Domingo, abril 20, 2025

Historia de un cartel

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En 1963 la plaza de Tlaxcala no llevaba aún el nombre de Jorge “Ranchero” Aguilar, ni estaba Jorge en el punto más alto de su actividad profesional. Tampoco era la de la capital de dicho estado una feria en toda forma, limitada a la tradicional corrida de Todos Santos. Ese año, por excepción, se anunciaron dos corridas, la segunda probablemente pensada para celebrar la visita del presidente de la república, pues el licenciado Adolfo López Mateos era tan buen aficionado que la empresa de la Plaza México acababa de organizar a pedido suyo una corrida de lujo fuera de temporada —06.10.63: Joselito Huerta y Diego Puerta mano a mano con toros de Torrecilla y José Julián Llaguno— a la que asistió en compañía de su colega yugoeslavo el mariscal Iosif Broz “Tito”, de visita oficial en nuestro país.

La estancia de López Mateos en la feria de Tlaxcala suponía un acontecimiento en el que los toros no podían faltar aunque ese lunes 4 fuese día laborable. El cartel reunía en mano a mano a los triunfadores de la corrida del sábado 2, el propio Jorge Aguilar —que por primera vez había cortado un rabo en la capital de su estado natal— y Joselito Huerta, que esa tarde dio una vuelta al ruedo, mientras Juanito Silveti se limitaba a cumplir. Corrida la presidencial de cuatro toros de sendas ganaderías tlaxcaltecas que eran, por orden de antigüedad: Piedras Negras, La Laguna, Mimiahuápam y Las Huertas.

La placita, a cuyo lado norte se levanta una hermosa y grisácea torre franciscana del siglo XVI, saludó al presidente con una ovación y estaba llena a reventar cuando las cuadrillas del diestro de Piedras Negras y el León de Tetela partieron plaza. Lo que parecía un festejo de emergencia estaba a punto de convertirse en una efeméride que todavía se recuerda.

El Ranchero y “Joronguito”. Desde que participó en un festival organizado dos años antes por López Mateos para agasajar al primer mandatario de la India Jawaharlal Nerhu, que había trabajado codo a codo con Gandhi por la independencia de su país, había muy buena química entre el presidente del país y el torero nacido en el campo bravo apizaquense, el cual toreó para ambos mandatarios vestido de charro —que lo era, y muy bueno. Esta tarde, sin embargo, no encontró acomodo con el soso piedrenegrino “Tupinamba”, que abría plaza y fue el que le brindó Jorge a don Adolfo. Tampoco José Huerta mayor fortuna con su lote, aunque puso a contribución su empeño habitual y estaba bastante más puesto que su alternante. Sin material adecuado tuvo el de Tetela una actuación muy torera.

Pero la tarde se iba a remontar a lo más alto del limpio cielo tlaxcalteca en cuanto dejó el toril “Joronguito”, tercero de la tarde, con la divisa amarilla y morado de Mimiahuápam tremolando al viento. Y por más que el capote nunca fue el fuerte de El Ranchero, torero de recio sabor campero donde los haya, su recibo al hermoso castaño encendido de Mimiahuápam, con sus 440 kilos, fue de lo más animoso, y en su quite por gaoneras hubo enjundia, mientras Huerta, en el suyo, se enredaba a “Joronguito” en unas fregolinas muy ceñidas de limpio y erguido trazo.

Presto pasó el segundo tercio, brindó Jorge Aguilar su faena a todos los presentes… y lo que siguió fue un recital de toreo en redondo de tan concentrado mando como preciso temple. De golpe, volvía a la circulación el Ranchero de las faenas grandes, las de “Montero”, “Náufrago”, “Bogoteño”, “Sol”… Y aunque usó más de la mano diestra, aprovechando el delicioso pitón derecho de “Joronguito”, no faltó la hondura a cámara lenta de sus naturales largos y sentidos que provocaron un cataclismo en los tendidos y lluvia de prendas sobre la arena. Ya sólo restaba la estocada, y cuando ésta llegó, puesta en lo alto y hasta la empuñadura, la plaza se vino abajo y fue el presidente López Mateos el primero en hacer ondear su pañuelo en demanda de los máximos apéndices. Premio a la altura del faenón fueron las orejas, el rabo y una pata de “Joronguito”—toro de vuelta al ruedo— otorgadas al más representativo de los toreros tlaxcaltecas, y dio Jorge varias vueltas al ruedo, haciéndose acompañar en una de ellas por el ganadero Luis Barroso Barona, cuyos mejores días al frente de Mimiahuápam, ya ganadería consagrada por esas fechas, aún estaban por llegar. Incluida la ejemplar corrida de su hierro lidiada en Madrid en pleno San Isidro en la que otro de sus toros –el negro bragado “Amigo”—también fue premiado con la triunfal vuelta al anillo (22.05.71).

Excelente panorama taurino. En 1963 la fiesta gozaba en todos los frentes de una salud envidiable. La temporada chica de la México, de discretos resultados, tuvo su mayor aliciente en el debut de Chuchito Solórzano, pero en España la novillería mexicana estaba  de moda y cuatro de sus jóvenes paladines regresaron convertidos en matadores de toros —Guillermo Sandoval (Barcelona, 18 Ago), Fernando de la Peña (Barcelona, 12 Sep), Oscar realme (Oviedo, 21 Sep) y Abel Flores (Sevilla, 30 Sep)—; buenas cuentas rindieron asimismo Gabino Aguilar —que tomaría la alternativa en la corrida de Beneficencia del año siguiente, una de las cinco directamente recibidas por mexicanos en Madrid— y Mauro Liceaga, que a su regreso la recibiría en Monterrey (17 Nov). En Madrid habían cortado orejas De la Peña (01-05.63) y “El Imposible” Antonio Campos, de confirmación triunfal al abrir la feria de San Isidro (12.05.63), refrendada al desorejar a un bohórquez el día del santo madrileño. Lamentablemente, el poblano arrastraba ya los efectos de la enfermedad que lo llevaría a la tumba, y eso le costó la sucesión de percances que truncó su temporada. El rejoneador potosino Gastón santos, en su primer viaje a España, se presentó con éxito en Sevilla, Barcelona —oreja en ambas— y gustó en Las Ventas. Sobrevivieron a cornadas casi mortales el ecijano Jaime Ostos, con la femoral rota en Tarazona por un astifino cuatreño de Ramos Matías (17 jul) y el chiclanero Emilio Oliva, al que un sobrero de Jaral de la Mira le abrió el vientre en canal en Madrid (12 oct).

Mientras eso sucedía allende el Atlántico, en México se afianzaban como figuras José Huerta y Alfredo Leal —Capetillo, el otro as nuestro, cubría en España, con escasa fortuna, su última campaña allá—, Jaime Rangel emprendía el ascenso que, con el aval de Rodolfo Gaona, se confirmaría pronto en la capital, y El Calesero y Luis Procuna ofrecían las muestras postreras de su añeja torería. Paco Camino, en vísperas de su boda con Normita Gaona, saboreaba aún su decena mágica en la primavera mexicana —dos rabos en Guadalajara (21 Mar), faenón a “Catrín” en la nocturna de la Oreja de Oro en El Toreo (27 Mar) y allí mismo, su mítica tarde con los berrendos de Santo Domingo (31 Mar).

Para Paco, 1963 sería el año de la rendición de Madrid, que demoró bastante —el 18 de mayo le cortó cuatro orejas a la corrida de Francisco Galaches y abrió la primera de sus doce puertas grandes en Las Ventas. Y en Córdoba (25 May), Antonio Bienvenida, el más ortodoxo de los clásicos, le cedía muleta y estoque a un tal Manuel Benítez, el más heterodoxo jamás visto, con sus aires de cowboy y su legendario arrastre de masas.

Fue también el año en que Jorge “El Ranchero” Aguilar paseó la única pata que se ha cortado en la plaza que llevaría su nombre, en premio a su memorable faena del lunes 4 de noviembre a “Joronguito”, el maravilloso castaño encendido de San Miguel de Mimiahuápam.

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