Miércoles, junio 18, 2025

Historia de un cartel: 1946/5/19

Destacamos

La plaza El Toreo de la ciudad de México cerró definitivamente sus puertas el 19 de mayo de 1946 con un cartel modesto –Andrés Blando, Edmundo Zepeda y el confirmante colombiano Miguel López con toros de San Diego de los Padres–, ningún triunfo reseñable y una explosión de nostálgica congoja por parte de la fiel afición. La anunciada demolición empezó al día siguiente. Sin embargo, la armazón de hierro y acero que le diera forma –y que mantuvo al desnudo al viejo coso durante sus 39 años de vida, escenario privilegiado de la época de oro de la tauromaquia mexicana–, no fue a dar a ningún deshuesadero. Por gestiones de Antonio Algara se le trasladó a un solar del municipio mexiquense de San Bartolo Naucalpan, donde volvería a cobrar su antigua figura rebautizada como Nuevo Toreo o Toreo de Cuatro Caminos. Y si su interior quedó prácticamente como el de antes, el recubrimiento exterior –pórtico, fachada, aspecto general– mejoraría en mucho el del original. Además, su aforo creció hasta alcanzar las 27 mil localidades, 4 mil más que el añorado Toreo de la colonia Condesa. La plaza reconstruida tuvo un peso calculado en 1460 toneladas, 360 más que su antecesora, para los mismos 23.50 metros de altura.    

Este Toreo de Cuatro Caminos se mantuvo en pie hasta principios del siglo XXI, aunque los últimos festejos taurinos allí celebrados datan de 1996. Se ubicaba extramuros del Distrito Federal pero convocaba a un público básicamente capitalino, muchas veces en abierta competencia con la Plaza México y su temporada grande. Hasta el punto que, si ambas ofrecían carteles fuertes, la asistencia sumada podía rebasar la cifra de 75 mil aficionados a toros en una misma tarde. Lo que ocurrió repetidamente en muchas ocasiones desde finales de los años 40 y a lo largo de las dos décadas siguientes. 

14 de diciembre de 1947. El Nuevo Toreo se inauguró el 23 de noviembre de 1947 con un encierro de San Mateo para Lorenzo Garza, Luis Castro “El Soldado” y la alternativa de Jorge Medina, que lidió al primer astado corrido en el renovado coso, “Sardinero” de nombre. Este del 14 de diciembre era el tercer festejo de la temporada y el lleno fue absoluto para ver por segunda vez a Carlos Arruza –que se había presentado el domingo anterior cortando un rabo–, al lado de Fermín Espinosa “Armillita” y el portugués Manolo dos Santos que tomaría la alternativa. Interrumpido como estaba el intercambio de toreros con España, tanto la empresa de la México como Algara en El Toreo echaron mano de diestros de distintas nacionalidades a fin de darle cierto color internacional a sus carteles, por más que se tratara de valores secundarios. Dos Santos, sin antecedentes taurinos en México, sí los tenía en España y en su país como novillero fino y prometedor. Quiso su mala suerte que el toro de su alternativa, “Vanidoso” de Pastejé, le partiera la arteria femoral al dar un pase de pecho zurdo; la cornada impresionó vivamente al público, agudizada la sensibilidad de la gente por los sucesivos percances mortales –muy semejantes al de Dos Santos– del gran Manolete, Carnicerito de México y el novillero hispanomexicano Joselillo, acaecidos respectivamente en España, Portugal y la propia Plaza México en apenas un mes, entre el 28 de agosto y el 28 de septiembre últimos. 

Armilla permanece, Arruza arrolla. La cornada de Dos Santos dejó el encierro de Pastejé en manos de los dos veteranos del cartel, que ofrecerían una tarde de apoteosis. Fermín, que lo era más que Carlos, despachó con rapidez al heridor del portugués, le cortó  las orejas a “Serranito”, su primero, y se deshizo con pasmosa facilidad del geniudo cuarto. Dio cátedra en los tres tercios y le dejó muy alto el listón a su alternante, que acababa de reaparecer en México tras consagrarse en España como primerísima figura al lado de Manolete. Y el Ciclón Mexicano, como se le motejó allí a Arruza a tenor con su clamorosa irrupción, supo responder al compromiso, desorejó al reserva “Cantinero”, de San Mateo, sustituto del tercero de la tarde, y le cuajó al sexto, “Cordobés”, un faenón aún más delirante que le valió el rabo del astado y la rendición incondicional de público y crítica. Este toro estaba destinado al joven catecúmeno que en esos momentos tenía al cuerpo médico de la plaza ocupado en salvarle la vida. 

Arruza, según Carlos León. Para el cronista del diario Novedades, que en años posteriores se convertiría en enemigo irreconciliable de su tocayo Arruza, “Un Ciclón de gloria se abatió ayer sobre El Toreo”. Esta fue la cabeza de la crónica de Carlos León. Estableció, eso sí, diferencias entre el Arruza que un domingo antes había triunfado y éste del 14: “Hace ocho días le puse el “pero” de que fuera un lidiador fundamentalmente de piernas. Ahora me place reconocer que haya sabido serlo también de brazos; más aún, de exclusivo juego de muñecas, mientras las plantas de los pies se sembraban, estoicas e inmutables.”  (Novedades, 15 de diciembre de 1947)  

Relato de su triunfo con el sexto: ”Como preámbulo, dos doblones, para tantear el terreno. En seguida dos altos, haciendo la estatua pero sin arrancar aún el clamor. Éste se produjo a poco, cuando Carlos empezó a usar de la mano torera, asentándose paso a paso hasta lograr una tanda de naturales impecables de aguante y justeza. Ya entre aclamaciones y dianas colmó el alboroto cuando hizo aquel muletazo de Victoriano de la Serna donde, citando de frente, se despide al toro por la espalda. Yendo de menos a más, siguió usando de la zurda en forma brillante, dejando ahí un pase natural de verdadero asombro, así como varios por alto sin enmendarse ni un milímetro. Cuando vino la estocada certera, entregándose a ley, la plaza se nevó de pañuelos.”  (ídem) 

El “Tío Carlos” se desborda. Carlos Septién García, arrucista acérrimo, fue desde luego más entusiasta al cantar la gran actuación de Carlos con la corrida de Pastejé, por cierto muy desigualmente presentada. Él lo vio así: 

“¡Decían que era un torero frío…! Y si alguna vez hemos visto a un público agotado de emociones, exhausto de pasión volcada, fatigado de clamores, fue ayer, cuando en el sexto toro de la tarde ya no había tensión en los espíritus ni voz en las gargantas para corear aquellos naturales soberanos al toro “Cordobés” con los que Carlos Arruza coronaba de blancura y de luz la cresta de su toreo todo solidez y fuego, todo grandeza y ardor, todo serenidad y lumbre como los volcanes de esta su tierra a la que ha conquistado con su brazo y con su corazón. 

¡Decían que era un torero frío…! Y la única nieve que conoce es la que blanquea de pañuelos una y otra vez las laderas del coso; y la única frialdad de la que él gusta es la de la lívida escarcha de los pitones junto a su cuerpo; y el único hielo al que se enfrenta es el de los prejuicios y de la sabiduría acartonada que algunos quisieron oponerle y que él gusta de romper y de fundir con la lumbrada de su toreo en crepitante sazón. 

¡Decían que era un torero sin clase…! Y su capote fue un manto de suavidades a lo largo de la tarde. Que tuvo calideces de rebozo en el quite por las afueras y en los remates para poner en suerte. Que templó altivamente el trazo de las gaoneras retadoras. Que ondeo con aromosa indolencia en los faroles de rodillas. Que jugó con júbilo de travesura en las revoleras y las chicuelinas. 

¡Y su muleta! Garra poderosa y mosquetera cuando fue preciso contener y sojuzgar rebeldías; caricia gentil en los belfos para invitar al aplomado a la embestida; índice exigente cuando se hizo necesario marcar la ruta exacta de los cuernos; arco imperial cuajando la clásica belleza de aquellos naturales inolvidables al toro “Cordobés”. Y –garra o caricia, índice o arco—fue siempre el rojo manto empapado de señorío, de naturalidad, de cadencia, de equilibrio, con que el torero con nombre y hazañas de emperador cubre y certifica su gloria y su poder. 

¡Qué torero de arte tan ardiente, tan suave y tan magistral tiene México en Carlos Arruza!” (El Universal, 15 de diciembre de 1947) 

Armillita, según Malgesto. Aunque su máxima popularidad la alcanzó micrófono en mano, Francisco Rubiales  –o mejor, Paco Malgesto– fue un cronista igual de apasionado e hiperbólico cuando empuñaba la pluma. Armillista confeso, dio calurosa bienvenida a la que se presumía sería la última temporada en activo de Fermín Espinosa. 

“Para Fermín no han pasado los lustros. Ayer ha iniciado su vigesimoprimera temporada de matador con un empuje, con un vigor y con una potencia que meten respeto; con veinte años de historial Fermín no está caduco, ni siquiera cansado, sino, cuando tiene un diestro que le haga sacar las uñas, está tremendo de valiente, de poderoso, de torero.  

Armillita cortó dos orejas de su primer toro en un alarde de maestría en esta plaza que fue la misma en la que Fermín dio la pelea a Vicente Barrera, a Domingo Ortega, a Alberto Balderas, a Lorenzo Garza, a Manolete y, ahora, a Arruza; y si no nos asegura que al fin se va, todavía podríamos esperar que se las diera dentro de veinte años a los hijos de Arruza, si los llegara a haber. Lo único que necesita es sentir que tiene un rival, que hay alguien por quien vale la pena dar la pelea; y entonces el Maestro de Saltillo se crece como ayer se creció, y como se creció el año pasado, cuando alternó con Manolete. 

Con el capote, Fermín hizo varios quites muy lucidos: sus saltilleras al primero y sus chicuelinas antiguas al sexto fueron los mejores; pero nos gustó más con las banderillas, cuando adornó a su primer enemigo, y cuando, a invitación de Carlos Arruza, colgó un par al quinto y dos pares al sexto. El mejor de todos esos pares fue por el lado izquierdo. Algo excepcional, maravilloso y perfecto. 

Fermín contendió con un toro bravo, el segundo de la tarde, y le hizo un faenón en el que hubo de todo, toreo de adorno y toreo de dominio, por alto y por bajo, de pie y de rodillas, en el tercio y en los medios; un faenón que fue una enciclopedia del toreo; y como mató de buena media, le cortó las dos orejas y dio varias vueltas al ruedo.” (La Afición, ídem) 

Fue la tarde cenital de la temporada de apertura del Toreo de Cuatro Caminos. En el transcurso de la cual Procuna inmortalizó a “Chasquito” de Coaxamalucan,  Garza visitó por segunda vez la cárcel y Arruza anunció una despedida que resultó falsa, mientras Armilla desmentía a quienes tanto auguraron la suya, que demoraría hasta el 10 de abril de 1949, cuando se encerró con seis toros de La Punta en la Plaza México.  

Ultimas

Por tormenta Erick Segob pide suspender clases en varias regiones de Puebla

Por la llegada de la tormenta tropical Erick, la Secretaría de Gobernación (Segob) de Puebla recomendó suspender clases a...
- Anuncios -
- Anuncios -