Abrí una pausa de una semana, más a costa de las circunstancias que por decisión propia. Un contagio por Covid-19, adquirido al parecer en mi propio centro de trabajo, me aquietó e inutilizó. La abulia y adinamia fueron más fuertes, postrándome en cama, sin hacer nada, ni leer ni escribir, trastocándome mi rutina diaria, aunque el mundo siguiera andando. Así se las gasta esa traicionera enfermedad, que en años cercanos se llevó a varios amigos.
Me había quedado en la aprobación en Comisiones del Congreso del Estado, del dictamen que despenalizaba el aborto, con el apoyo de varias agrupaciones civiles sobre todo feministas que saludaban el paso que, preludiaba que Puebla se convirtiera en la entidad catorce que daba el paso, consecuentemente al fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Pero también hubo grupos decimonónicos, para no decir medievales, que junto con la iglesia católica se opusieron a la medida. El 16 de julio finalmente se aprobaría en el Pleno del Congreso, no sin mediar actos incluso violentos de personeros con rosarios en mano, que querían evitar que los legisladores y las legisladoras de Morena entraran al recinto. Intentos fallidos afortunadamente.
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El progresismo ha ganado, queda atrás el ostracismo, lo que no quiere decir que se hayan resignado ni que se queden en paz. La oposición no acaba de entender la lección del dos de junio, sin revisar autocríticamente el fracaso de su papel y resultados, para cambiar la estrategia, simplemente busca otros pretextos como ahora pasa con el tema de la sobrerrepresentación en las Cámaras, cuando ellos fueron los promotores del marco legal que ahora no atacan porque no les conviene. No solo eso, quienes encabezaron la debacle en sus partidos, dígase PRI y PAN, pretenden mantenerse en las dirigencias, sin aceptar el lamentable papel jugado, viendo hacia otro lado, achacándoles la responsabilidad a otros, como ocurre con el cínico Alito, que sigue constituyéndose como el enterrador del otrora partido oficial.
En Puebla de alguna manera pasa lo mismo, mejor para la mayoría que piensa diferente, en tanto los limita y evita el convencimiento de sectores de la población que siempre son dúctiles para ser influenciables. Lo que no quiere decir que limitarán su afán movilizador y opositor, ya lo veremos en las homilías y en las manifestaciones públicas. Será, sin duda, una expresión de la política que se presentará de manera cotidiana en el sexenio venidero, más con las condiciones desventajosas que tiene la oposición poblana y la merma de espacios antes ganados. Tampoco los nuevos gobiernos, el estatal y los municipales, deberán olvidar que Puebla está polarizado y sigue habiendo sectores muy conservadores, sobre todo en la capital del Estado.
A donde quiero llegar es que la gobernabilidad no se dará con la imposición de una mayoría mecánica, tal como lo hacían los gobiernos anteriores de otros cuños distintos a Morena. El cambio y la transformación debe darse a partir de un diálogo abierto, convencer a los demás y ganarse incluso a los contrarios.
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