Los acontecimientos recientes en Estados Unidos y otras partes del orbe me hacen reflexionar sobre la forma en que los percibimos, cómo los visualizamos y cuáles son las emociones que asociamos con ellos; pero también sobre la forma en que los grupos sociales conocen y comprenden el mundo que les rodea lo que, a la postre, desarrolla formas de pensamiento. Karl Mannheim, sociólogo del conocimiento afirma en su libro “Ideología y Utopía” que bien “…miradas las cosas, es un error decir que el individuo aislado piensa. Habría que decir más bien que participa en el pensamiento de otros hombres que han pensado antes que él. Encuentra una situación heredada, con modos de pensamiento que se adaptan a dicha situación y con tentativas de mejorar las respuestas heredadas o de sustituirlas con otras que permitan enfrentarse mejor con las alteraciones y los cambios de esa situación. Todo individuo se halla, pues, predeterminado, en un doble sentido, por el hecho de haberse desarrollado dentro de una sociedad: de un lado encuentra una situación establecida, y del otro halla en esa situación modos preformados de pensamiento y de conducta”. Quien lea lo anterior con agudeza, estará adivinando que tal construcción de pensamiento colectivo tiene un carácter histórico, es decir, que se produce tras años de acuerdos y desacuerdos, de modas y usos, de reflexión y discusión. Esto nos lleva a pensar que uno no es lo que es, ni piensa lo que piensa de manera aislada, sino que se ve determinado por muchos años de formación de pensamiento. Quiero enfatizar esos dos elementos que, según Mannheim determinan al sujeto: la situación establecida y los “modos preformados de pensamiento y de conducta”, que no son más que la forma en que concebimos un acontecimiento y la manera en que actuamos al verlo o participar en él. Siguiendo estos argumentos, sería justo afirmar que, en general, tenemos la ilusión de pensar por nuestra cuenta, la ilusión de “saber” lo que ocurre en nuestro entorno y, por tanto, la ilusión de que la opinión que se emite, especialmente en redes sociales o pláticas de café, se encuentra soportada con información verdadera. Ilusión, nada más.
Por ejemplo, justo en plena crisis electoral en Estados Unidos, Trump lanzó un discurso lapidario en contra del sistema electoral donde lo acusaba de fraudulento. Justo en ese instante, varias televisoras que transmitían el mensaje decidieron cortarlo y censurarlo debido a que Trump estaba lanzando acusaciones sin sustento, es decir, estaba mintiendo. Me reconozco como uno de los que, justo cuando pasó, sintió un gozo perverso, producto del desprecio que merece semejante mamarracho que ha hecho su carrera política con el escándalo, el asombro, la estulticia y, particularmente con la mentira. Sin embargo, al poco tiempo me di cuenta, como lo hicieron muchos otros periodistas y analistas, que esa censura había sido desproporcionada. ¿Es justo que a ese palurdo se le apaguen los micrófonos porque dice algo desproporcionado? Y si es el caso, ¿Por qué no lo han hecho durante toda su vida pública donde con frecuencia miente y difama, incluyendo su periodo en la Casa Blanca? Y todavía más, ¿por qué no cortan a la mitad los comerciales que emiten, si se la pasan mintiendo sobre las propiedades de los productos que anuncian? La libertad de expresión es una ilusión del pensamiento occidental inserta en el nuestro y que, como lo he dicho en otras entregas, se ha utilizado para defender las atrocidades más grandes y para permitir discursos xenófobos, racistas, clasistas, misóginos, homofóbicos y un largo etcétera.
Por otro lado, la democracia y todos sus productos, como estandarte de la modernidad, es, aunque les pese, otra ilusión. Lo vemos en el sistema electoral norteamericano, una de las naciones insignia de la democracia. El supuesto de la representación de la voz popular se hace añicos frente a ese sistema. Lo vimos con Hillary Clinton y ahora en esta elección también. Pero quizá lo más interesante en este instante, es la “certeza ideológica” que se tiene en el mundo, es decir, la idea de que comulgamos con una ideología ya sea capitalista o socialista (usualmente viene el análisis en esta dicotomía). Por tanto, muchos electores en EU votaron por Trump porque es capitalista y permitirá la libertad de sus mercados y todo lo que viene aparejado (salvo que una empresa quiera invertir en países vetados por ese tipo, como China, Irán o Venezuela); muchos (una enormidad), votaron en contra de Biden porque lo juzgan “socialista”, con todo lo cómico que suena. Los encargados de construir ilusiones han hecho bien en desarrollar estas dicotomías que quizá tuvieron sentido en plena Guerra Fría, pero que hoy, denotan tomas de postura en verdad ridículas. Esto ha tenido su expresión también en nuestro país con la afirmación de que AMLO es “comunista” y, por tanto, las inversiones privadas se encuentran en peligro. Pero como ha sucedido con muchas expresiones de la izquierda en el mundo, la de AMLO es una izquierda extraña, imbuida de fervor místico religioso, de apuesta por la inversión privada, con aires de superioridad beata y con expresiones francamente neoliberales a momentos. Y Biden no necesariamente es la solución. Como bien señala Julio Hernández en su columna del pasado 9 de noviembre, “el aparato de poder y sus correspondientes intereses asentados en Washington” seguirán ahí, no importa el color de quien llegue a la Casa Blanca. Y añade con agudeza: “Una de las consecuencias de esa lectura ilusa del triunfo de Biden como hazaña justiciera se ha producido en el segmento de élite de los opositores al presidente de México. Fallidos en esfuerzos por contar con programa, bandera y liderazgo eficaces, varios antiAMLO que tienen acceso a medios han tratado de mostrarse políticamente cercanos al demócrata estadunidense (casi cómplices, con infantilismo político como el de Felipe Calderón) y se han esmerado en esparcir la versión de que el triunfo del exvicepresidente obamista es una derrota para Andrés Manuel López Obrador y que Biden habrá de cobrar una especie de venganza política que pasaría por el apoyo a esos opositores hasta ahora tan desgüanzados en la batalla nacional”. Ilusiones, ilusiones. Incluso he visto que hay gente que defiende a Trump apuntando que, al contrario que los políticos que lo antecedieron, él no metió a su país en conflictos armados. No armados, pero sí políticos y económicos, con la ilusión de que estaba protegiendo a su “nación” del embate de otras economías. Nacionalismo burdo y ramplón, tal cual. Y hay más. Recientemente observé una caricatura política donde se ve a una mujer indígena de Bolivia, asustando a un águila con sombrero del Tío Sam con la bandera multicolor, representante de todos los pueblos indígenas de ese país. La pregunta es ¿con la llegada de Arce y el retorno del MAS a la presidencia se logrará una Bolivia más justa, más equilibrada, sin colonialismos y políticas neoliberales? Por más que el escenario me guste, he de reconocer que me parece otra ilusión.