Miércoles, mayo 14, 2025

Historia de un cartel

La plaza de Acho en Lima, declarada monumento nacional del Perú, fue construida por iniciativa del virrey Manuel de Amat y Junyent entre mediados de 1765 y principios de 1766, lo que la convierte en el tercer coso taurino más antiguo del mundo de acuerdo con el autor Jaime de Rivero Bromosio en su libro El Bicentenario (Feria del bicentenario de la plaza de toros de Acho, Febrero de 1966).

Dichas celebraciones las patrocinó el entonces presidente de la república Fernando Belaúnde Terry bajo la consigna de no escatimar gastos a fin de garantizar la presencia de diestros y ganaderías que dieran auténtico lustre a la efeméride. La junta directiva a cargo inició sus actividades con suficiente anticipación, enfocando la adquisición de los encierros necesarios en el campo bravo nacional y el mexicano, aunque en materia de toreros dejó de lado a ambos países y se concentró en elementos de la baraja taurina española, fiel a la práctica bien asentada de depositar en manos hispanas el control total de la famosa feria del Señor de los Milagros, la serie de corridas de alto bordo escenificadas en Acho durante los meses de octubre y noviembre de cada año. Como única concesión a la importancia y trascendencia de la torería azteca se cursó invitación a Fermín Espinosa “Armillita” y Silverio Pérez para que participaran en el Festival del Recuerdo incluido en la programación, al lado de los matadores en retiro Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, Luis Miguel Dominguín y Joaquín Rodríguez “Cagancho”, españoles, y el peruano Alejandro Montani, misma nacionalidad de Hugo Bustamante, que daría una exhibición de toreo de capa en caballo de paso, modalidad taurómaca local.

Tres corridas y un festival. Dado que la plaza de Acho, en la municipalidad limeña del Rimac, fue inaugurada en febrero de 1766, la empresa anunció las solemnidades del bicentenario haciéndolas coincidir con dichos mes y año del siglo XX: tres corridas de  toros postineras más el mencionado festival con la participación de antiguas glorias del toreo. Y la fiesta se extendió a la ciudad entera a través de una serie de festejos populares y eventos culturales que las y los limeños veteranos aún recuerdan con emoción.

En la primera corrida (día 13 de febrero), con toros procedentes de Las Salinas (divisa peruana), DOS DE Joaquín Buedía Las Huertas (mexicanos) y uno español de Buendía, la única oreja la conquistó Antonio Ordóñez, que reaparecía ante el mismo público limeño testigo de su despedida aparente de tres años atrás (18.11.62); el rondeño, en gran plan, superó con creces a Antonio Bienvenida y Paco Camino, visiblemente desconfiados con sus respectivos lotes.

El viernes 18 se dio la segunda de feria, festejo de ocho toros, cuatro de Huando y cuatro de Jaral del Monte, de irreprochable presentación. Antonio Bienvenida se mantuvo en el  mismo tono de prudencia del domingo anterior; Paco Camino salió por el desquite pero por culpa del acero solo consiguió dar la vuelta al ruedo en su primero; Manuel Cano “El Pireo”, que llegaba con el marchamo de triunfador absoluto y ganador del escapulario del Señor de los Milagros de 1965, se topó con el toro de la feria, “Poncho Roto” (557 kilos), de Jaral del Monte: bravísimo astado, para bordarlo e inmortalizarse, y que no es seguro haya aprovechado del todo; al fallar con el estoque su recompensa se redujo a la vuelta al anillo, compartida con el ganadero Fernando Graña. El triunfador fue Santiago Martín “El Viti” al cortarle una oreja a su primero, único apéndice concedido esa tarde en la que había partido plaza al frente de las cuadrillas la legendaria Conchita Cintrón. Bienvenida regaló un noveno ejemplar, del Jaral, y sólo consiguió arrancar con él discretos aplausos.

Paréntesis nostálgico. Dos años atrás, en marzo del 64, los limeños se habían solazado con el regusto de un festival en el que participaron seis diestros en retiro que a lo largo de sus respectivas trayectorias habían dejado honda huella en Acho. Y entre Fermín Espinosa, Lorenzo Garza, Carlos Arruza y Silverio Pérez se repartieron nada menos que siete orejas y un rabo, en tanto los peruanos Raúl Ochoa “Rovira” y Adolfo Rojas “El Nene” también cortaban un apéndice cada quien.

El festival del bicentenario, con astados de La Viña, no resultó tan lucido y solamente los dos mexicanos invitados consiguieron cortar apéndices (una oreja Armillita y dos Silverio, el del rabo en la ocasión anterior). Luis Miguel Dominguín ni recurriendo al becerro de obsequio consiguió mayor cosa. En el plano anecdótico hay que destacar que Antonio Ordóñez fungió como mozo de estoques de Cagancho, que además le brindó una faena llena de chispazos impregnados de magia y majestad gitanas (19.02.66).

Ordóñez y “Carnaval”. Venturosamente, el domingo 20 de febrero de 1966 la feria del Bicentenario iba a culminar con una tarde de las que se recuerdan por generaciones. Ese día, la añosa y engalanada plaza limeña cedió el protagonismo a Antonio Ordóñez, Paco Camino, El Viti y El Pireo, protagonismo compartido por un hato bovino –seis toros mexicanos de Javier Garfias y dos peruanos de La Pauca– que incluyó por lo menos cuatro astados notables, sobresaliendo “Carnaval”, de Garfias, con el que cuajaría Ordóñez no sólo la faena de la feria sino la que, tiempo después, Paco Camino conceptuaría como “la mejor faena que le vi a un torero con el que haya yo alternado”.

Habrá que mencionar que el propio Camino le cortó las orejas al primero que le soltaron reivindicándose plenamente ante el público limeño, que a la muerte de su segundo lo llamó a dar la vuelta al ruedo porque lo había visto estar muy por encima de su adversario de La Pauca, pues el de Garfias fue devuelto al haberse lesionado durante el primer tercio. Y una cortó El Viti en circunstancias muy especiales: ya había conmocionado a los presentes con su magistral faena a un torazo de La Pauca que buscaba las tablas cuando insistió en matarlo en la suerte de recibir, provocando un alboroto que no mitigaron los tres pinchazos previos al volapié final. Como Camino, Santiago Martín dio en su segundo otra aclamada vuelta al anillo. Solamente El Pireo, el espada más joven, ante el lote flojo y sin la decisión ni el sitio exhibidos pocos meses atrás, pasó inadvertido en tan memorable ocasión. Así y todo los limeños le tocaron las palmas.

Antonio Ordóñez no sólo provocó un cataclismo con su templada, señorial, redondísima faena al abreplaza “Carnaval”, toro de Javier Garfias que ejemplificó nítidamente lo mejor que le ha dado a la fiesta el campo bravo mexicano en materia de clase, celo, transmisión y durabilidad astadas. Que no era un bizcocho borracho lo demostró levantándole a Antonio los pies del suelo en un par de ocasiones en el curso de su grandiosa faena, a lo que respondió el rondeño arrimándose todavía más y templando más sedeñamente cada vez las golosas embestidas del garfieño, al que estoqueó con prontitud y eficacia para cobrar las dos orejas y el rabo. Y otros tantos apéndices hubiera podido cortarle al quinto por otra obra cuya calidad no desmereció de la de la anterior, sólo que en este caso su espada tropezó con hueso y todo quedó en vueltas al ruedo.

Naturalmente, el trofeo al triunfador de la feria del Bicentenario se lo llevó, sin discusión, el hijo del Niño de la Palma.

La prensa se desborda. Horacio Parodi, cronista peruano, certificó desde el encabezado de su nota que se trató de “Una corrida para la historia”, y que “Antonio Ordóñez realizó en su primero una extraordinaria faena, siendo cogido en dos ocasiones (…) Dos orejas, rabo y varias vueltas al redondel”, mientras que en el otro “falla con el estoque, por lo que pierde los trofeos máximos (…) Por sus excelentes actuaciones, el trofeo Bicentenario de Acho le fue entregado por la noche.” (El Ruedo, 22 de febrero de 1966).

Sobre el triunfo de El Viti, el señor Parodi señaló: “En el primero, enorme faena de muleta, con valor y dominio (…) Cita a recibir tres veces, luego mata a volapié de una estocada corta (Oreja y petición de otra. Bronca al presidente por no concederla)”. (íbid)

Quien dio rienda suelta a su lirismo fue el corresponsal en Lima del semanario mexicano El Redondel Fr. Emeterio de Jesús Lavín, un franciscano originario de San Luis Potosí. Sobre la gesta de Ordóñez escribió: “Maestro y artista, pero mucho más ARTISTA, así con MAYÚSCULAS, que maestro… ¡Artista excelso! (…) en el bicentenario coso de Acho, especialmente en sus dos toros del domingo 20, regó la arena con la manifestación sublime de su corazón de torero de arte (…) dándole forma de inmortalidad a la faena hecha con el bravo toro “Carnaval”, de la ganadería mexicana de Javier Garfias (…) con el que levantó un monumento a la historia del bien torear…” . (El Redondel, 3 de abril de 1966).

Si de Paco Camino el fraile potosino opinaba que “En este joven matador se amalgaman en una balanza de precisión, sin ahogar una a las otras, las tres notas que, según mi criterio, deben brillar en una figura del toreo: maestría, arte y elegancia.”, a propósito de la gran faena y los empeños estoqueadores de El Viti escribió: “S. M. El Viti ascendió cuatro grados en su realeza. Su magistral faena al tercero de la tarde del día 20 resultó el broche de oro del bicentenario, faena de seca maestría y muy seria templanza (…) cuatro veces CITÓ A RECIBIR… en el primer cite me quedé boquiabierto; en el segundo vi a un diestro con traje goyesco y redecilla ¿Era Pedro Romero? En la tercera, mis retinas imaginaron a un torero con “patillas de boca de hacha” ¿Sería Cayetano Sanz? Pero en el cuarto cite ya pude palpar con meridiana claridad que no eran ni Pedro ni Cayetano sino S. M. El Viti, que en su heráldica de estoqueador preclaro había colocado cuatro diamantes sobre la arena de Acho” (íbid). ¡Vaya con el franciscano devenido cronista taurino!

Y todavía se dio tiempo fray Emeterio para departir en la cena de gala con Silverio y Fermín “Armilla”, rememorar viejos tiempos y coincidir con ellos en “lo bellamente que se toreaba ayer”; aunque en esos terrenos nadie como Conchita Cintrón, que tantas veces alternó con ellos, para darle vuelo feliz a su relato del Festival del Recuerdo: “Cagancho bordó unos lances de antología (…) en la faena hubo un momento en que, haciendo un desplante, se sonrió, mirándonos desde el tercio…¡qué mirada! (…) Armillita llevó al toro por donde quiso con suavidad, arte, eficacia (…) tuvo una caída, y se puso en pie sin prisas ni alardes, como siempre, con dignidad de artista y maestro consumado (…) Después llegó Silverio, fascinándonos con el misterio de su arte tan personal. La gente vibró como en las tardes grandes”. (El Ruedo. 15 de marzo de 1966).

Indudablemente, los festejos del bicentenario de Acho, dentro y fuera de la plaza, dejaron una estela que todavía nutre la afición de los limeños por la fiesta de toros. 

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