Connor, la madre de John Connor, líder de la resistencia en “Terminator”, en ese meme en que te ve con dureza por aplaudir la IA…

También puedes leer: Rupestre ¿universal?

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