La temporada 1975-76 estaba entrando en calor. Con toreros mexicanos exclusivamente. Claro que se echaba en falta tanto a Manolo Martínez como a Mariano Ramos, y que la reaparición de Manuel Capetillo no causó el revuelo que la empresa esperaba, pero eso no obstó para que ocurrieran cosas interesantes. Curro Rivera acababa de cambiar una cornada por un rabo, y otro había cortado Eloy Cavazos en el tercer festejo, rabos ligeros si se quiere. Para la cuarta corrida estaban anunciados el propio Eloy, Jesús Solórzano y Manolo Arruza con toros de Tequisquiapan. Una corrida grande y con pitones. Y la plaza se volvió a poblar, con público y expectativas.
Drama solorzanista. La nota dramática de la tarde se produjo en el segundo toro, “Sardinero”, con 520 kilos y astifina, vuelta y muy seria cornamenta. Chucho Solórzano lo saludó con verónicas suaves y toreras sin que el animal se entregara del todo. Pidió el cambio con un solo puyazo y se aprestó a cubrir el tercio de banderillas, dos cuarteos bien colocados y de ejecución correcta y, para cerrar, este par extraordinario: planteado como sesgo por dentro, al llegar el toro a jurisdicción el torero le dio la espalda, giró sobre su eje y, al relance, reunió en la cara y dejó en lo alto un par de gran exposición y belleza, que puso al público en pie y le valió una casi vuelta al ruedo, dejando el ambiente a modo para la faena. Jesús llamaría más tarde a esta modalidad “el par a la moreliana”, seguramente en homenaje a la patria chica de su padre.
“Sardinero” se había mostrado flojo de patas, aunque no durante el segundo tercio. Pero apenas iniciada la faena, evidenció esta dualidad incómoda: poca fuerza en las manos, lo que lo hacía algo reservón, y mucha en la cabeza, humillada en ocasiones y en otras peligrosamente suelta. Por eso Solórzano, decidido y confiado, se vio obligado a extremar la suavidad, sin conseguir evitar que el bicho cayese cuan largo era al principio de la faena. Lo estaba logrando en una primera tanda de suaves derechazos, e iniciaba la segunda, atento a continuar aplicando la receta, cuando “Sardinero” se frenó en mitad del tercer o cuarto pase, alargó el cuello y prendió a Jesús por la ingle derecha, zarandeándolo de manera dramática y dejándolo caer al fin, entre un revuelo de los capote al quite.
Se levantó rabioso el torero, recuperó el engaño con ademán rotundo y se fue nuevamente al bicho, que aguardaba encogido y probón en el tercio. Enrabietado y herido, Chucho aún buscó torearlo en redondo y, una vez comprobado lo menguante de la embestida, lo igualó rápidamente y se volcó sobre el morrillo en entregado volapié, de efectos casi inmediatos. El emocionado y conmocionado público se lanzó a una frenética petición de oreja, prontamente atendida. La recibió Jesús, saludó la calurosa ovación y se retiró a la enfermería por su propio pie. Allí le sería reconocida una “Herida por asta de toro como de 9 centímetros de diámetro en el triángulo de Scarpa del lado derecho, con tres trayectorias ascendentes de 8, 12 y 20 centímetros hasta llegar al reborde costal derecho. Contusión peritoneal, dejando al descubierto músculos oblicuo mayor, menor y trasero… De no presentarse complicaciones tardará en sanar más de 15 días.” El doctor Campos Licastro tuvo que abrir 30 centímetros hasta cerca de la segunda costilla para poder hacer una exploración minuciosa.
Fue ésta una gesta reveladora de una fortaleza de carácter que no se adivinaba en Jesús Solórzano Pesado (CDMX, 1942-2017), artista de finura y personalidad muy destacadas, pocas veces acompañadas con tanta decisión y tan desnuda valentía como esta tarde de enero del 76 en la Monumental de Insurgentes. Tampoco se distinguió el hijo del Rey del Temple por su facilidad para las relaciones públicas; de hecho, sus desavenencias con la empresa capitalina –especialmente durante la etapa de Alfonso Gaona– limitarían a 24 sus actuaciones como matador en la gran cazuela de la colonia Nochebuena. Dejó grabadas en los anales del coso máximo sus enormes faenas a “Pirulí” (28.12.69) y “Fedayín” (14.02.74), ambos de Torrecilla, la de “Billetero” de Mariano Ramírez en la despedida de Procuna (10.03.74) y este gesto de valiente sin tacha ante “Sardinero” de Tequisquiapan; queda en firme, además, su inmortal faena al novillo “Bellotero” de Santo Domingo en su segunda temporada de verano (18.10.64).
Inconmensurable Arruza y bien Eloy. Pero la historia de esta corrida no se redujo al aguafuerte protagonizado por Chucho. Eloy Cavazos, ya con bastante público a la contra, se sobrepuso y estuvo muy valiente y torero con el cuarto, “Artillero”. El torero de Guadalupe Nuevo León, hostigado a la muerte del abreplaza, salió lanzado y se lució tanto en los coloridos lances de recibo como en un quite por chicuelinas. Brindó en los medios a toda la plaza y se fue al bicho, de inquieta cabeza, dispuesto a todo. Y desplegó ante “Artillero” su personal tauromaquia en faena esencialmente derechista, salpicada de molinetes y lucidos adornos, que culminarían con la regiomontana. Infalible con el estoque, alzó el apéndice sin encontrar discrepancias entre sus detractores.
Pero mejor aún lució Manolo Arruza, con mucho el más joven del cartel, y necesitado de dar un golpe de autoridad en su segunda temporada como matador, algo que ya anhelaba la gente, que le guardaba especial simpatía. Había saludado desde el tercio a la muerte de su primero –por ahí andaban sus logros capitalinos hasta entonces– cuando, a la salida del sexto, se soltó un principio de borrasca, con viento racheado y las primeras gotas de un aguacero crepuscular. A todo esto se sobrepuso el vástago del Ciclón, y también al comportamiento poco prometedor de “Barquero”, burel de embestida insulsa que se había mostrado abanto y poco fijo a lo largo del primer tercio. Pero Manolo no se achantó, pidió banderillas y consiguió, a fuerza de exponer con precisión y elegancia, que un público con ganas de desbandarse bajo la lluvia se fijara en lo que ocurría sobre la humedecida arena. Y lo que ocurrió fue una faena inesperada. Leamos la descripción de un triunfo que tuvo caracteres de apoteosis:
Manuel Horta. “Bajo una llovizna que arreciaba en esos momentos, volvió Manolo a comprobar sus notables facultades en el tercio de banderillas, y fue revelándose al fin en una faena mientras se saludaban con entusiasmo repetidas tandas de magníficos naturales y derechazos, entre olés estentóreos y creciente alboroto. Completamente sueño de la situación, acentuó el temple al repetir el toreo izquierdista, despacio, siempre vertical y erguido, con soltura, mando y señorío. Vino un cambio de mano oportuno, intentó, sin lograrla, la arrucina, pero dibujó perfecto el de pecho con la zurda. Presas de entusiasmo, se oponían muchos espectadores a que terminara cuando se perfiló para entrar a matar, pero Manolo se fue detrás de la espada para hundirla hasta el puño, rodando el toro bien muerto, en tanto se convertían en clamor los gritos de ¡Torero!… ¡Torero!…
Se le concedieron las dos orejas, que el alguacil entregó a Arruza cuando docenas de incontenibles entusiastas lo rodeaban ya, para pasearlo a hombros.” (Excélsior, 19 de enero de 1976).
El gesto y la gesta. Sucedió, pues, que la gesta llegó por el camino del arte –Arruza con “Barquero”–, y el gesto viril y casi heroico procedió de un artista usualmente tachado de autolimitado y timorato –Jesús Solórzano hijo. Ante los cuales, el primer espada tuvo que poner en juego toda su veteranía para evitar ser arrollado. El resultado fue una corrida de las que dejan huella en la memoria y en el ánimo del aficionado.
Resta reconocer que Tequisquiapan cumplió su parte solamente en la forma –trapío, imponencia, buenos pitones–, pero no en el fondo, puesto que de bravura los pupilos de De la Mora estuvieron esta vez bastante escasos. Y la fuerza –la falta de fuerza– tampoco esta vez ayudó.