No hacía aún dos semanas que, en compañía de “El Soldado”, había sido paseado en hombros por las calles de Madrid y ahora se encontraba en Aranjuez, estrechando la mano de Juan Belmonte –envuelto el ilustre maestro en su famosa bata de seda oscura con motas blancas–, en aquel hotelito recoleto en que ambos habían recalado y mientras aguardaban el momento de vestirse de luces, para lo cual era todavía temprano. Ambos, Lorenzo y Juan, volverían a encontrarse en la puerta de cuadrillas del viejo coso local, “Paparece que fuera usted a hacer su priprimera comunión”, fue el amistoso saludo del tartamudo trianero al contemplar el terno blanco y oro que Garza llevaba puesto para tomar la alternativa; “vengo a que me la dé el primer obispo de España”, fue la diplomática y aguda respuesta del regiomontano.
Lorenzo Garza Arrambide había tomado y renunciado ya a una primera alternativa (Santander, 03.08.33), tan fuera de ocasión que lo dejó en la cuneta y sin contratos. Fue entonces cuando el sagaz empresario Eduardo Pagés, que siempre tuvo una fe ciega en aquel joven, simpático y locuaz detrás de una gran nariz, le propuso reconducir su carrera poniéndolo en novilladas de postín con vistas a una campaña relámpago que le devolviera el doctorado perdido. Lo que ni Pagés ni nadie imaginó es que Garza fuese a llenar en tres tardes consecutivas la plaza de la carretera de Aragón de un público enfebrecido por su rivalidad con Luis Castro “El Soldado”, y que, convertidos ambos en ídolos instantáneos de los madrileños, su nuevo ascenso al escalafón superior mereciera verse revestido de tanta solemnidad. Porque Lorenzo estaba ahora ahí, a punto de partir plaza entre Juan Belmonte y Marcial Lalanda, nada menos. El apoderado le avisó que el toro de la ceremonia era un hermoso cárdeno romero de Andrés Sánchez, propietario de lo que fue Trespalacios. Y al repleto coso, con sus tejas verdosas abrillantadas por un sol espléndido, había acudido en romería lo mejor de la afición madrileña.
También los capitanes de la crónica taurina. Que lo vieron y relataron así:
Gregorio Corrochano. “Toreaban Belmonte y Lalanda, y tomaba Garza la alternativa. Ya se justificaba que los automóviles aireasen el polvo de la carretera y que se llenase la plaza. Belmonte, en esta su tercera salida a los ruedos, tiene encima todo el peso de su historia, y algunas veces se nota que le pesa demasiado. En cuanto Belmonte tiene que hacer algo de tipo corriente y vulgar, cosa frecuentísima en el toreo, hay un sector que manifiesta su extrañeza, como si Belmonte no pudiera caer en los mismos defectos de los demás toreros. Ayer mismo, en Aranjuez, pudimos observarlo. Su segundo toro tenía esa bravura defensiva que, para entendernos en el lenguaje taurino, llamamos nervio. Dudoso antes de arrancar y descompuesto una vez arrancado. Belmonte le hizo la faena defensiva también y, en cuanto le igualó, quiso matar. En estos toros la brevedad es una buena norma. Pero algunos, que creen que para Belmonte no puede haber dificultades, protestaron, por lo que Belmonte desistió. Siguió atropellado y a punto de que le cogiera, y vista ya la prueba, y como realmente no había nada que hacerle a ese toro, lo mató con habilidad… En el toro anterior había tenido un éxito, premiado con orejas y rabo. Toro de otro tipo, muy en la casta de Trespalacios, y aunque no bravo, fue pastueño y docilón. Belmonte lo toreó muy suave, en lance y pase largo, prolongando los remates, lo que valoriza el toreo y a Belmonte le dio personalidad. Faena breve por el número de pases pero muy cumplida por la duración de cada pase. Lo mató valientemente. Es uno de sus matices de hoy. Belmonte se esfuerza por defender valientemente la historia que en algunos momentos le pesa.” (ABC, 6 de septiembre de 1934)
Como Corrochano es un cronista que aun hoy goza de gran fama en España, vale la pena reproducir algunas observaciones críticas sobre él formuladas por José Alameda, que atañen también al legendario Juan Belmonte. Con la mirada puesta en el párrafo anterior, Alameda empieza por aclarar: “Una literatura excedida, que no se había limitado a reconocer los méritos reales de Belmonte sino que había inventado un Belmonte “mitológico”, daba lugar a ese desencanto de quienes se encontraban de pronto con la diferencia entre lo vivo y lo pintado. Belmonte era un torero que estaba muy bien con muy pocos toros –eso sí, con una enorme personalidad–, pero mal en la mayoría de las ocasiones, y en muchas de ellas trompicado, vacilante y sin brillo… (pero) la literatura hiperbólica ha creado un “mito”, y además de sus cualidades de hondura y personalidad le ha regalado unas condiciones de madurez técnica y olímpica serenidad que nunca tuvo… Hay otra cosa en ese párrafo que merece señalarse: lo de la “bravura defensiva”… No he visto en mi vida un toro bravo que se defienda. El toro bravo no se defiende, ofende, ataca, embiste… lo de la “bravura defensiva” es un eufemismo sin sentido.”
Sin quitar el dedo del renglón, Alameda, cronista hispanomexicano de probada competencia, continúa desmenuzando a distancia el texto del famoso crítico talaverano en relación con el otro toro de Belmonte: “… aunque no bravo, fue pastueño, dice Corrochano.” Tome usted nota, amigo lector: el toro que se defendió era bravo; el que embistió era manso (?). A éste le hizo una faena breve y ¡zaz! Orejas y rabo” (El Heraldo de México, 21 de marzo de 1982)
Prosigamos con Corrochano y su crónica de la corrida, referida ahora al triunfo de Marcial Lalanda con el segundo de la tarde –siguiendo el reglamento de la época, un padrino de alternativa mataba los toros tercero y cuarto–: “Bien le lidió Marcial. Y bien le banderilleó… Faena de la que nosotros estimamos la precisión con que se ejecutó, la medida justa y torera de todo lo que hizo Marcial, desde que salió el toro hasta que le tiró de una estocada sin puntilla. Le dieron las orejas y el rabo”. (ABC, íbid)
¿Y qué pasó con Garza? El catecúmeno, que no cortó nada porque falló con el estoque, fue, de los tres espadas del cartel, el que enardeció de verdad a la gente y a quien al final se llevaron en hombros. Un público que, como dejan bien asentado las dos crónicas que hoy revisamos, procedía de Madrid en su mayoría.
Corrochano: “Garza, que tomó la alternativa por segunda vez, estuvo muy valiente. Al primero, agotado, le desafió con la muleta desde muy cerca y le aguantó arrancadas inciertas, exponiendo mucho. En esto consiste, por lo que le he visto ayer, el principal atractivo de su toreo, en la inseguridad. Y no me refiero a la inseguridad de él sino a la inseguridad del público, que no sabe si aquello va a acabar bien o va a acabar en susto. En este primer toro se deslució descabellando. Yo no sé por qué el descabello tiene que decidir lo que haya sido una faena, pero el público ha dado importancia al descabello y lo incluye en los merecimientos del torero… Con lo que arrancó más aplausos Garza, aplausos clamorosos, fue toreando con el capote a la espalda, pasándose al toro muy cerca. En el último toro, flaco y de poco poder, mientras se le arrancó desde lejos le paró y alborotó al público; cuando, agotado el toro, hubo que buscarle, fue otra la faena. No tuvo suerte con el estoque…. En la corrida, terciada, hubo cuatro toros, los tres primeros y el sexto, noblotes; cuarto y quinto, con dificultades; y toda ella, falta de casta.” (ABC, íbid)
Alfonso Muñoz El cronista de El Universal de Madrid, periódico muy leído, aunque no tanto como el ABC, también se desplazó hasta el real sitio –como suele denominarse Aranjuez, tierra de bellos jardines, sabrosos espárragos y jugosas fresas que la realeza española eligió ancestralmente como su lugar de descanso predilecto—se concentró particularmente en la actuación de Lorenzo Garza, sin dejar de celebrar la ocasión de contemplar al reaparecido maestro a quien la opinión consideraba ya por entonces como el mayor revolucionario habido en la historia del toreo: “El éxito de la corrida de ayer en Aranjuez estaba descartado. A los aficionados se les presentaba la ocasión de admirar una vez más a su ídolo de siempre, Juan Belmonte, que en este retorno a los ruedos no se había aproximado aún a las cercanías de Madrid….
Describe a continuación la labor del flamante doctor en tauromaquia: “El primer toro de Trespalacios, como los restantes, fueron mansos, no acudían a la muleta… Lorenzo Garza avanzó despacio, fue acortando las distancias y, a dos dedos de los pitones, avanzó la pierna izquierda, y cuando el enemigo se arrancó sobre el torero, éste, con gran suavidad, le prendió con la franela y, tirando de él, logró un pase perfecto y emocionante… Puede decirse que el nuevo matador de toros fue cuajando una faena en la que claramente puso de manifiesto que el tamaño del enemigo no le inquieta, y si como novillero supo destacar su nombre, en su nueva categoría puede fácilmente prestigiarle. La labor fue premiada con una ovación grande y Garza salió a los medios a saludar….
Garza con el sexto. ”Y otra vez la emoción, no exenta de arte, para epílogo de la corrida. Lorenzo Garza, con unos lances con el capote a la espalda, levantó al público. ¡Qué manera de apretarse! Era inverosímil que el toro pudiera pasar sin llevarse al torero por delante. La ovación corrió pareja con el hecho. Con la muleta, otra faena a base de esos pases tan emocionantes que marcan la personalidad de este artista en el toreo. Tardó en matar. Pero al finalizar la corrida, el público se echó al ruedo y se llevó en hombros al nuevo matador de toros.” (El Universal de Madrid, 6 de septiembre de 1934)
No es prosa muy pulida la de Corrochano ni tampoco la de Alfonso, mas lo que escribieron sobre la corrida en que Lorenzo Garza recobró la alternativa –sería la última que Juan Belmonte otorgó en su vida–, ilustra con bastante claridad lo que fue esa corrida, con los trofeos yendo a manos de los maestros y el futuro en poder del impetuoso novicio, destinado como estaba a integrar, con Fermín Espinosa “Armillita”, la pareja más representativa de nuestra tauromaquia, piedra angular de la época de oro del toreo en México. Aquella gloriosa eclosión de toros y toreros excepcionales, indirectamente motivada por la expulsión de los diestros mexicanos de la península ibérica por sus “colegas” españoles.
Curiosamente, el padrino y testigo de la alternativa del regiomontano en Aranjuez desempeñarían papeles opuestos cuando estalló aquel malhadado boicot, en la primavera de 1936. Marcial Lalanda como el líder que encabezó la malévola maniobra, y Juan Belmonte por su breve y contundente manera de calificarla; la llamó El boicot del miedo.
Aranjuez, 5 de septiembre de 1934: van a partir plaza las cuadrillas encabezadas por MARCIAL LALANDA, LORENZO GARZA y JUAN BELMONTE. A continuación el cárdeno romero con el que GARZA tomó la alternativa, una foto de la última alternativa otorgada por JUAN BELMONTE en su vida de torero y dos momentos de GARZA, durante sus faenas con los toros primero y sexto de la corrida.
Abajo: un ayudado de JUAN al toro del cortó las orejas y el rabo y el quite de LALANDA al primero de la tarde