Estrenó por fin Gravity, de Alfonso Cuarón, rodeada de expectativa; y llama la atención que, a pocos días, el confiable sitio metacritic.com ya la tenga calificada con 9.6 sobre 10. No procede de novela alguna, sino de un guión del propio Alfonso y de su hijo Jonás Cuarón, quienes ubican la historia en el espacio, a 600 kms. de la Tierra, a propósito de una misión del transbordador Explorer. Fuera del mismo, trabajando, se encuentran Matt Kowalski (George Clooney), el veterano comandante de la nave, y Ryan Stone (Sandra Bullock), experta en ingeniería médica, en su primer viaje sideral. Todo marcha según lo planeado, hasta que Houston alerta a la pareja sobre una enorme ráfaga de residuos, producto de la destrucción de un satélite ruso. Antes de que puedan ponerse a resguardo, el impacto daña irreversiblemente al Explorer y deja a la mujer suelta, girando a la deriva. Con sólo un propulsor personal, Kowalski deberá ir por ella, para intentar después llegar hasta una estación espacial cercana, en la que presumiblemente está la salvación: una nave de retorno. La estrategia funciona sólo parcialmente, lo que da inicio a una angustiosa lucha por la supervivencia, en el majestuoso escenario de la infinitud, que no por su hermosura incomparable deja de ser aterrador. Advierto que todo lo relatado es apenas el primer acto de la película…
Genéricamente, Gravity es ciencia–ficción, por supuesto; pero es además un film más personal en torno a la posibilidad de renacer, de regresar, de levantarse, a pesar de (o en medio de) una crisis, una desgracia o un extravío. En este tenor, por razones emocionales que parten del personaje y pasado de la Dra. Stone, los mencionados “renacer” y “regreso” son en Gravity no sólo literales (como mecanismo de supervivencia), sino por igual íntimos, de trascendencia y hondura incluso mayor (algo que Cuarón subraya en su emotivo plano final). Por otra parte, la cinta es además un tour de force en muchos sentidos, pero especialmente interpretativo –para Sandra Bullock– y en lo relativo a la fotografía, artesanía clave del cine que aquí lo es más que nunca. Comienzo por esto último: sea que el cinéfilo la vea en 3D (quizá lo más recomendable) o bidimensional, Cuarón y Emmanuel Lubezki, su extraordinario cinefotógrafo, entregan en Gravity una visualidad pasmosa –ilimitada, profunda, verosímil, envolvente– que proyecta un sentimiento pleno de inmensidad, de que se está dentro de los eventos y de que, en efecto, estos suceden en no otro habitat que el espacio mismo. Es así que, a partir de cierto momento, la trama ya no sólo asfixia a sus protagonistas, sino también –inmersa en un contexto de tal “realismo”– al cinéfilo que la atestigua desde su butaca. Y en cuanto al tour de force de Bullock, su despliegue es igualmente físico, que racional, que sentimental –o al menos así se percibe– y de intensidad inusitada. Porque es sobre su complejo rol, solitario hasta donde se pudo, que cae el peso total del drama, lo que la otrora Miss Simpatía asume con alcance y estatura irreprochables. Ya lo verán: no tardan para ella –en cascada– las nominaciones a los premios actorales.
Así, Gravity es un acontecimiento verdadero, no fabricado por los media, que al paso del tiempo –entre más se la vea y revise– irá encontrando su lugar en la historia del cine contemporáneo. Lugar que (uno supone) se ganará a pulso más allá del dinero recaudado, que ahora mismo ya es una suma superior a lo que costó. Y claro que todo esto da un gusto especial, porque cual lo sabemos –y aunque su producción sea gringa– en ella el talento es mexicano en lo principal: sus escritores, su director, su notable fotógrafo, además de que Cuarón también funge como co–editor. Por esto o por cualesquiera otras razones, Gravity es hoy una película obligada, en 3D, en 2D, o tal vez hasta en el “5D” resultante de verla en ambas versiones. Como sea, pero no se la pierdan.